9 de febrero de 1945, últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. El submarino alemán U-864 navega la costa oeste de Noruega.
Va cargado de insumos para fabricar material bélico. Lleva plomo, acero y 65 toneladas de mercurio.
Su misión, llamada Operación César, es llegar hasta Japón, país aliado, y entregarles esa materia prima para que fortalezcan su arsenal.
Dentro viajan 73 personas, entre la tripulación y varios científicos que trabajaban para el régimen nazi, que van a transferir conocimiento a los japoneses.
Pero la operación fracasó.
Un submarino británico, el HMS Venturer, logró interceptar al U-864 y lo impactó con un torpedo. Todos sus ocupantes murieron.
El ataque pasó a la historia como el único episodio de guerra en el que un submarino logra destruir a otro mientras ambos están sumergidos.
En 2003, 58 años después del ataque, la marina noruega halló los restos del U-864, a dos millas náuticas de la isla Fedje.
Sus ruinas yacen en el fondo del mar a 150 metros de profundidad.
El submarino está roto en dos partes, proa y popa, y varios fragmentos de la nave reposan alrededor.
Un legado mortal
Hoy, más de 70 años después del siniestro, el submarino sigue siendo un tema de debate para las autoridades noruegas.
La discusión se centra en cuál es la mejor manera de manejar el riesgo de contaminación que representa la carga de mercurio que está dentro del submarino y sus alrededores.
En los años siguientes al hallazgo, las autoridades noruegas condujeron estudios en los que hallaron concentraciones de mercurio mayores de lo normal en los alrededores del submarino.
En 2005, la Autoridad de Seguridad Alimentaria recomendó que los niños y las mujeres embarazadas no comieran comida de mar que viniera de esa zona.
Un estudio del Instituto Nacional de Investigación sobre Nutrición y Comida de Mar, concluyó que los peces que se habían expuesto a los sedimentos del área del submarino, tenían niveles de mercurio cuatro veces más altos que los peces de otras zonas.
En 2014, la Administración Costera de Noruega concluyó que remover los restos de la nave y las piezas contaminadas alrededor de ella, harían que el material tóxico se esparciera.
Para evitar que el submarino se moviera durante los temblores bajo el agua, descargaron cerca de 100.00 metros cúbicos de arena y rocas para rellenar una pendiente sobre la que reposa la proa.
Ahora, a mediados de octubre, las autoridades decidieron que recubrir el submarino sería la solución más segura y amigable con el medio ambiente.
Según un reciente comunicado del Ministerio de Transporte de Noruega, se instalará un cobertor que abarcará un área de 47.000 metros cuadrados, debajo del cual estará el submarino. Si todo sale bien, la cobertura debe estar lista en 2020.
Así, como un Chernóbil bajo el agua, Noruega busca tener bajo control una amenaza a la que un documental del director Marc Bresse se refiere como "un legado mortal" que podría desatar "uno de los peores desastres ecológicos del Mar del Norte".