AFP
Paupérrimas construcciones hechas con chapas y madera se ubican a los lados de la carretera que lleva a la ciudad de Jérémie, en el oeste de Haití: ante la falta de ayuda humanitaria, las familias damnificadas por el huracán Matthew se reagruparon en ese campamento informal para salir adelante.
En este paisaje desolador que recuerda a Puerto Príncipe tras el terrible sismo de 2010, en el que cada espacio vacío era ocupado por cientos de miles de afectados, Dominique Pierre-Louis intenta poner en marcha una moto cubierta de barro.
"Estoy reparando esta moto para intentar ganar un poco de dinero haciendo de taxi", explica este albañil de 42 años.
"Podré meterme por cualquier camino. Lo único que quiero es un trabajo, no necesito pedir limosna: soy un profesional, me las puedo arreglar solo", asegura.
Antes del paso de Matthew hace más de dos semanas, vivía a las afueras de la ciudad. Pero como nadie acudió a ayudarle decidió instalarse con su esposa y sus ocho hijos en este terreno fangoso. Desde entonces, ha visto como los convoyes oficiales y los camiones con ayuda humanitaria pasan de largo.
Bajo unos pocos metros cuadrados de chapas y plásticos, su esposa descansa sobre unos listones de madera cubiertos con una simple sábana. Dieula sufre más por ver a sus hijos corretear sin ropa que por su problema de asma.
"Demasiadas pérdidas"
"Pasé ocho días ingresada en el hospital. Me encontraba mejor, pero la fiebre volvió a subir ayer. Debería volver al hospital pero no lo puedo pagar", explica con el rostro cubierto de sudor.
Salvo el centro especializado en cólera situado en el hospital público de Jérémie -que quedó parcialmente dañado-, ningún haitiano tiene acceso a cuidados médicos gratuitos en esta ciudad asolada por el huracán.
Dominique Pierre-Louis pasa las noches sentado en una silla de plástico, lo único que pudo salvar de su antigua casa. Dos de sus hijos duermen sobre sus rodillas. El resto comparte cama con su madre enferma.
Dieula rechaza compadecerse. "No puede haber solidaridad entre haitianos porque las casas están muy dañadas, hay demasiadas pérdidas. El Estado no puede hacer nada, es demasiado", asegura. Matthew dejó casi 550 muertos y 130 desaparecidos en el país.
A unos metros, Filton Janvier no entiende que la comunidad internacional les haya abandonado.
"Estamos al lado de la carretera, las autoridades pasan por aquí, el alcalde acaba de pasar, incluso el presidente cuando vino pasó por aquí. Pero nadie nos ha preguntado todavía cómo nos las apañamos", cuenta furioso este hombre de 39 años.
"Pagaba mis impuestos, contribuía como todo el mundo. No entiendo lo que ocurre, me indigna porque me pregunto si acaso no somos seres humanos", agrega exaltado al ver desfilar a pocos metros un grupo de vehículos de una ONG transportando ayuda y que no se detiene en el lugar.
Manos vacías
La ayuda humanitaria comenzó a llegar a Jérémie tras la reapertura de las carreteras principales, pero la falta de coordinación entre las agencias internacionales bloquea la repartición de bienes entre los damnificados.
En la calle más importante de la ciudad algo llama la atención de los habitantes: la distribución de comida y material de construcción que había organizado la alcaldía termina mal.
"El policía que estaba en la entrada me ha pedido que retrocediera, lo he hecho pero me han empujado por detrás. El policía me ha pegado con su bastón y me he caído", relata René Jean-Fritz mientras enseña sus rodillas ensangrentadas.
"Estos agentes no han venido a ayudarnos, solo han venido a pegarnos", acusa, rodeado de curiosos que asienten sus palabras.
Al igual que Dominique Pierre-Louis, René Jean-Fritz no quiere caridad: solo espera lo estrictamente necesario para no tener que pasar más noches bajo la lluvia.
"Sólo quería dos planchas para cubrir la parte de mi casa que quedó dañada. No necesito arroz: que se lo den con helicópteros a los que se han quedado sin nada en las montañas", aclara.
Enfadado, se va con las manos vacías.
René Jean-Fritz logró el permiso para acceder a esta distribución mediante un amigo que tenía varias decenas de cupones. Ninguna autoridad local u organización humanitaria se ocupó de verificar que los beneficiarios fueran realmente personas afectadas por el huracán.