En medio del barrio Kita Ku, a un costado de la Universidad Teikyo, está instalada la Tokyo Korean High School. Es una escuela a todas luces común y corriente, con la única y gran diferencia, de que esta es una escuela norcoreana en pleno corazón de Tokio.
La entrada es por una especie de estacionamiento, donde no se puede ver más que pavimento y un edificio antiguo, gris, avejentado. Frío. Te reciben en una oficina plagada de sillones de cuero gastado y algunas mesas magulladas. Un par de cuadros en la pared disimulan la decadencia.
El director, Kim Seng Fa, 59 años, alto, delgado, amable, entrega tranquilamente las indicaciones antes de iniciar un pequeño tour para mostrar su colegio.
Tiene 71 años de historia y es una de las 63 escuelas norcoreanas que existen en Japón.
Fueron creadas al finalizar la Segunda Guerra Mundial para cubrir la necesidad de miles de Zainichi (como se denomina a los coreanos residentes en Japón), que llegaron al país durante la ocupación nipona en su tierra, ya sea en búsqueda de mejores alternativas de vida o como esclavos del imperio japonés.
Cuando llegaron a Japón, existía solo una Corea, pero al finalizar la guerra su país se dividió en dos y quedaron en la extraña situación de no pertenecer a ningún lugar.
"Después de la guerra nosotros no teníamos nacionalidad. Corea del Sur no quería a los coreanos que vivían en Japón de regreso y Japón los quería fuera del país, ninguno de los dos países quería ayudarnos. Sin embargo, Corea del Norte nos brindó apoyo y nacionalidad", cuenta Míster Kim, eternamente agradecido a su país.
Hoy esta escuela cuenta con 544 alumnos y el 100% de sus profesores son egresados de esta u otra escuela norcoreana en Japón.
Dentro de la escuela
Pese a la primera impresión, nos internamos en un edificio más bien moderno y con sensación de calidez en el ambiente. Los estudiantes corren desaforados, ríen a carcajadas, hablan fuerte y saludan diciendo "hello" "hi" e incluso "hola". Varios se acercan a dar la mano, pasando por alto el estricto protocolo asiático.
El recorrido comienza por las salas de clases. En ellas alumnos participativos estudian principalmente en coreano, pero también practican japonés e incluso inglés.
Los hombres visten pantalón gris y camisa blanca. Las mujeres, llevan puesta una túnica negra con una chaqueta corta llamada Chima Jeogori, clásico uniforme de las escuelas coreanas.
La mayor particularidad está al frente del salón. Sobre la pizarra, cuelgan los retratos de los antiguos gobernantes de Corea del Norte y emblemas de la dinastía Kim, Kim il Sung y Kim Jong Il, abuelo y padre respectivamente de Kim Jong Un, el actual mandatario.
"Esto es parte de nuestra historia y así la enseñamos. Ese es oficialmente nuestro origen, es por eso que mantenemos las fotos de los líderes de Corea del Norte. Son nuestras raíces", cuenta Kim, asegurando que es ese también el camino que quieren seguir.
Pero señala que por el momento no tienen planes de colgar el retrato de Kim Jong Un en las aulas.
Al salir del pabellón de clases, construido netamente gracias al aporte de más de 2.000 egresados, hay un enorme campo de pasto sintético, donde los alumnos diariamente practican deportes para competir a nivel nacional.
Frente al campo, un gimnasio con una impecable cancha de básquetbol y un escenario, donde los clubes de música entonan melodías norcoreanas ante la atenta mirada de sus compañeros.
"Mis padres eligieron esta escuela porque yo tengo que aprender sobre la cultura coreana. Sobre nuestros orígenes", asegura Lee Taehyon, alumno de primer grado.
Su compañero Son Ryondk cuenta: "Me gusta mucho esta escuela porque podemos aprender de la historia coreana, que no se puede en el resto de las escuelas japonesas. Y todos somos iguales, todos venimos del mismo lugar".
