Bajo el ardiente sol de una tarde de agosto, Vladimir Voskresensky camina con sus grandes zancadas por la calle Octubre 50, señalando lugares que le son familiares en la pequeña ciudad donde pasó algunos de los mejores momentos de su vida.

"Ahí está la panadería a donde solía ir en mis descansos a comprar panecillos", dice.

"En la puerta de al lado quedaba el sastre donde se exhibía lo que estaba a la moda. Y ahí está el salón de deportes a donde acostumbraba ir después del trabajo".

Estamos pasando por filas de edificios de la era soviética; se ven ventanas abiertas, techos caídos y entradas llenas de maleza.

El ambiente es tranquilo y terriblemente silencioso. Pero Vladimir muestra los lugares familiares y, al hacerlo, pareciera conjurar los espíritus del pasado y hacer que la ciudad fantasma de Kadykchan vuelva lentamente a la vida.

Vladimir ha vivido en la región de Magadan en el Extremo Oriente ruso toda su vida.

La historia de su familia es típica de esta vasta y remota área, un lugar tan lejano que la gente aquí se refiere al resto de Rusia como "el continente", "la tierra firme".

Trabajo forzado

En 1938, su padre, Mijaíl, quien procedía de un lugar cercano a Moscú, fue enviado a un campo de trabajo forzado aquí para cumplir una sentencia de cinco años por un delito criminal menor.

"Nunca habló mucho sobre eso, pero sé que se escapó de que le dispararan dos veces porque era un buen trabajador".

Su madre, Yevtaliya, quien era oriunda de Ufa, en los Urales del sur, llegó en 1946 como voluntaria de la organización Juventud Comunista.

"Los jóvenes eran diferentes en esos días. Ellos querían construir cosas y hacer algo por el país".

Ambos padres eran electricistas y trabajaron en numerosas plantas eléctricas y estaciones generadoras de energía que se distribuían por toda la región.

En 1974, la familia se mudó a Kadykchan, una pequeña ciudad minera rica en carbón.

Como todos los lugares en esta parte de Rusia, Kadykchan empezó como un campo de prisioneros.

Toda esta área es conocida coloquialmente como Kolyma, en honor al vasto río que corre a través de ella.

Su nombre todavía infunde miedo en los corazones de los rusos.

Entró en funcionamiento en la década de los años 30 por decisión del líder soviético Josef Stalin, quien quería tener acceso a sus depósitos de minerales, metales y oro para apoyar la rápida industrialización de la Unión Soviética.

En la brutal lógica de esos tiempos, la forma más rápida de explotar la riqueza de Kolyma era usando mano de obra forzada.

Casi un millón de prisioneros pasaron por Kolyma en las dos décadas en que los campamentos estuvieron operativos aquí.

Al menos 200.000 personas murieron en las condiciones inclementes de esos campos: mala alimentación, carencia de equipos y con temperaturas invernales que descendía a -50 grados.

Varlam Shalamov, uno de los escritores más importantes de la Rusia soviética, pasó dos décadas en los campos de aquí, incluyendo dos años brutales en Kadykchan trabajando en una mina recién abierta.

Shalamov fue enviado a Kadykchan en 1940, tan sólo dos años después de que el padre de Vladimir llegara a esos mismos campamentos de trabajo forzado.

En su reveladora colección de historias cortas "Cuentos de Kolyma", el autor resumió cómo era la vida de los prisioneros en la mina.

"Ampollas sangrientas, hambre y golpizas. Esa es la forma en que Kadykchan nos da la bienvenida".

Eran, según dijo, "los peores tiempos".

Una promesa

Para cuando Vladimir y sus padres se mudaron a Kadykchan, el campamento de trabajo forzado había cerrado hacía tiempo y las dos minas de carbón de la ciudad, la número 10 y la número 7, eran operadas por civiles.

Los mineros venían de otras áreas mineras de toda la Unión Soviética, atraídos por la promesa de un salario bueno y estable.

La población estaba creciendo y alcanzaría casi las 6.000 personas hacia el final de la siguiente década.

En la década de los 70 la vida en Kadykchan era buena.

La Unión Soviética cuidaba de sus trabajadores del sector industrial, especialmente de los que trabajaban en sitios remotos pero avanzados como Kolyma.

Las tiendas locales contaban con buenos suministros de productos y el "Restaurante Polar" siempre tenía vino y música en vivo.

Había un hospital y dos escuelas.

En los largos veranos norteños, el centro cultural local organizaba el festival de música "Noches blancas" y exhibía películas de Alain Delon en el recién abierto "cine de los mineros de carbón".

Allí Vladimir pasó cerca de siete años trabajando como el encargado de la proyección de los filmes.

Todo en la ciudad giraba en torno a la mina, incluyendo la presentación de las películas, las cuales se proyectaban espaciadas a lo largo del día para ajustarse a los diferentes turnos de los mineros.

