por Javier Tovar, AFP
Alejandro Rangel acaba de quedar en libertad y su plan es mantener el oficio que tenía en prisión: bombero forestal.
Integró por más de dos años una de las 200 cuadrillas de bomberos-reos que en el verano y otoño boreal pasan más tiempo combatiendo las llamas en los bosques de California que tras las rejas.
Esta semana, por ejemplo, unos 550 reclusos fueron enviados a la región del vino, donde violentos incendios se propagan de forma descontrolada y dejan ya más de 30 muertos, miles de evacuados y barrios enteros destruidos.
En la cárcel son presos, pero afuera son bomberos, como cualquier otro. No hay esposas o cadenas, ni siquiera hay custodios: los distingue el traje naranja y la palabra "recluso" estampada en una pierna del uniforme, y la paga que reciben.
Por arriesgar la vida en la línea de fuego ganan un dólar la hora, contra un mínimo promedio de 17,7 dólares/hora para un bombero profesional.
Su principal trabajo es evitar que las llamas se propaguen, cortando árboles con sierras eléctricas y cavando canales con picos y arados en el pasto, alrededor del fuego, para contenerlo.
Alejandro, de 25 años, sueña con trabajar como operador de motosierra.
"Pero lo que me pongan lo hago, quiero entrar en cualquier cuerpo de bomberos en California", dijo días antes de salir en libertad durante un ejercicio de entrenamiento en la prisión Oak Glen, en Yucaipa, unos 140 km al este de Los Ángeles.
Trabajo en equipo, disciplina, rehabilitación: son palabras que se repiten una y otra vez los reclusos que la AFP entrevistó bajo la atenta vigilancia de un guardia carcelario.
Gayle McLaughlin, que aspira al puesto de vicegobernadora de California, condena el programa: "no importa cómo lo quieran disfrazar, tener gente trabajando por casi nada es trabajo esclavo y eso no se puede aceptar".
Pero los reclusos negaron sentirse explotados, mucho menos esclavos, por el duro trabajo a tan baja paga, que es sin embargo la mayor dentro del sistema de prisión e incluye dos dólares por cada día que no están en el fuego.
"Es un trabajo muy duro por poco dinero, pero te ayuda a construir carácter", dijo Alejandro, que ganó este año 1.200 dólares.
Se estima que el estado ahorra 124 millones de dólares al año con este programa que existe desde 1946 y que este año dejó dos reclusos muertos en la línea de fuego.
"Mi mamá está orgullosa"
Reclusos de mínima seguridad, condenados por delitos no violentos, pueden optar a este programa, que es voluntario dado el compromiso y riesgo que supone.
La mayoría de estos hombres son jóvenes y están en prisión por narcotráfico o hurto, aunque poco les gusta hablar del pasado.
Alejandro fue condenado a ocho años por robar una vivienda en su natal San Fernando, vecina a Los Ángeles.
Los últimos dos los pasó en Oak Glen, que poco parece una cárcel común: no hay celdas, hay jardines con árboles, se respira aire puro. Tiene incluso un gimnasio con pesas, prohibidas en otras instituciones. Muchos reos elogian su calidad de vida.
Ser bombero "cambió mi vida", indicó este hijo de mexicanos. "Cuando llegué no tenía ninguna experiencia, ahora disfruto trabajar en equipo, ayudar a otros... Esta es mi carrera".
El camión en el que viajan los reclusos no tiene escalera o manguera. Es un bus rojo con rejas en las ventanas. La cabina -donde conduce un bombero profesional- está separada del resto de la cuadrilla.
Durante la temporada de incendios, ese vehículo es prácticamente su casa. De Yucaipa pueden viajar por toda California para apoyar a combatir los focos. Solo el año pasado recorrieron unos 16.000 km.
A Derrick Lovell (25) le quedan seis meses en Oak Glen y su plan, al igual que Alejandro, es unirse a los bomberos forestales.
"Mi mamá está orgullosa, me dijo 'yo sabía que serías bombero y lo fuiste aunque sea por el camino más duro'", recordó emocionado.
"Es la primera vez que mi familia está orgullosa de mi", contó con una sonrisa pícara Travis Reeder (23), un chico preso por vender drogas que se desmayó en su segundo día de trabajo por deshidratación. También él apuesta por este oficio.