En la década de 1970, antes de que trabajadores colocaran el asfalto que terminaría siendo un camino de dos sentidos que une a la Ciudad de México con Milpa Alta -la más meridional de las 16 delegaciones de la urbe- la abuela de Javier Galicia-Silva tenía que caminar por los cerros en dirección a Xochimilco todos los días desde las 04:00 horas.
De ahí tomaba una chalupa (un taxi acuático de gran tamaño) para ir por los antiguos canales que iban hacia el centro de la ciudad, donde se pasaba el día vendiendo productos frescos en el barrio de La Merced, cerca del Zócalo.
Con un poco de dinero y algunos suministros a su espalda, regresaba al pueblo cerca de las 20:00 horas, a tiempo para dormir y hacer de nuevo el mismo viaje de ida y vuelta de seis horas de duración al día siguiente.
Y si bien los campesinos de Milpa Alta hoy hacen la ruta por carretera, llevando desde sus casas y sus huertos nopales, mole, miel y tortillas recién hechas para vender en mercados y en las esquinas de la ciudad, no es mucho lo que ha cambiado.
Otro mundo
Aunque lo que solía conocerse comolejanas tierras de cultivo y pueblos nahuas poco a poco ha ido cediendo ante el avance de la ciudad, Milpa Alta no podría ser más distinta que la contaminada urbe a la que pertenece formalmente y que domina desde su ubicación en la ladera de la montaña.
Raramente es visitada por otros residentes de Ciudad de México. Los turistas extranjeros son aún más inusuales. Y la gente de Milpa Alta vive, en muchos sentidos, como lo ha hecho durante cientos de años.
Mucha gente aquí habla náhuatl, la lengua del imperio azteca, y todavía utilizan la milpa, un sistema precolombino de rotación de cultivos.
El territorio de la delegación es aproximadamente 50% bosque y los sembradíos están casi totalmente libres de pesticidas, son regados por la lluvia y arados por caballos.
Insectos y algunas variedades de maíz tradicionales (como el maíz azul y el maíz rojo) todavía son gran parte de la dieta en este municipio que produce buena parte de los alimentos para la ciudad, tal como lo hacía para los habitantes de Tenochtitlán (la antigua urbe de los aztecas, hoy el centro de la Ciudad de México) hace más de 500 años.
De todas las delegaciones de la Ciudad de México, Milpa Alta es la más verde y la menos poblada. Es una tierra de bosques y sembradíos, no de barrios irregulares de concreto muy comunes en el territorio extendido de la urbe.
Tradiciones ancestrales
A pesar del relativamente nuevo camino, llegar a Milpa Alta todavía requiere hacer un esfuerzo: la congestión en Xochimilco, la delegación vecina, obliga a un largo viaje en autobús ya sea desde la estación de tren en Xochimilco o desde Tasqueña, la estación de metro y terminal de autobuses ubicada más hacia el sur de la ciudad.
Cuando fui de visita, fueron dos horas de múltiples paradas por caminos de un solo sentido. Pero poco a poco el tráfico se fue aligerando, el camino empezó a zigzaguear y el aire se aclaró.
Lentamente, el autobús se fue vaciando y las montañas que usualmente no son visibles desde el centro de la ciudad de repente aparecieron ante mí. Estaba claro que me dirigía hacia otro lugar, a un lugar algo distante.
Cuando el dulce y complejo aroma del mole empezó a flotar en el autobús, el conductor anunció la parada de San Pedro Atocpan: el primero de los 12 pueblos de Milpa Alta, y a un mundo de distancia de la urbanidad de la Ciudad de México.
Las mañanas son frías en Milpa Alta, y Galicia-Silva, un historiador y profesor, llevaba un suéter rojo y una boina negra cuando me abrió la puerta. Acababa de dar una clase gratis de náhuatl a miembros de la comunidad, lo que espera que ayude a preservar la lengua de sus ancestros.
Hablaba un español rápido, sonreía seguido y se movía lentamente invitándome a su jardín. Cuando hablaba de sus abuelos y de su pueblo natal de Santa Ana Tlacotenco en Milpa Alta, lo hacía con orgullo.
"Yo no me siento parte de la ciudad", me dijo mientras comíamos carambolas, guayabas y uvas de su huerto. "La ciudad empieza en Xochimilco y avanza hacia el norte. Yo soy de Milpa Alta. Si me cruzo con alguien de Milpa Alta estando en la ciudad, entre nosotros nos preguntamos cuándo volveremos a casa. Aquí hay una hermandad".
Milpa Alta, con su lengua y sus costumbres antiguas, ha sido autosuficiente durante milenios. Los bosques son hogar de venados, conejos y hasta hongos alucinógenos que, según Galicia-Silva, pueden "volverte loco" si no son preparados apropiadamente.
