Parado en uno de sus enormes campos de trigo en el devastado sureste de Ucrania, el agricultor Sergiy Liubarsky se pregunta cómo hará para cosechar, entre la falta de combustible y los bombardeos. 

Las posibilidades parecen remotas.

"La cosecha normalmente comienza alrededor del 15 de julio pero el diésel está caro y además no hay", lamenta.

Su vieja cosechadora está en su terreno en la aldea de Rai Oleksandrivka, no muy lejos de donde se encuentran las fuerzas rusas al otro lado de la colina, a unos 30 km al oeste de la ciudad de Lugansk.

Liubarsky cultiva 170 hectáreas de tierra principalmente con trigo, pero también cebada y girasoles, granos cuyos precios se han disparado en el mercado internacional tras la invasión rusa de Ucrania, un productor mundial clave.

Pero ahora debió dejar 40 hectáreas en barbecho.

"No pudimos comprar semilla de maíz porque comenzó la guerra", debido a que las semillas importadas tardarían hasta dos meses en llegar, contó.

Ahora la tierra que no está cultivada es "usada en parte por el ejército para guardar equipo militar", agregó.

Apuntando a una colina cercana dice sombríamente: "Mire, los soldados rusos están allí, a ocho kilómetros".

Para su trigo, el tiempo apremia.

"Podemos esperar a lo sumo hasta el 10 de agosto, pero después de eso los granos se van a secar y caer al suelo", advierte.

"Jugar a póker"

Para su colega Anatoli Moisenko, del mismo pueblo, las cosas son igualmente inciertas.

Aunque tiene suficiente diésel para cosechar su trigo, le preocupa la cercanía de los combates.

"El problema es la guerra. ¿Será posible o van a volver a caer cohetes", pregunta mientras observa a soldados ucranianos recoger una ojiva de cohete que cayó recientemente en su campo.

Cosechar "es un poco como jugar a póker", dice sonriendo.

En el pueblo vecino de Riznikivka, Yaroslav Kokhan ya sabe que perdió sus 40 hectáreas de trigo.

Normalmente, dice, su hijo se encarga de la cosecha porque el jubilado de 61 años ya no opera el tractor o la cosechadora.

Su hijo se fue a vivir a Krasnodar, en el sur de Rusia, en 2014, año en que Moscú anexionó la península ucraniana de Crimea.

Solía regresar en coche varias veces por año para sembrar el trigo, limpiarlo y luego cosecharlo, dijo Kokhan.

Pero este año "debía volver a Ucrania el 25 de febrero, su cumpleaños, pero la guerra estalló un día antes", recordó.

Ahora no llegará. Si lo hiciera, podría no volver con su familia en Rusia porque los hombres ucranianos de 18 a 60 años tienen prohibido salir del país por el reclutamiento militar.

¿Qué será de su trigo?

"Creo que un cerillo lo resolverá", dice Kokhan tristemente, mirando a su campo.

Un poco más optimista, Liubarsky aún espera cosechar su trigo y ya piensa en sus girasoles, que estarán listos en septiembre.

"Para entonces espero que vivamos en paz", expresa.

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