De todo lo que se dice de Roger Stone, algunas cosas son seguras: es un viejo asesor del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene el rostro del exmandatario Richard Nixon tatuado en la espalda y pasó por varios escándalos, incluso de tipo sexual.

También es cierto que Stone está salpicado por la tormenta que sacude a Washington en estos días sobre los intentos que los servicios de inteligencia estadounidenses detectaron de Rusia para interferir en las elecciones de 2016.

Aunque el triunfo de Trump en esos comicios sorprendió al mundo hace exactamente un año, Stone ya había imaginado al magnate inmobiliario como alguien presidenciable tres décadas antes.

Hoy con 65 años, este operador calificado de "sucio embustero" de la política (algo de lo que ni él mismo reniega) sigue siendo tan polémico como siempre, al punto que su cuenta de Twitter fue suspendida hace algunos días, después que la usó para atacar a periodistas.

"No digo que él sea el hombre más moral; digo que es efectivo y siempre lo ha sido", le dice a BBC Mundo Hank Sheinkopf, un veterano consultor político basado en Nueva York que conoce a Stone desde los años 80.

Una idea "extraordinaria"

Quien presentó a Stone y Trump a inicios de los 80 fue Roy Cohn, un fallecido abogado que trabajó para el senador Joseph McCarthy durante sus polémicas investigaciones de actividad comunista en EE.UU.

"Roger siempre quiso que yo me postulara a la presidencia", señala el propio Trump en un documental sobre Stone difundido este año por Netflix.

El actual presidente explica que "una de las cosas que siempre fascinó" a Stone fueron los altos ratings que generaba su presencia en los medios.

"¿Crees que votantes no sofisticados hacen una diferencia entre entretenimiento y política?", pregunta Stone en el mismo filme, al evaluar el aspecto "presidencial" que Trump mostraba en sus reality shows televisivos.

Y el inicio de la campaña de Trump mostró la huella de Stone, que por ejemplo respaldó la estrategia de convertir la lucha contra la inmigración y la crítica a la élite política en banderas electorales del candidato.

Sheinkopf sostiene que Stone siempre fue "un líder" en entender y disputar para el Partido Republicano los votos de obreros poco calificados o católicos blancos, personas que solían formar la base electoral del Partido Demócrata.

"La idea de hacer que trabajadores de cuello azul piensen de algún modo que sus intereses están mejor atendidos por un republicano que ni siquiera es republicano y vive en un edificio que parece un rascacielos dorado en el medio de Manhattan, es extraordinaria", reconoce Sheinkopf.

"Eso no significa que me gusten Trump o Stone. Pero hay una expresión aquí que dice: dale al Diablo lo que es suyo", señala.

"Mucho dinero"

La experiencia política de Stone, un amante de las pesas y los trajes a medida, data de mucho antes que su relación con Trump.

Militó en el Partido Republicano desde sus años de universidad, realizó ardides para descalificar a adversarios de Nixon y su nombre apareció mencionado tangencialmente en el escándalo Watergate que forzó la renuncia del presidente en 1974.

Stone siguió admirando a Nixon tras su caída, tanto por el estilo combativo del expresidente como por su obsesión por ganar siempre, todos estos rasgos que también se distinguen en Trump.

Más adelante Stone fue consultor del equipo político de Ronald Reagan y, tras la llegada de éste a la presidencia a comienzos de los 80, creó con otros colegas una empresa de lobby y consultoría para vender sus influencias dentro del gobierno.

Uno de sus socios era Paul Manafort, quien el año pasado fue jefe de campaña de Trump y la semana pasada fue acusado de lavado de dinero y otros cargos que él rechaza por el fiscal especial Robert Mueller, quien investiga la posible injerencia rusa en las últimas elecciones.

Entre los clientes de la consultora que tuvieron Stone y Manafort figuraron dictadores como Ferdinand Marcos, de Filipinas, o Mobutu Sese Seko, de la hoy República Democrática del Congo.

