Futuro. Si algo les ha podido ofrecer Mauricio Macri a los argentinos, es la esperanza de un porvenir mejor. O, al menos, diferente.
El domingo el presidente recibió un importante respaldo en las elecciones legislativas de medio término. Su partido ganó en las principales provincias y en algunas históricamente favorables al hoy opositor peronismo.
Y lo pudo hacer casi sin molestarse. Sin cumplir muchas promesas. Porque del otro lado ha tenido una oposición dividida cuya figura más visible representa ?para la mayoría? la "corrupción" e "incompetencia" del pasado.
Ha tenido, pues, a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Ninguna otra mujer logró ser tan poderosa en la historia de Argentina, pero Kirchner igual se lanzó al Senado en las elecciones del domingo.
Y aunque al momento de publicación de esta nota no se sabe si ganó la simbólica contienda de la provincia de Buenos Aires, Kirchner se aseguró un escaño en el Congreso por 6 años.
A nivel nacional, sin embargo, la foto es la de un Macri triunfante: su coalición no será mayoría en el Congreso (porque se elegía solo un tercio del Congreso), pero tendrá más capacidad de aprobación y le podrá decir a la oposición no kirchnerista y al mundo que su gobierno tiene respaldo y va en serio.
El mandatario queda ahora en una posición propicia para impulsar las reformas de fondo que no ha podido siquiera plantear en dos años de gestión, los cuales concentró ?según él? en ordenar una economía amiga del mercado que solo ahora empieza a dar pequeños indicios de mejoría.
Desde las primarias de agosto, cuando se empezó a cuajar la victoria del oficialismo, Macri ha dicho que "empezamos a recorrer los mejores 20 años de la historia del país".
Buscará la reelección en 2019. Y en su coalición hay varios políticos que se proyectan como sucesores, entre ellos la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, la carismática María Eugenia Vidal, y el alcalde de la capital, el pragmático Horacio Rodríguez Larreta.
"Desneurotización de la Argentina"
El plan a 20 años busca cambiar al país en lo económico, político y judicial, entre otras cosas.
Pero empieza ?o, quizá mejor, termina? por un cambio en lo cultural.
"El fin último es la maduración y la desneurotización de la Argentina", le dice a BBC Mundo Alejandro Rozitchner, un filósofo que está en el círculo íntimo de asesores de Macri.
Rozitchner ha escrito decenas de libros sobre la "filosofía del entusiasmo", un pensamiento para enfocarse en el futuro sin caer en el pesimismo.
Las sonrisas dominan la colorida publicidad de los candidatos de Cambiemos, la coalición oficialista, que siempre se ven juntos, abrazados, desenvueltos. Sus comerciales hablan de lo posible, del trabajo en equipo, de una nueva generación.
Rozitchner cree que este cambio no es un proyecto político, sino un sentir social que tiene como expresión a este gobierno.
"Siempre se marca más la resistencia al cambio, pero lo que más hay es respuesta; si no, no seguiríamos ganando (elecciones)", dice.
"Creo que pasarán a la historia una serie de conductas, de discapacidades, de estilos que se enfocan en comprender el pasado, que le dan prevalencia a lo simbólico por sobre lo real, que mantienen relaciones interpersonales precarias de maltrato y que concentran el deseo en hacer la lucha en lugar de impactar y satisfacerte", asegura.
Para superar estas "discapacidades" y que la genta pueda hacer y producir cosas que le gustan lo primero que tiene que pasar ?sostiene la doctrina macrista? es que la economía, la justicia y la educación funcionen.
Argentina 2030
Con ese objetivo el gobierno creó Argentina 2030, un estilo de centro de estudios con un presupuesto de casi US$300.000 al año en el que participan intelectuales de varias ramas.
Argentina 2030 parte de un dato concreto, de una ventaja: el país ahora atraviesa un bono demográfico, la situación en la que hay más población activa que pasiva laboralmente.
Ese bono tiene un límite, que se estima en 2035, cuando se duplique el actual 10% de niños y adultos mayores.
También se parte de la idea de que se aprendió del pasado: que no se busca un modelo neoliberal como el que se instauró en los 90 ni se cuestiona la red de protección social estatal que se creó en los años 50 y fue reeditada por el kirchnerismo.
Aunque es un proyecto de centro-derecha, favorable al mercado y conservador en lo ideológico, Macri ?el primer presidente en 100 años que no es militar ni peronista ni de la Unión Cívica Radical? busca romper con las categorías tradicionales de afiliación política y lograr un balance entre el libre mercado y el apoyo estatal.
Ni liberalización ni industrialización: ambas
Se suele decir que la razón por la que Argentina entra en crisis cada 15 o 20 años es que su clase dirigente no se ha puesto de acuerdo en el modelo de país que conviene: que los gobiernos saltan entre el populismo y el liberalismo sin que ninguno se asiente.
Macri quiere acabar con eso: lograr un consenso entre la industrialización ?que implica una protección del mercado local a través de subsidios? y la liberalización ?que sugiere limitar la intervención del Estado en la economía, la justicia y el sistema financiero, entre otros.
En general, durante el último siglo la economía argentina ha sido exportadora, pero hoy ese tipo de modelos están en riesgo debido a la automatización de la mano de obra.
El gobierno pretende adaptar el complejo industrial a esa realidad diversificando la canasta exportadora con productos como el biodiésel, el vino y los automóviles y, a la vez, desarrollar una economía de servicios que exporte software, ingeniería y servicios empresariales, turísticos y educativos.
Argentina 2030 es consciente de que para esto se requiere de un sistema educativo amplio y eficaz que cuente con el apoyo del Estado y un marco regulatorio del empleo que incentive la formalidad y la innovación.
Un largo y complicado camino
Pero de esto Argentina está, sin duda, muy lejos.
Primero, porque es difícil pensar en un proyecto basado en el consenso nacional cuando el país sale de unas elecciones marcadas por la desaparición de Santiago Maldonado, un caso que generó un agresivo enfrentamiento entre los argentinos.
Pero están, también, los problemas estructurales: los costos de logística en Argentina son de los más caros del mundo, poco menos de la mitad de los empleados trabajan en negro, la red pública de educación está en crisis, las ferrovías están desmanteladas y la justicia es vista como la entidad más corrupta del Estado, entre otras cosas.
Además, la pobreza es del 30%, una problemática que el gobierno espera atacar erigiendo un Estado que garantice la calidad de vida como vehículo de movilidad social.
"Se propone medir la pobreza desde un espacio de capacidades que permiten ciertas funciones básicas para desarrollar una vida plena, destacándose buena alimentación y salud, libertad de movimiento, autoestima, respeto por otros y participación en la vida comunitaria", dice uno de los manifiestos de Argentina 2030.
Es difícil saber si los argentinos votan por Macri porque han comprado la idea de que se puede consolidar un modelo así, típico de países nórdicos, Canadá o Australia.
Los argentinos suelen mencionar cotidianamente aquellos tiempos en que su país era la séptima economía del mundo. El peso de haber sido una potencia todavía juega en el inconsciente de la gente.
Por ahora, la promesa macrista de un futuro mejor todavía genera réditos electorales.
Ese futuro, sin embargo, demorará. Y la pregunta es si los argentinos lo seguirán creyendo posible a medida que, en el corto y mediano plazo, no llegue.