El sismo más intenso de los últimos 100 años en México causó en esa zona los mayores daños, con decenas de personas muertas y comunidades destruidas.

Es el Istmo de Tehuantepec, una zona del sur de México en la que se encuentra Juchitán, la cabecera de la etnia zapoteca de Oaxaca que fue devastada por el movimiento telúrico.

Una de cada tres casas de la ciudad quedó inhabitable, según el presidente Enrique Peña Nieto. Y 37 de las 65 víctimas del sismo murieron en esta población.

Pero el impacto del movimiento no se quedó en Juchitán, en la costa del Pacífico, pues llegó al otro extremo del istmo y afectó el estado de Tabasco, en el Golfo de México.

Un episodio difícil para la región más angosta del país. Pero a lo largo de su historia, el territorio ha sufrido varias sacudidas.

Viento incesante

El Istmo de Tehuantepec está formado por los estados de Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Tabasco.

Es una zona de intenso tráfico de migrantes centroamericanos y de otros países, quienes viajan sin documentos hacia Estados Unidos.

También cuenta con zonas montañosas, planicies, selvas y reservas petroleras, especialmente en el área del Golfo de México.

De hecho, en Tabasco y Veracruz se encuentran algunos de los yacimientos de crudo más importantes del país.

Pero su principal recurso es el viento que sopla con tanta fuerza que es capaz de volcar camiones cargados con 30 toneladas de mercancía.

Después de la Patagonia el Istmo tiene el segundo mayor potencial de energía eólica del mundo.

El aire no deja de moverse en la región. Según los especialistas, existen más de 4.000 horas de viento útil al año que pueden generar más de 30.000 megavatios de energía.

Es decir, durante más de seis meses se puede producir electricidad de forma constante y a bajo costo. De hecho, sólo entre abril y junio no hay viento.

Esto se convirtió en un atractivo para las compañías energéticas, sobre todo españolas, que desde 2006 han construido campos eólicos en la parte istmeña de Oaxaca.

Actualmente en la región existen 24 complejos para producir electricidad con el viento, y hace unos meses se anunció la construcción del que será el mayor campo eólico de América Latina.

Las instalaciones se encuentran en cinco municipios del Istmo y 13 de ellas operan en Juchitán.

Conflictos

Pero con las empresas trasnacionales llegaron también conflictos sociales.

Muchas comunidades se quejan de que la generación de electricidad afecta a sus tierras, y también de que reciben un pago muy bajo por su uso.

Otra denuncia es que no se consultó a la población sobre la instalación de los complejos eólicos, como establecen las leyes.

Desde 2014 existe una fuerte resistencia social, e incluso en varias ocasiones las organizaciones comunitarias cerraron los parques eólicos.

El conflicto más reciente ocurrió en Juchitán semanas antes del sismo que devastó la ciudad.

En agosto pasado el cabildo decidió no cobrar impuestos municipales a las compañías eólicas, a cambio de una donación al Ayuntamiento por 18 millones de pesos, cerca de US$1 millón.

La decisión causó protestas. Organizaciones civiles bloquearon calles y carreteras de acceso a la ciudad.

La polémica seguía el jueves 7 de septiembre. Pero el sismo de 8,2 grados Richter suspendió las movilizaciones.

Una vieja historia

La energía eólica no es el único punto de atracción económica ?y de conflicto social- en el Istmo de Tehuantepec.

En 2016, por ejemplo, el Gobierno Federal declaró a la región como Zona Económica Especial (ZEE), lo cual permite recibir beneficios fiscales, programas de inversión y reglas especiales para el comercio internacional.

No a todos les gusta el decreto. Organizaciones civiles como Educa advierten que el Istmo "está saturado" de proyectos mineros, hidroeléctricos y de energía eólica.

Los habitantes, la mayoría indígenas en situación de pobreza, no se benefician del uso de los recursos de la zona, afirma.

Parte de la controversia es el proyecto de construir un corredor transístmico entre los puertos de Salina Cruz, Oaxaca ?cercano a Juchitán- y Coatzacoalcos, Veracruz.

Algo parecido a lo que existía a finales del siglo XIX cuando el entonces presidente Porfirio Díaz estableció una línea ferroviaria entre los dos puertos.

Fue la época de mayor prosperidad para la región. La mercancía proveniente de Asia o de Europa podía moverse más rápido de como se realizaba en la época.

Los barcos debían rodear toda América para cruzar por el Estrecho de Magallanes. Con el corredor transístmico se ahorraban miles de kilómetros y varios meses de viaje.

Por esos años nació la idea de construir un canal que permitiera a las embarcaciones cruzar el continente.

El Istmo de Tehuantepec fue una de las opciones, pero el presidente Díaz se opuso, básicamente porque el proyecto, encabezado por inversionistas de Estados Unidos, contemplaba comprar las tierras donde se construiría el paso marítimo.

Al final el canal se construyó en el naciente Panamá, país que tardó casi un siglo en asumir el control del proyecto.

La historia, dicen los críticos de la participación de capitales extranjeros en el Istmo de Tehuantepec, puede repetirse en México.

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