Por AFP

Sergio Cabral montó una verdadera empresa de corrupción, con cuotas fijas y destinatarios definidos. Ahora deberá pagar por ella. El ex gobernador de Río de Janeiro, identificado con la era de despilfarro que arruinó a ese estado de, ha sido condenado a 14 años y dos meses de prisión por el juez Sergio Moro, a cargo de la investigación sobre el caso Petrobras.

De 54 años, el político estaba detenido desde noviembre pasado y fue condenado por corrupción pasiva y blanqueo de dinero por los sobornos recibidos en 2008 de la constructora Andrade Gutierrez por obras en la refinería Comperj, en el norte de Rio.

"Los actos de corrupción y blanqueo incorporados en esta sentencia se insertan en un contexto de práctica sistemática de infracciones penales cometidas por el ex gobernador y sus asociados", se lee en la sentencia del magistrado.

Cabral y sus cómplices reclamaban un porcentaje por la adjudicación de las obras públicas en el estado y recibían el 5% de los costos de los trabajos.

Varios colaboradores de Cabral fueron condenados igualmente a penas de cárcel, pero su esposa, Adriana Ancelmo, fue absuelta por falta de pruebas. 

Las sumas siderales desviadas afectaron las finanzas del estado de Rio, que se encuentra al borde de la quiebra.

Una parte de la suma recuperada permitió en marzo pagar los aguinaldos atrasados de casi 150 mil funcionarios jubilados de Rio.

Las revelaciones sobre el tren de vida de la familia Cabral las convirtieron en símbolo de la corrupción en Brasil, puesta al descubierto por la operación Lava Jato, sobre la red de sobornos en Petrobras.

Cabral pertenecía al centroderechista PMBD, el mismo del presidente Michel Temer, aliado del Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) durante los mandatos de Lula da Silva (2003-10) y el primer mandato de su sucesora Dilma Rousseff.

Según testimonios recogidos por la fiscalía, los Cabral eran clientes asiduos de joyerías y el entonces gobernador pagaba sus compras en efectivo.

Una de sus imágenes más popularizadas data de 2009, en una cena en París con varios colaboradores y empresarios de grandes constructoras, en un festejo con servilletas anudadas en las cabezas.

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