Las personas negras en la mayoría de las ciudades de Estados Unidos padecen el doble del impacto de las altas temperaturas que sus contrapartes blancas, según un nuevo estudio.

Los autores aseguran que las diferencias no se explican por la pobreza sino por el racismo histórico y la segregación.

Como resultado, las personas de color en general viven en áreas con menos espacios verdes y más edificios y vías de transporte, lo que exacerba el efecto del aumento en las temperaturas y del cambio climático.

Las ciudades son bien conocidas por amplificar el impacto del calor.

El llamado "efecto de la isla de calor urbana" es el término técnico para designar el efecto que los edificios y la infraestructura de las ciudades en general tienen sobre las temperaturas.

Todo ese cemento y asfalto atrae y guarda más calor, por lo que tanto los días como las noches en grandes áreas urbanas son mucho más cálidos que las áreas circundantes.

Sin embargo, dentro de las ciudades, a menudo hay grandes diferencias en la isla de calor. Las zonas ricas en árboles y espacios verdes son notablemente más frescas que aquellas con gran densidad de viviendas, comercios o industrias.

Un estudio anterior en EE.UU. encontró una correlación entre los vecindarios más calurosos en las grandes ciudades y las prácticas de vivienda racistas que se remontan a la década de 1930.

En aquel entonces, las áreas con grandes poblaciones de afroamericanos o inmigrantes fueron "demarcadas en rojo" en documentos por funcionarios federales y consideradas demasiado "peligrosas" para préstamos e inversiones hipotecarias.

Esto llevó a una concentración de la pobreza y a bajas tasas de propiedad de viviendas en algunas zonas de las grandes ciudades.

Este nuevo estudio ofrece una mirada más amplia a estos vecindarios más cálurosos y a las personas que viven en ellos.

Utilizando datos satelitales de temperatura combinados con información demográfica del Censo de Estados Unidos, los autores encontraron que en promedio las personas de color viven en áreas con temperaturas diurnas de verano mucho más altas que las personas blancas no hispanas.

Para los propósitos del estudio, los científicos definieron como "gente de color" a todas las personas hispanas (independientemente de su raza) y a cualquier persona que no se identifique solo como blanca.

En todas menos seis de las 175 áreas urbanizadas más grandes de Estados Unidos continental, las personas de color sufren impactos de calor mucho mayores en verano.

Para la población negra esto es particularmente duro. Los investigadores señalan que los afroestadounidenses están expuestos a 3,12 °C adicionales de calor en promedio en vecindarios urbanos, en comparación con 1,47 °C adicionales para los blancos.

La exposición al calor no solo conduce a un aumento de la mortalidad, sino que también está relacionada con una variedad de impactos que incluyen insolación, golpes de calor, pérdida de productividad en el trabajo y problemas de aprendizaje.

"Nuestro estudio ayuda a proporcionar evidencia más cuantitativa de que existe el racismo climático, el racismo ambiental", afirmó Angel Hsu, investigadora de la Universidad de Carolina del Norte-Chapel Hill y autora principal del estudio.

"Y no se trata solo de un incidente aislado, es un fenómeno generalizado en todo Estados Unidos".

Si bien ser pobre es sin duda un factor de exposición al aumento del calor urbano en el verano, este elemento no proporcionó por sí solo una explicación completa.

En aproximadamente la mitad de las ciudades, la persona de color promedio enfrenta más calor en verano que las personas que viven por debajo del umbral de pobreza, a pesar de que solo el 10% de las personas de color estan clasificadas como pobres.

Las causas fundamentales de estas diferencias se pueden encontrar en la historia, aseguran los expertos.

"Podemos rastrear muchas de estas desigualdades ambientales, socioeconómicas y de salud actuales hasta decisiones y políticas de planificación urbana en el siglo XX, como la política de demarcar con 'líneas rojas' los barrios considerados peligrosos para invertir en infraestructura o préstamos para vivienda", afirmó Jeremy Hoffman, científico jefe del Museo de Ciencias de Virginia, quien no participó en este nuevo estudio.

"Si bien el dinero no crece en los árboles, está claramente ubicado en los vecindarios debajo de ellos, especialmente en Estados Unidos", agregó.

Dado que es probable que las temperaturas aumenten debido al calentamiento global en las próximas décadas, este es un problema que probablemente empeore sin una contribución significativa del gobierno estatal y federal, tal como prometió el presidente Joe Biden.

Las soluciones, sin embargo, deben pensarse cuidadosamente.

En el estudio, los autores reflexionan sobre el hecho de que plantar árboles en áreas con estrés por calor puede reducir las temperaturas de verano en 1,5 °C, lo que es bueno para los residentes.

Pero los nuevos árboles también pueden aumentar el valor de las propiedades. Y esto impactará en el precio de la vivienda, lo que puede acabar desplazando a los residentes de las minorías a las que se pretendía ayudar.

"A medida que nuestra sociedad emerge de la pandemia, que demostró que estas mismas comunidades que padecen más calor durante el verano son también las que sufren los mayores impactos de Covid-19, es esencial que nos aseguremos de ponerlas en el centro de nuestros planes de recuperación", afirmó Hoffman.

"Pero si se toman decisiones para estos vecindarios sin el aporte y guía de los ciudadanos que viven allí, esas políticas pueden no ser mejores que las prácticas de demarcar barrios con líneas rojas o cualquier otro proceso de planificación nefasto del pasado".

El estudio fue publicado en la revista Nature Communications.

 

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