España es el ejemplo más claro de la despoblación rural que afecta a la Unión Europea.
Durante décadas, millones de personas han emigrado a las ciudades para encontrar trabajo.
Los que quedan en las aldeas suelen ser ancianos u hombres solteros que trabajan en la agricultura.
Entonces, ¿cómo encuentra el amor un solitario granjero español?
Las antiguas casas de piedra de Pradena de Atienza, se desgranan a los lados de un valle.
Antonio Cerrada tiene 52 años y ha trabajado aquí, con animales, toda su vida adulta.
Al igual que su padre y su abuelo antes que él, pasa sus días cuidando cabras en la granja que maneja con su hermano.
La casa de Antonio está al norte de Madrid, solo a dos horas y media en carro, pero sus montañas desnudas y el gélido viento de invierno hace que parezca que está mucho más lejos.
"Si no fuera por mi hermano y por mí, esta aldea estaría abandonada desde hace mucho tiempo", dice Cerrada.
Ni siquiera 10 personas en total viven todo el año en Pradena de Atienza.
Antonio ha visto a docenas de sus vecinos marcharse en busca de una nueva vida a la ciudad.
Él no quiso irse nunca, pero anhelaba tener una compañera.
Y a los 30 años, comenzó a buscar en serio a una mujer que no se desanimara por la vida deuna aldea casi desierta.
No fue fácil.
"Granjero busca esposa"
"Había un programa de televisión, se llamaba "Granjero busca esposa", o algo así. Lo vi en la televisión un martes. Quería ir a ese programa", cuenta Cerrada.
No fue, pero entonces Antonio escuchó acerca de la Caravana de las Mujeres, o Caravana del Amor, como a veces se la conoce.
Esta es una iniciativa comercial que lleva un autobús de mujeres solteras de Madrid a que conozcan a hombres solteros en el campo en cenas y bailes organizados.
Manolo Gozalo coordina estas excursiones desde 1996, ahora junto a su pareja, Venecia Alcántara.
Y tal vez la pareja sea su mejor anuncio: se enamoraron en una de las primeras caravanas de Manolo.
"Hemos organizado alrededor de 600 fiestas hasta ahora. Se habrán formado unas 180 parejas", cuenta este.
"Por supuesto, no todas han durado, pero alrededor de 100 aún están juntas", añade.
El encuentro
Cuando Antonio leyó que la Caravana venía a un restaurante en un pueblo cercano, se quitó el mono, se acicaló y fue.
María Carvajal, una colombiana que vivía en la capital, fue la última en bajar del autobús.
"Todos estábamos bailando, y Antonio no paraba de mirarme", recuerda.
"Así que le dije: '¿Quieres bailar?' Me dijo que no sabía. Así que me senté de nuevo. ¡Pero no dejó de mirarme! Así es como empezó todo", cuenta María.
En la cena, Antonio y María se sentaron en la misma mesa y saltó la chispa.
"Hablamos y hablamos. Y luego seguimos hablando", recuerda Antonio.
Cuando la música arrancó de nuevo, su timidez había desaparecido.
"Bajamos a bailar, bebimos cerveza, ¡y eso fue todo!".
La pareja quedó en encontrarse 15 días más tarde en otra fiesta de caravanas que se celebraba en la región.
Luego Antonio invitó a María un fin de semana a visitar Pradena de Atienza. Reservó un hotel rural solo para los dos y le mostró a María los alrededores.
Antonio se sintió aliviado de que a María le gustara el pueblo casi vacío de inmediato.
"Me gustó la tranquilidad", dice ella simplemente.
Y después de trabajar como limpiadora durante más de una década en Madrid, estaba lista para cambiar de aires.
"Cuando llegué por primera vez de Colombia, a veces salía a bailar con mis amigos en Madrid. Pero después de un tiempo, solo iba de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa", cuenta.
La colombiana se considera afortunada.
"La amiga con la que viajé en la Caravana asistió a muchas de esas fiestas durante muchos meses. Conoció a mucha gente, pero nunca encontró a nadie especial. Yo conocí a Antonio la primera vez que fui", explica.
Un asunto de supervivencia
El estímulo para celebrar este tipo de caravanas es la despoblación rural, tratar de alentar las relaciones entre las mujeres de la ciudad y los hombres de los pueblos.
La migración rural hacia el exterior comenzó en serio bajo el régimen de Franco, a finales de la década de los años 50.
Entonces los empleos de las fábricas en áreas urbanas ofrecían oportunidades a los que llegaban de comunidades agrícolas.
Ahora, la supervivencia de más de 4.000 de las aldeas rurales y comunidades de España está en juego: 1.300 municipios tienen menos de 100 personas.
Las caravanas, sin embargo, también han generado polémica.
Los críticos dicen que llevar mujeres por toda España para el placer y el disfrute de los hombres las "mercantilizan".
Y el hecho de que la mayoría de ellas sean migrantes, sobre todo de América Latina y Europa del Este, las hace más vulnerables.
Más de una vez, los autobuses han sido pintados con graffitis que decían "Caravana Machista" y "La mujer no es ganado".
Pero a pesar de la desaprobación, Manolo Gozalo continúa organizando una caravana al mes.
E incluso en la era de las citas por internet y las aplicaciones de conexión, todavía hay gente que acude.
"La gente quiere encontrarse en la vida real. Esta es la ventaja de las caravanas", dice.
"Hay muchas compañías que organizan noches de solteros en las ciudades, pero lo hacemos en el campo donde todavía hay muchos hombres solteros. Y muchos de esos hombres no saben cómo usar internet, algunos apenas usan un teléfono móvil".
"Ahora tengo un hogar"
Han pasado casi seis años desde que Antonio y María se conocieron. Antonio todavía está muy emocionado por haber encontrado el amor después de buscar tanto tiempo.
Y hay algo más que es nuevo: la pareja ha tenido un bebé que ya tiene 18 meses que también se llama Antonio.
"Es muy emocionante verlo cuando llego a casa del trabajo, ver cómo está, jugar con él", dice Antonio.
"Salgo con los animales todo el día y luego, por las noches, tengo a alguien con quien hablar. Siento que ahora tengo un hogar, no solo en un lugar donde vivir ", añade.
Entonces, ¿están pensando en ampliar la familia?
"No, no, no", dice María riendo. "Tengo 51 años ahora. Tuve al pequeño Antonio cuando tenía 50 años, y me quedé embarazada cuando tenía 49", cuenta.
"Ya tengo una hija de 31, ¡y tengo nietos mayores que este! Así que ya no habrá más niños a mi edad, pero Antonio quería un hijo".
Para Antonio Cerrada, la novedad de ser padre no se acaba, disfruta cada minuto.
Y es optimista sobre el futuro, ya sea que su hijo se quede para mantener viva la aldea de Pradena de Atienza, o si, como tantos otros, se va a la ciudad.
"Voy a dejar mis raíces aquí para él tal como mi padre me dejó las suyas. Y si él quiere seguir latradición en el pueblo, eso dependerá de él", concluye.