Carlos Rodríguez empezó la mañana del Día de San Valentín con una sonrisa al recibir un regalo de su mejor amiga. Horas después, lloró al pensar que esa misma amiga estaba muerta.
Con voz serena, pero interrumpida por suspiros temblorosos, el adolescente de 17 años cuenta cómo se atrincheró el miércoles en una oficina de su escuela mientras otro joven, solo dos años mayor que él, masacraba al menos a 17 personas dentro del instituto.
Se acerca la medianoche y han pasado horas desde que el atacante, Nikolas Cruz, fue detenido a las afueras de la escuela.
En los alrededores de la enorme secundaria Marjory Stoneman Douglas, en la apacible ciudad estadounidense de Parkland, en el sur de Florida, hay una decena de patrullas de la policía bloqueando las entradas a los edificios de la escuela, camiones de televisoras locales estacionados frente a un campo de fútbol americano y ya no quedan estudiantes.
Excepto Carlos.
Está con su madre, Luz, y su hermana menor. "Queríamos ver qué está pasando", me dice, y su madre lo interrumpe para mostrar los mensajes de texto que intercambió con su hijo cuando Cruz descargaba su rifle semiautomático.
"Estamos en código rojo. Hay un shooter (atacante armado) en el campus", le escribió Carlos a las 14:29 hora local.
"Hijo escóndete rápido", le contestó Luz un minuto después.
En algunos momentos se debilitaba la señal telefónica y era imposible comunicarse, dice Carlos. Además, los adultos les pedían a los estudiantes que guardaran completo silencio y no llamaran a sus familiares para no atraer la atención del agresor.
A Carlos lo salvó un maestro de apellido Porter. El adolescente caminaba por uno de los pasillos de la escuela, casi a punto de irse a casa, cuando se desató una alarma de incendios y "Mr. Porter", como lo llama Carlos, "me tomó por el brazo y me dijo que debía entrar en la oficina".
Cuando por fin pudo evacuar la escuela junto a otros 50 estudiantes que se encerraron con él, Carlos se enteró de que su buena amiga Dani había recibido dos disparos. "En ese momento me quebré y rompí a llorar", dice.
"No sé cómo volveré a esa escuela"
Isabella Atencio, también amiga de Dani, estaba en otro lugar de la escuela pública de más de 3.000 estudiantes cuando ocurrió el tiroteo. Se encerró en un auditorio con decenas de otros adolescentes hasta que la policía irrumpió en el sitio y los apuró para evacuar agachados, en fila y con las manos arriba.
Ahora está en su habitación en el segundo piso de su casa, a unos 20 minutos de la secundaria. En la planta baja su familia está reunida a propósito del Día de San Valentín.
No hay música, los que están comen y conversan y a menudo voltean a mirar la televisión, que muestra sin interrupciones imágenes aéreas donde se ve a la policía entrando y saliendo de la escuela de Isabella.
Ella todavía intenta asimilar lo que le pasó. Tiene decenas de mensajes de amigos que le preguntan si está bien y está intentando responderlos todos, aunque dice que preferiría descansar por un rato.
"Matar a 17 personas es horrible, es loco", dice, mientras me enseña en su celular una captura de pantalla de lo que parece ser la cuenta de Instagram de Nikolas Cruz, el atacante.
Aparecen fotografías de un joven encapuchado, que en algunas fotos empuña cuchillos y en otras armas. Solo en una se pueden ver sus ojos.
Isabella, de 16 años, dice que no lo conocía, pero que una de sus amigas alguna vez le mostró esas fotos para explicarle "lo extraño" que le parecía el antiguo estudiante de Douglas High School, quien fue expulsado el año pasado por "mala conducta disciplinaria".
Ese joven, desconocido para Isabella, era ahora el que le había disparado a su amiga Dani en las costillas y en la pierna.
"El peor momento de todo este día fue cuando me llamaron para preguntarme si ella estaba bien. No sabía de quién me hablaban y cuando me dijeron que Dani había recibido dos disparos, en seguida pensé que había muerto", dice.
Apenas la recogió su madre en un hotel que se convirtió en centro de acopio para los estudiantes evacuados, Isabella le pidió ir al hospital para ver a su amiga. Y por fin recibió la única buena noticia del día: había sobrevivido y le daban de alta el mismo miércoles.
Pero el terror que vivió será muy difícil de superar. "No sé cómo volveré a esa escuela. No sé cómo voy a pretender aprender sabiendo que en ese mismo salón de clases alguien murió".
Homenaje
Desde la oscuridad del estacionamiento frente al campo de fútbol americano, que tiene los reflectores apagados, Carlos ni siquiera piensa en el día en que regresará a estudiar, sino en el homenaje que harán él y otros compañeros a las víctimas el jueves en un parque cercano a la secundaria.
También dice que seguirá grabando, como ya lo hacía antes, a sus compañeros sonrientes para su canal de YouTube.
Precisamente el miércoles había llevado su cámara a la escuela para captar los momentos en que sus amigos se entregaran regalos de San Valentín.
Me muestra imágenes de videos anteriores y se ve a adolescentes compartiendo en la cafetería, haciendo muecas, sacando útiles escolares de sus mochilas, sonriendo a la cámara.
"Esta escuela es así, felicidad", dice Carlos, como si quisiera borrar un día y volver a empezar.