Y es que en esta escuela se habla de una sola Corea. Los mapas que se ven en las salas de clases muestran una Corea, sin división alguna.
Una vez al año los alumnos de tercer grado visitan Corea del Norte en una especie de viaje de estudios.
La idea es empaparse de su cultura, entender sus orígenes y darle sentido a todo lo que aprenden en la escuela.
En las murallas de los pasillos se pueden ver las fotos de los estudiantes disfrutando de los parajes de Corea del Norte y posando orgullosos con su bandera.
Financiamiento
Por estos días, la Tokyo Korean High School está da una dura batalla para conseguir apoyo estatal, tal como sucede con el resto de los centros educativos en Japón. Pero las escuelas norcoreanas no tienen derecho a recibir este beneficio debido a su cercanía con Pyongyang, lo que consideran injusto, discriminatorio y racista.
Kim Juyong, egresada de esta escuela y futura profesora de inglés de la misma cuenta: "Yo soy coreana y aunque nací en Japón y vivo en Japón, tengo que estar orgullosa de Corea del Norte. Tenemos que pelear ante los políticos japoneses, tenemos que obtener nuestros derechos humanos. Luchar por nuestra autonomía, por nuestra independencia, por nuestra libertad".
Esta lucha es cuesta arriba.
El financiamiento de esta escuela proviene principalmente de donaciones, tanto de exalumnos como de Corea del Norte, que desde su creación ha enviado grandes sumas de dinero que gradualmente han ido disminuyendo.
"Comenzaron a ayudarnos económicamente cuando terminó la guerra. Ahora seguimos recibiendo esa ayuda, especialmente para el financiamiento del texto de estudio, pero más allá del dinero, lo más importante es que nuestra conexión con Corea del Norte es espiritual", recalca Míster Kim.
Dicho texto es revisado por el Chongryon, la asociación de coreanos residentes en Japón. De esa forma, la conexión espiritual se ve reflejada en los libros, donde se plasma el punto de vista norcoreano.
Pese a esto, Míster Kim se esmera en afirmar que "no se le enseña a los alumnos cómo pensar. Nosotros nos enfocamos en enseñar la historia tal como ha sucedido y cada estudiante se puede formar su propia opinión".
"No somos espías"
Las escuelas norcoreanas en Japón, y los Zainichi en general, no son bien vistas por los nacionalistas extremos japoneses y el escenario político actual no los ayuda demasiado.
"A veces recibimos cartas o llamadas extrañas. Una vez recibimos una llamada diciendo 'váyanse a su país y dejen de lanzarnos misiles' y otras veces recibimos amenazas de bomba".
Míster Kim cuenta estas historias casi como una anécdota. Y es que con el paso de los años se han ido acostumbrando e intentan no darle importancia.
"Una vez un japonés llamó a la escuela y me preguntó: '¿Si hay una guerra, te vas a ir al lado de Corea del Norte o al de Japón?' Respondí que 'no creo que la guerra vaya a suceder, nosotros podemos detenerla, pero si realmente sucediera, yo voy a seguir aquí, nosotros nos vamos a quedar aquí'. Y el japonés se quedó tranquilo con la respuesta".
"En internet se han creado mitos urbanos de que en las escuelas norcoreanas se enseña a ser espía, las historias corren y la gente las cree. Queremos abrir esta escuela a toda la comunidad, para que sepan lo que realmente aquí sucede. Que no somos espías", dice.
Tensión política actual
Míster Kim, asegura que "las posibilidades de un conflicto armado están presentes, pero nosotros deberíamos hacer todo lo posible para que eso no suceda".
No parece preocuparse demasiado por las pruebas nucleares que Corea del Norte realiza, ni tampoco por los misiles que han sobrevolado Japón.
"Los misiles fueron lanzados hacia el océano, que es público y sobre Hokkaido, muy arriba. Solo una parte del cielo pertenece a Japón, arriba es el universo y el universo es público también", añade, "ellos no están intentando comenzar una guerra. Los misiles no vienen dirigidos a Japón".