El papa Francisco viajó a Japón el fin de semana para rendir tributo en Hiroshima y Nagasaki a las víctimas de las bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades durante la II Guerra Mundial y condenar el uso de armas nucleares.
Pero también con el objetivo de recordar a un grupo menos conocido de residentes, que fueron torturados y forzados a esconder sus creencias por cientos de años: los cristianos.
Y es que, si estuviéramos en el Nagasaki del siglo XVII, esta imagen sería común:
Un hombre espera nerviosamente en la fila a que lo llamen. Cuando escucha su nombre da un paso adelante bajo la intensa mirada de las autoridades locales y de la capital que fueron enviadas especialmente para la ocasión.
Frente al hombre hay una pequeña imagen de bronce en la que se ve a Jesucristo en la cruz. Le piden que la pise.
Si lo hace, es una declaración pública de que ha abandonado su fe, y de que vivirá un día más.
Si no lo hace, podría ser condenado a ser ejecutado, crucificado o torturado, bien forzado a meterse en aguas termales hirvientes, o siendo suspendido de cabeza sobre un agujero repleto de excrementos.
Cualquier signo de duda podría costarle la vida.
Religión "retorcida"
Nagasaki, una importante ciudad portuaria, fue introducida al cristianismo por primera vez en 1560, cuando los misioneros jesuitas de Portugal comenzaron a llegar a Japón.
El portugués era en ese momento uno de los imperios marítimos más grandes del mundo, con bases por todas partes desde África hasta Asia.
Los misioneros jesuitas trabajaban para convertir a los señores feudales de la zona, algunos de los cuales reconocían que convertirse a esta religión extranjera podría servirles para obtener el apoyo comercial de los portugueses.
A muchos campesinos bajo estos señores feudales también los trataron de convertir a esta religión y, para comienzos del siglo XVII, la ciudad se había vuelto la "Roma de Japón".
"Nagasaki fue establecida básicamente como una ciudad cristiana con parroquias", le dice a la BBC Kiri Pramore, profesor de estudios asiáticos de la Universidad Nacional de Irlanda.
"Ningún otro lugar de Japón fue tan cristiano como Nagasaki".
En su mayor momento de gloria, había cerca de 500.000 personas en la ciudad que se identificaban como cristianas.
Pero con el tiempo, las autoridades políticas de Japón decidieron que el rápido crecimiento de esta religión representaba una amenaza para el gobierno central, y por ello decidieron tomar medidas enérgicas para acabar con ella.
"Querían librarse del cristianismo, pero también sacar a los extranjeros que creían eran una amenaza política para la seguridad del Estado. Las dos cosas estaban relacionadas", explica Paramore.
En la última mitad del siglo XVI, 26 misioneros extranjeros fueron crucificados en Nagasaki. Esto marcó el principio de lo que sería un largo período de persecución contra los cristianos.
En 1614 se prohibió la religión explícitamente, a lo que siguió la expulsión de los misioneros extranjeros.
Aquellos que se negaban a irse fueron arrestados, asesinados o forzados a abandonar su religión.
Japón ingresó en un período de aislamiento, cortando el contacto con casi todos los otros países bajo el gobierno de ese momento (a cargo de Tokugawa Shogunate).
Torturados una y otra vez
Alrededor de 1620, las autoridades decidieron que no era suficiente librarse de los líderes religiosos.
Tenían que encontrar una forma pública de arrancar la religión del corazón de la gente.
¿La solución? Los fumie.
Eran imágenes de Cristo o de María hechas de latón, a veces montadas sobre tablas de madera.
Cada residente de Nagasaki tenía que cumplir con la práctica de pararse sobre el fumie.
Rápidamente se convirtió en una costumbre que se repetía cada comienzo de año.
"Era una obligación. Ni la gente común, ni los samurái, ni los monjes budistas, ni siquiera los enfermos la podían pasar por alto (en el caso de los últimos se les llevaba la tabla de madera a casa). Todo el mundo tenía que hacerlo", explica Martin Ramos, profesor de estudios japoneses de la Escuela Francesa de Extremo Oriente (EFEO), con sede en París.
"Estaba muy bien pensado porque, en ese momento, los cristianos dependían mucho de las imágenes. La gente rezaba frente a una imagen, ya fuera de María o de Jesús, por lo que muchos creían que ésta contenía una parte de Dios".
"Era un vínculo con lo divino. Por eso, pisar (la imagen) era algo a lo que le temían".
Pero muchos, finalmente, se rindieron y pisaron los fumie.
"Si examinas de cerca un fumie original, verás que el rostro de Cristo se desgastó por completo, lo que nos recuerda la cantidad de pies que se posarían sobre él", dice Simon Hull, profesor de la Universidad Católica Nagasaki Junshin y experto en catolicismo japonés.
Los cristianos que se negaban a hacerlo era asesinados o, más comúnmente, torturados.
"A veces los colgaban boca abajo sobre un pozo lleno de excrementos. Les hacían cortes en las sienes para liberar la presión, así no se morían", añade Paramore.
"En ocasiones solía estar presente un médico, para evitar que el torturado muriera y poder seguir atormentándolo", dice Hull.
Se estima que cerca de 2000 personas murieron como mártires, por negarse a renunciar a su fe.
Otros fingían que ya no eran creyentes, y lo seguían siendo en secreto.
"Volvían a su casa rogándole a Dios que los perdonara", señala Hull. "En una comunidad, quemaban incluso las sandalias que habían usado, y mezclaban las cenizas con agua y luego se la bebían en señal de profunda penitencia".
A esas personas más tarde se las conoció como kakure kirishitan o cristianos ocultos.
"Llevaban a cabo bautismos y otras prácticas cristianas en secreto y les ponían nombres portugueses como Paulo, Mario e Isabella a sus hijos. Celebraban la Navidad y la Semana Santa", explica Ramos.
También incorporaban elementos japoneses en a práctica, para evitar que los identificaran como cristianos.
"Por ejemplo, si piensas en la comunión, remplazaban el pan por el arroz", cuenta Mark Mullins, profesor de estudios japoneses en la Universidad de Auckland, en Nueva Zelanda.
De la misma manera, representaban a la Virgen María con deidades japonesas, como Kannon.
"Por más de 200 años no tuvieron contacto con misioneros extranjeros. Por eso se volvió una religión muy local, algo que pasó a la siguiente generación", aclara Ramos.
Paradoja
Hacia finales del siglo XIX, Japón decidió abrir nuevamente sus fronteras.
En 1858, la práctica de pisar los fumie fue prohibida en Nagasaki.
En 1873, la larga prohibición del cristianismo en Japón se levantó, más de dos siglos después de que se decretara.
"Cuando Japón abrió nuevamente sus fronteras, cerca de 20.000 cristianos reaparecieron y salieron de su escondite", señala Mullins.
"En ese sentido, los fumie fueron efectivos. Se pasó de tener 500.000 cristianos a 20.000".
Hoy día, solo cerca del 1% de la población de Japón (126 millones) son cristianos.
De las comunidades que profesan dicha fe en el país, la de Nagasaki es la más grande.
"Una de las paradojas es que si todos los japoneses católicos se hubiesen negado a pisar el fumie y hubiesen elegido morir como mártires, el cristianismo hubiera desaparecido del país", comenta Hull.
"Es solo porque algunos tomaron la decisión existencial de pisar el fumie, a pesar de creer que esta acción era un pecado grave, que el cristianismo pudo sobrevivir en Japón".
Hideharu Tamura, de la BBC, contribuyó en este reportaje.