Más de 300 personas de Kosovo se han unido a los grupos islamistas que combaten en lo que ellos consideran una "guerra santa" en Siria e Irak, esa cantidad es la mayor proporción per cápita de toda Europa.
Pero no todos tienen el perfil del típico yihadista, como prueba el hombre con el abrigo negro, la barba corta y la apariencia de "hipster" que camina hacia mí por entre las mesas de un café de moda de Pristina.
Se sienta, y parece un poco avergonzado cuando enfrente le colocan un vaso grande de café con una inmensa porción de crema batida.
Se llama Albert Berisha. Tiene 31 años y hace cinco se fue a Siria, a pelear.
"Sé que es difícil de creer, pero pasó", dice de los nueve días que pasó con diferentes grupos extremistas.
Articulado y centrado, dice que su principal razón para viajar a Siria era oponerse al presidente sirio Bashar al Assad.
Para citar (mal) la película "Withnail y yo", Albert se fue a pelear "por error" y terminó rebotando entre experiencias incómodas y atemorizantes.
Durante su breve, pero accidentado período en Siria, el Frente al Nusra -un antiguo afiliado de al Qaeda- trató de reclutarlo antes de dejarlo ir, dice.
Luego se sumó a un grupo de albaneses étnicos, como él, hasta que se dio cuenta que estos estaban tratando de sumarse al grupo autodenominado Estado Islámico, lo que no era su intención.
Albert cuenta que logró escapar mientras estaban ocupados peleando contra los kurdos y se unió aAhrar alSham, una coalición de grupos islamistas y salafistas que no ha sido clasificada como organización terrorista.
Ahí le enseñaron a desarmar y armar un Kalshnikov, pero asegura que nunca combatió.
Y, después de solo cinco días, se dio cuenta que la realidad de Siria no se parecía a su idea romántica de sumarse a una revolución para liberar a los oprimidos.
Más ingenuo que radical
"Para mí sería fácil mentir, como han hecho muchos otros diciendo que solo querían ofrecer ayuda humanitaria", dice Albert.
"En realidad pensé que iba a completar mi entrenamiento y ser enviado al campo de batalla inmediatamente. Pero nunca tuve la intención de hacerme miembro de un grupo terrorista", asegura.
Habiendo crecido en Kosovo, que estuvo en guerra con Serbia por dos años durante la infancia de Albert, la idea de tomar las armas no le parecía particularmente extraña.
Y de la forma en la que cuenta su historia se desprende que antes de llegar a Siria no era un radical, sino un ingenuo. Su conocimiento del país provenía sobre todo de videos en internet.
"Me había imaginado que la oposición a Assad no tenía gente con pasado criminal en sus filas", confiesa. Antes bien, pensaba que "solo tendrían gente de bien interesada en ayudar a la población".
En lugar de eso, lo que encontró fueron brutales y mezquinas disputas entre las diferentes facciones islamistas, que le hacían más mal que bien a los civiles sirios.
Y después de explicarle a su comandante que había faltado a una regla crucial, pues no le había pedido permiso a su madre, Albert fue dado de baja de Ahrar al Sham y regresó a casa.
Estuvo lejos de Kosovo solo por casi dos semanas. Su madre nunca supo que había estado en Siria. Al menos no hasta que fue arrestado una mañana de 2014 en la casa familiar.
Esperando sentencia
Albert fue acusado de terrorismo y sentenciado a tres años y medio en la cárcel. Actualmente está apelando la sentencia, pero si la apelación fracasa irá directamente a prisión.
Por el elevado número de combatientes que ha exportado a Siria e Irak, a Kosovo se la conoce como "la capital europea de la yihad". Y ese es un tema bastante sensible en el país.
Cuando lo abordé con un funcionario del gobierno, este terminó la entrevista de forma abrupta, diciendo que la pregunta era "pura propaganda de Rusia y de Serbia".
Pero como resultado del derrumbe del califato de EI en Medio Oriente, la pregunta de qué va a pasar con los combatientes que poco a poco han empezado a regresar a casa se hace cada vez más difícil de obviar.
El primer ministro de Kosovo, Ramush Haradinaj, ha dicho estar dispuesto a recibir de regreso a los combatientes, en contraste con otros países, como Reino Unido, que le están quitando la nacionalidad a los yihadistas.
Y Albert, junto a su amigo Arber, fundó una organización llamada Instituto para la Seguridad, la Integración y las Desradicalización, con la que tratan de disuadir a otros de que vayan a pelear y de contrarrestar la narrativa yihadista en las redes sociales.
También le ofrecen asistencia a aquellos que regresan, para que se mantengan en el camino correcto, aunque admiten que no saben cuántos de ellos están dispuestos a renunciar a sus ideas radicales.
Albert, por su parte, calcula que va a tener 34 años cuando salga de prisión.
"Cuando era joven, todo el mundo pensaba que iba a llegar lejos en política. Y mi primera aparición en los medios fue como sospechoso de terrorismo", dice, con tristeza.
Y ciertamente tiene razón cuando dice que su historia es difícil de creer. Quién sabe qué pasó en Siria en 2013. Aunque, hoy por hoy, se hace difícil imaginarlo con un arma en la mano, y mucho menos peleando para un afiliado de al Qaeda o del lado de EI.