"Todos hicieron mucho dinero", dice Ann Stone, exesposa de Roger Stone, sobre los socios de aquella empresa de la que más tarde se desvincularían.

Stone también comenzó en aquellos años a hacer lobby para Trump. Y a imaginarlo como candidato presidencial.

"Roger lo aconsejó (a Trump) y guió en términos de algunas de sus tácticas, cómo avanzar en su carrera y promover su nombre", le dice Ann Stone a BBC Mundo.

"Libertario y libertino"

Pero tanto, la carrera de Stone como su relación con Trump han tenidos altibajos.

En 1996, tras divorciarse de Ann y casarse con otra mujer, Stone fue mencionado en un artículo de prensa como alguien que aparecía en avisos personales junto a su esposa en busca de personas con quienes tener sexo grupal.

Aunque él respondió que se trataba de una trampa, el escándalo acabó con su trabajo como consultor del candidato republicano Bob Dole y años después admitió que los avisos eran reales.

"No soy culpable de hipocresía", dijo a la revista The New Yorker en 2008. "Soy libertario y libertino".

Stone también dejó de trabajar en la campaña de Trump repentinamente en agosto de 2016, en circunstancias poco claras: él dijo que renunció, pero el candidato indicó que lo había echado porque se hacía demasiada publicidad para sí mismo.

Sin embargo, mantuvo cierta influencia en la campaña de Trump conducida por su antiguo socio Manafort.

Y el nombre Stone siguió siendo noticia.

"Normas aceptadas"

En octubre pasado, John Podesta, entonces jefe de campaña de la candidata demócrata Hillary Clinton, sostuvo que Stone supo de antemano del hackeo de sus correos electrónicos que fueron divulgados por WikiLeaks.

En particular, hubo dos comentarios de Stone previos a esa divulgación que despertaron sospechas: un mensaje en su cuenta de Twitter diciendo que pronto llegaría "la hora de Podesta" y una declaración en la que admitió haberse "comunicado" con Julian Assange, fundador de WikiLeaks.

Stone ha negado que su tuit sobre Podesta aludiera a sus correos electrónicos y ha dicho que su comunicación con Assange fue legal, a través de un tercero.

"Mientras algunos pueden etiquetarme como sucio embustero, los miembros de este comité no pueden señalar ninguna táctica que esté fuera de las normas aceptadas de lo que los estrategas y consultores políticos hacen hoy", afirmó en una declaración antes de comparecer en septiembre ante el comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, que indaga la posible injerencia electoral rusa.

Sin embargo, aceptó haber tenido intercambios "benignos" con Guccifer 2.0, un presunto hacker a quien los investigadores asocian con la intromisión rusa en los servidores de emails demócratas.

Las preguntas que aguardaban a Stone en el comité de Inteligencia eran obvias: ¿Estaba al tanto de esfuerzos rusos para colaborar con la campaña de Trump? ¿Coludió él mismo con los rusos? ¿Sabía de antemano del hackeo de emails a los rivales demócratas?

Stone negó todo, según dijo a la prensa al salir de su declaración, aunque para muchos la duda se mantiene.

Pese a tanta controversia, Stone aun se lleva bien y "habla con Trump", señala su ex esposa Ann Stone, que también colaboró con la campaña del actual presidente y mantiene comunicación fluida con su exmarido.

Cuando le preguntan cómo definiría a Roger Stone, ella dice que "puede ser encantador, pero no es alguien que quieras como tu enemigo".

Y cuenta que cuando eran jóvenes, él solía decirle que lograría sus metas en la vida si el epitafio en su tumba dijera: "Aquí descansa un verdadero hijo de puta".

Tiempo después de divorciarse, recuerda, él la llamó un día molesto porque algunos lo atacaban sin siquiera conocerlo. Entonces, ella evocó aquella idea de epitafio: "Claramente lo has logrado", le dijo, "has pasado muchos años cultivando esa imagen".

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