Byson Kaula fue casi ejecutado... tres veces.
En cada ocasión, el prisionero de Malawi, que había sido condenado a muerte, se salvó porque el verdugo interrumpió su "trabajo" antes de ahorcar a todos los reos en su lista.
Kaula logró sobrevivir hasta que el país africano anunció el fin de las ejecuciones de prisioneros.
El detenido había sido sentenciado a muerte en 1992, cuando el dictamen obligatorio ante un delito de asesinato era la pena de muerte.
Pero Kaula siempre defendió su inocencia y aseguró haber sido acusado por "vecinos envidiosos".
"Tiempos de sufrimiento"
Kaula creció en una pequeña aldea de Malawi y emigró a Sudáfrica para trabajar en la industria del gas en Johanesburgo.
Con el dinero que pudo ahorrar regresó a Malawi donde compró un terreno y pasó a emplear a cinco trabajadores para cultivar frutas, trigo, maíz y yuca.
"En ese momento comenzaron mis tiempos de sufrimiento", relató Kaula.
Sus vecinos, según asegura, atacaron a uno de sus trabajadores y lo dejaron con serias lesiones. El hombre no podía caminar sin ayuda y Kaula lo acompañó al baño por un camino de piedras resbalosas un día que diluviaba.
Pero Kaula mismo resbaló y se cayó junto a su empleado, quien luego murió en el hospital.
Fue entonces que con poco más de 40 años de edad fue acusado de asesinato.
Cuando tuvo lugar el juicio, los vecinos de Kayla testificaron en su contra.
Su madre, Lucy, quien estaba sentada en las últimas filas de la sala, no pudo oír la sentencia y preguntó qué sucedía.
"Las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos y me bañaban el pecho", señaló Lucy, al recordar el momento en que le dijeron que su hijo había sido condenado a muerte.
"Comienza a rezar"
El veredicto tuvo lugar en el último período del gobierno totalitario de Hastings Banda, el mandatario que había controlado el país africano desde 1964.
Kaula recuerda bien el horror de esperar su turno en lo que llama "la máquina de la muerte".
"Cuando me dijeron: 'ahora ve a la sección de los condenados a esperar tu turno para que te ahorquen' sentí en ese momento que ya estaba muerto", relató.
En aquella época sólo había un verdugo, un ciudadano sudafricano que viajaba entre varios países de la región ejecutando sentencias de muerte por horca.
Cuando el verdugo llegaba a Malawi, cada dos meses, los condenados a muerte sabían que su tiempo se había agotado.
Un día un guarda dijo a Kaula que su nombre estaba en la lista de 21 prisioneros que serían ahorcados ese día a partir de las 13:00. "Comienza a rezar", agregó el guarda.
Las ejecuciones continuaron hasta las 15:00, cuando el verdugo se detuvo. Las últimas tres personas en la lista, incluyendo a Kaula, deberían esperar hasta su regreso.
"El verdugo era la única persona que operaba la máquina. Y ese día, según entiendo, dijo simplemente 'es demasiado, sigo cuando regrese el mes entrante".
Lo mismo ocurrió en otras dos ocasiones. Kaula estaba en la lista de ejecuciones, pero el verdugo se detuvo antes de llegar al final.
En la última ocasión, todos los prisioneros fueron ahorcados menos Kaula.
Fue afortunado, asegura, pero la experiencia fue tan traumática que intentó suicidarse dos veces.
Caso histórico
Cuando un nuevo gobierno democrático fue elegido en 1994 en Malawi, todas las ejecuciones fueron suspendidas.
Los jueces aún dictan la pena capital, pero ningún presidente ha autorizado una ejecución en los últimos 25 años.
Los condenados a muerte usualmente languidecen durante años en la cárcel, o sus sentencias son conmutadas por prisión perpetua.
Kaula fue transferido de la sección de condenados a muerte a la sección principal de la Prisión Central de Zomba, y todo indicaba que pasaría allí el resto de su vida.
El prisionero se involucró en programas educativos, enseñando y estudiando, pero no tenía ninguna esperanza de ser liberado.
Sin embargo, en 2007, casi un cuarto de siglo después de ser arrestado, un caso histórico cambió su destino.
Un drogadicto que admitió haber matado a su hijastro y esgrimió en su defensa "locura temporal", presentó una demanda en contra de la pena de muerte obligatoria.
Su argumento era que la pena capital preceptiva violaba tanto el derecho a un juicio justo como el derecho a protección de trato inhumano y degradante, ambos garantizados en la constitución de Malawi.
El tribunal falló en su favor y dictaminó que había distintos grados de culpabilidad en diferentes asesinatos, por lo que los niveles de castigo también debían ser diferentes.
El fallo obligó a revisar todas las condenas automáticas a la pena de muerte.
"No podía ponerme de pie"
De 170 prisioneros cuyas sentencias de muerte deben ser revisadas, 139 ya han sido liberados.
De acuerdo a la organización internacional defensora de los derechos de prisioneros Reprieve, "Indulto", muchos de los condenados que fueron liberados tenían problemas mentales y discapacidades intelectuales.
En más de la mitad de los casos revisados, no había registros de audiencias anteriores y ni siquiera estaba claro por qué los condenados estaban en prisión.
Cuando los abogados responsables de las revisiones quisieron llevar a Kaula ante un tribunal, el prisionero dudó en un principio. Estaba aterrado de enfrentar la justicia otra vez luego de su primera experiencia, pero finalmente cedió.
Y cuando un juez le dijo que estaba en libertad y podía irse, Kaula se quedó atónito.
"El guardia del tribunal me dijo que podía abandonar el banquillo de los acusados. Pero no podía ponerme de pie. Estaba temblando, tenía debilidad en todo el cuerpo", relató.
"Me parecía que estaba soñando. No podía creer lo había dicho el juez".
"Comencé a saltar como un corderito"
Kaula no fue la única persona cuya vida cambió con ese dictamen.
Su madre lo había visitado en prisión cada año. Lucy trabajaba en cultivos de algodón y juntaba sus ahorros de todo un año para pagar el pasaje hasta la cárcel en la localidad de Zomba, siempre cargando todas las provisiones que podía.
El día en que Kaula quedó en libertad su madre no estaba en la audiencia, pero sí su hijo menor. Cuando él llamó a Lucy para comunicarle la noticia, no podía creer lo que había escuchado.
"Pero luego comencé a saltar como un corderito, un corderito muy joven, mi corazón estaba lleno de alegría".
Kaula vivió inicialmente en un centro de adaptación a la vida en libertad, donde aprendió nuevos oficios. Con más de 60 años, era la persona de mayor edad que había pasado por el centro.
El exprisionero sigue asistiendo al centro los fines de semana como voluntario, para ayudar a otros liberados que viven una experiencia similar.
La tierra que Kaula cultivaba hace décadas está abandonada y cubierta de malezas. Su esposa murió y sus seis hijos, ahora adultos, viven en otras partes de Malawi.
Kaula vive solo, pero cuida con dedicación a su madre de más de 80 años.
"Cuando estaba en prisión lo que más me preocupaba todo el tiempo era mi madre", señaló el exprisionero.
Soy su hijo mayor y haría cualquier cosa por ella. Ahora que estoy de regreso, no le permito que realice trabajos pesados. No la dejo que vaya a los campos de cultivo. Ésa es mi responsabilidad."
¿El nuevo proyecto de Kaula? Construir una casa de ladrillo para compartir con su madre.