Muchos de los habitantes de Milpa Alta están en el negocio de preparar mole y la región produce 90% del mole consumido en la Ciudad de México.
Otras tradiciones mesoamericanas continúan practicándose, como el temascal, un baño de vapor autóctono ofrecido por un chamán que se celebra en una choza de adobe y que supuestamente posee propiedades curativas y espirituales.
Y los locales presumen que hay festividades en la delegación los 365 días del año, incluyendo un festival de verano en cada uno de los 12 pueblos.
La mayoría de estos incluyen bailes tradicionales, peregrinaciones religiosas y mayordomías, la tradición de resguardar una figura religiosa en la propia casa y organizar un festín para la comunidad.
Y el tradicional Día de Muertos (1-2 de noviembre) se celebra aquí de forma distinta que en otras partes de México: el 29 de septiembre, los lugareños van al cementerio para invitar formalmente a los fallecidos a un festín en las casas de los vivos, que comienza el 31 de octubre.
Sin la invitación, dicen, los espíritus no acompañarán a sus familiares. Cuando llega el día de la festividad, se encienden hogueras afuera de las casas y su alrededor toda la familia se reúne para comer tamales.
El náhuatl
Mientras caminas por las serpenteantes y escarpadas calles de los pueblos, es posible que te inviten a pasar a platicar, tomar pulque o probar un tlacoyo (masa de maíz rellena de queso, frijoles o carne servida por encima con nopal, queso y salsa) recién preparado.
La gente aquí depende el uno del otro y todos conocen el nombre de los demás. Escucharás seguido palabras en náhuatl, aunque el futuro de la lengua ha sido incierto durante años.
"Mi abuela nació en la década de 1920 y solo hablaba náhuatl", me contó Galicia-Silva. "Su madre le dijo que necesitaba enseñarle a sus hijos a hablar español, no náhuatl. La de mi padre fue la última generación que aprendió náhuatl en la escuela. Hoy en día, ya no es la forma de comunicarse".
Según Galicia-Silva, grupos de maestros y miembros de la comunidad de Milpa Alta se acercaron al gobierno de la ciudad en la década de 1980 con la esperanza de que se ordenara la enseñanza del náhuatl en las escuelas públicas.
Pero los funcionarios respondieron que los estudiantes deberían aprender el español como su lengua nativa, y el inglés, el francés o el alemán como una segunda lengua, para incrementar sus futuras opciones de trabajo y educación.
A lo largo de la historia colonial de México, hablar una lengua indígena ha resultado en discriminación, aún presente hoy en día. Galicia-Silva recuerda que en su universidad le preguntaron si era indio. Su padre le había dicho siempre que eran una familia de campesinos: la palabra "indio" nunca apareció. Hoy él se identifica orgullosamente como indígena, específicamente como nahua.
Y hay más muestras de renacimiento identitario. Subiendo el cerro desde la casa de Galicia-Silva se encuentra el hogar del artista José Ortiz Rivera, donde él y Oswaldo Galicia Calderón, ambos profesores de náhuatl, se encuentran dando otra clase sabatina gratuita de la lengua a familiares y vecinos. Su objetivo es que la lengua sobreviva entre las generaciones más jóvenes.
"Mis padres hablaban náhuatl y ahora ya no están", contó Víctor Ortiz, el hermano menor de José.
Su hermano pasó más tiempo con sus padres y abuelos, quienes hablaban náhuatl, y ahora él también quiere aprenderlo. "Siento que es como una obligación, rescatar mi identidad y pertenencia a esta comunidad", me dijo.
En tanto, la población de la delegación crece rápidamente con la llegada de gente de fuera de la comunidad nahua, algo que preocupa a Galicia-Silva en lo que tiene que ver con mantener las áreas verdes y la forma de vida de Milpa Alta.
"Nos guste o no, vivimos en un mundo globalizado y eso no va a cambiar", dijo. Pero el profesor de náhuatl también cree que el rejuvenecimiento de la lengua y la cultura indígenas puede ayudar a desmantelar cinco siglos de opresión y explotación.
"Esto quiere decir que tenemos que hacer profundos estudios de nuestra lengua y nuestra historia. Cuando hablamos de una descolonización de nuestro pensamiento, aún estamos lejos, pero vamos en camino", me dijo.
Y yo me fui de Milpa Alta con el estómago y el corazón llenos por la hospitalidad de los desconocidos.
Mientras el autobús volvía a la ciudad, pensé en los grandes avances que los milpaltenses están haciendo para reclamar su identidad y cómo, a pesar de ser parte de esta bulliciosa megalópolis, el lugar se sigue sintiendo como un mundo aparte.