En 2015, la liberal-conservadora Ewa Kopacz, que entonces lideraba el Gobierno polaco, aseguró que su país recibiría a hasta 11.500 refugiados en el curso de los próximos años y que el Ejecutivo siguiente honraría ese compromiso con la Unión Europea (UE). Los primeros cien ciudadanos sirios debían llegar a Polonia a finales de marzo; un total de 400 debían radicarse en su territorio de aquí a diciembre de 2016. Pero este miércoles (23.3.2016), un día después de los ataques explosivos perpetrados en Bruselas, la nueva “mujer fuerte” de Varsovia, Beata Szydło, anunció que Polonia no acogería a un solo refugiado.
A juicio de Kai-Olaf Lang, de la Fundación Ciencia y Política (SWP) de Berlín, las emociones atizadas por el atentado están siendo instrumentalizadas para justificar este paso atrás mientras se ignoran los argumentos racionales. “Frente a un número tan modesto de refugiados por recibir –400 en un año–, nadie debe temer el surgimiento de sociedades paralelas”, comenta el experto, agregando que la jugada de Varsovia no es una excepción en Europa Oriental. “En esa región quieren ver los sucesos de Bélgica como la confirmación de que existe una correlación entre la llegada de refugiados y el riesgo de ataques terroristas”, dice Lang.
“Se los dije…”
Las reacciones registradas dentro y fuera del Grupo Visegrád –una alianza integrada por Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia– parecen darle la razón al especialista. El ministro de Exteriores húngaro, Péter Szijjártó, ha alegado sin matices que el peligro de sufrir atentados terroristas ha aumentado debido a la inmigración descontrolada. En una declaración oficial de la Unión Cívica Húngara (FIDESZ), el partido de Gobierno, se dice que “Europa paga su política [de asilo] con la vida de sus ciudadanos”. Jakob Wöllenstein, de la Fundación Konrad Adenauer, cercana a la Unión Cristianodemócrata alemana, ve en esa frase una provocación.
Una suerte de “se los dije…” dirigido a los ciudadanos húngaros y también a Berlín y Bruselas. “Budapest subrayó el factor seguridad en el debate en torno a los refugiados y ahora siente que siempre tuvo la razón”, señala Wöllenstein, subrayando, eso sí, que los Gobiernos de Europa Oriental se niegan a ver que ningún refugiado estuvo involucrado en el atentado de Bruselas; todos los atacantes son belgas de nacimiento.
Los Gobiernos de la República Checa, Eslovaquia y Bulgaria tampoco diferencian entre los refugiados y los terroristas. Como muestra, una declaración reciente del primer ministro búlgaro, Boiko Borissov. “Es imposible integrar a los terroristas. No es justo que Europa pague miles de millones por esta gente y que ellos nos golpeen directo en el corazón”, dijo el mandatario búlgaro al calor de los ataques de Bruselas.
Propuestas de solución no realistas
Esta fuerte respuesta de Sofía es el complemento de medidas igualmente duras, como el control total de sus fronteras y el incremento de la presencia policial en los espacios públicos. Al contrario de otros países, Bulgaria fue escenario reciente de un ataque terrorista: en el verano de 2014, un hombre libanés detonó los explosivos que llevaba encima dentro de un autobús abarrotado de turistas israelíes en el aeropuerto de Burgas.
Después de los atentados de Bélgica, Hungría y la República Checa intensificaron sus operativos de seguridad. En Polonia, Rumania y Eslovaquia se redobló la vigilancia policial en cuestión de horas en el metro, los aeropuertos, las estaciones de trenes y cerca de las misiones consulares. El mensaje que se enviaba parecía decir: el Estado cuida a sus ciudadanos. “En Europa del Este, muchos presentan la situación como si ésta tuviera soluciones nacionales, lo cual no es realista”, apunta Wöllenstein.