Vladimir recuerda los días felices celebrando cumpleaños y vacaciones en el cuarto del personal del cine.

"Solíamos colgar pescados para que se secaran en la parte de arriba de la escalera y siempre podías tomarte una cerveza fría del tía Tanya en el buffet".

Kadykchan era una ciudad llena de jóvenes, donde la distancia y el clima extremo unían a la gente.

"Siempre amé esas noches invernales cuando la temperatura llegaba a -30. Se sentía lo suficientemente cálido como para que cualquiera saliera a dar un paseo en nuestra calle principal, que llamábamos Gran Vía".

Las videograbadoras

En 1987, Vladimir abandonó Kadykchan y consiguió un trabajo en una planta de energía.

Su nuevo hogar estaba a solo diez minutos en carro y desde las ventanas del quinto piso de su apartamento todavía podía ver la silueta de Kadykchan.

Esta fue la era de las reformas de la "perestroika" de Mijaíl Gorbachov y los cambios que se estaban gestando en toda la Unión Soviética también llegaron a Kadykchan.

Gennady Shchepalkin y su esposa, Tatiana, nacieron en la ciudad.

"Yo fui el primer bebé que nació en la maternidad de Kadykchan", dice Tatiana. "Incluso se escribió sobre mí en el periódico local".

Gennady y Tatiana se conocieron en un baile de la escuela en el otoño de 1984, bajo las luces brillantes de una noche norteña.

Fue amor a primera vista.

Se casaron en 1988 y al año siguiente Gennady empezó a trabajar en la mina de carbón número 7.

"Nuevas personas empezaron a aparecer en la ciudad", recuerda. "La atmósfera era diferente".

La economía soviética se estaba desmoronando.

Los salarios en la mina no se volvieron a pagar cuando correspondía, pero algunas veces se dieron oportunidades inesperadas.

"En una ocasión a todos nos dieron la oportunidad de comprar una videograbadora a crédito a través del trabajo", dice Gennady. "Hubo un boom repentino de videocassettes".

El colapso

A medida de que la década de los 90 empezó y la Unión Soviética colapsó, la vida en Kadykchan se volvió más difícil.

"Los salarios no eran pagados y la gente no podía ni comprar las cosas básicas como alimentos", indica Tatiana.

"Imagina que viene tu esposo de la mina y no tienes nada que darle de comer y los niños tienen hambre".

La mina número 7 cerró en 1992, las reservas de carbón se habían agotado.

La gente empezó a abandonar Kadykchan por empleos en otras partes del país.

Y en 1996, la tragedia dio su estocada.

El viernes 15 de noviembre, a las 11:35, cuando el turno de la mañana estaba llegando a su fin, una explosión de metano arrasó con la mina número 10.

Había 27 mineros en el turno, seis de ellos murieron.

La pérdida se sintió en toda la ciudad.

Uno de los hombres que murieron había sido compañero de trabajo de Gennady.

"Se llamaba Aleksey Tunyekov, era un buen hombre y muy trabajador".

El fin

Todo el trabajo en la mina se detuvo y la mayoría del personal fue enviado a sus hogares indefinidamente con una reducción en el pago.

Las autoridades locales decidieron que no era viable mantener la mina funcionando y los siguientes dos años se caracterizaron por un tortuoso proceso de negociaciones para su cierre.

Los periódicos locales de la época estaban llenos de historias que reflejaban la desesperación de los residentes de Kadykchan, quienes enfrentaban la pobreza, la incertidumbre y el temor real, cada invierno, de que la planta central de calefacción pudiera dejar de funcionar.

En 1998, el final llegó.

La entrada a la mina número diez fue destruida con explosivos y su pozo se inundó para detener la entrada de intrusos.

Después de 60 años, la minería de carbón en Kadykchan terminó. Sin ella, no había razón alguna por la cual la ciudad debería existir.

Todos hicieron planes para irse.

Las tías de Tatiana estuvieron entre las últimas personas en salir.

"Fue terrible. La gente estaba en pánico porque era casi imposible encontrar un lugar donde vivir con la pequeña suma de compensación que ofrecían".

"El dinero fue dado en la forma de un certificado que expiraba después de un tiempo corto. Así que si no conseguías comprar nada, tenías que empezar de cero otra vez. La situación era tan desesperante que la gente le disparaba a los perros para comer".

Cuando los últimos residentes salieron, las autoridades locales le prendieron fuego a los edificios principales.

El cine de los mineros de carbón se prendió en llamas y el techo cayó encima del que fue una vez un auditorio antiguo.

Vladimir vio, a la distancia, el humo subir.

Aún le cuesta aceptar lo que pasó con Kadykchan.

"Tu alma se niega a creerlo", dice. "Pero eso es así".

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