Han pasado cuatro décadas desde que un carismático predicador y sus seguidores asaltaron con armas la Gran Mezquita de La Meca y que el lugar más sagrado del islam se convirtió en un campo de exterminio.
El asedio, escribe Eli Melki de la BBC, sacudió al mundo musulmán hasta sus cimientos y cambió el curso de la historia saudita.
En las primeras horas del 20 de noviembre de 1979, unos 50.000 fieles de todo el mundo se reunieron para orar al amanecer en el enorme patio que rodea la sagrada Kaaba en La Meca, el lugar más sagrado del islam. Entre ellos, 200 hombres se juntaron bajo el liderazgo de un predicador de 40 años llamado Juhayman alUtaybi.
Cuando el imán que conducía las oraciones concluyó, Juhayman y sus seguidores le empujaron y agarraron el micrófono.
Habían colocado ataúdes cerrados en el centro del patio, una tradición de búsqueda de bendiciones para los recientemente fallecidos. Pero cuando abrieron los ataúdes, éstos contenían pistolas y rifles que los hombres de Juhayman se repartieron rápidamente.
Uno de ellos comenzó a leer un discurso preparado: "Compañeros musulmanes, anunciamos hoy la llegada del Mahdi... que reinará con justicia y equidad en la Tierra después de que ésta se ha llenado de injusticia y opresión".
Guiado por gracia divina
Para los peregrinos en el patio, este fue un anuncio extraordinario.
En los hadices -las referencias a los dichos del profeta Mahoma- se predice la llegada del Mahdi (guiado por la gracia divina). Se le describe como un hombre dotado de poderes extraordinarios concedidos por Dios y algunos musulmanes creen que marcará el comienzo de una era de justicia y creencia verdadera.
El predicador Khaled al Yami, seguidor de Juhayman, afirmó que "innumerables visiones han dado testimonio de la llegada del Mahdi". Cientos de musulmanes lo habían visto en sus sueños, dijo Yami, y ahora él estaba entre ellos. El nombre del Mahdi era Mohammed bin Abdullah al Qahtani.
En una grabación de audio del discurso, se puede escuchar a Juhayman interrumpiendo al orador de vez en cuando para ordenar a sus hombres que cerraran las puertas del santuario y tomaran posiciones de francotiradores en los altos minaretes o alminares alrededor de la Gran Mezquita.
"¡Atención, hermanos! Ahmad al Lehebi, sube al techo. Si ves a alguien resistiéndose en las puertas, ¡dispara!''.
Según un testigo anónimo, Juhayman fue el primero en rendir homenaje al Mahdi e inmediatamente otros comenzaron a seguir su ejemplo entre gritos de "¡Dios es grande!"
Pero también había confusión. Abdel Moneim Sultan, un estudiante religioso egipcio que conocía a algunos de los seguidores de Juhayman, recuerda que la Gran Mezquita estaba llena de visitantes extranjeros que hablaban poco árabe y no sabían qué estaba sucediendo.
La presencia de pistoleros armados en un espacio en el que el Corán prohíbe estrictamente cualquier violencia, y el sonido de algunos disparos, también sorprendieron a muchos fieles que se apresuraron a alcanzar cualquier salida que aún quedara abierta.
"La gente se sorprendió al ver hombres armados... Era algo a lo que no estaban acostumbrados. No hay duda de que esto les horrorizó. Fue algo escandaloso'', dice Abdel Moneim Sultan.
Pero en solo una hora la audaz toma estaba completada: el grupo armado tenía el control total de la Gran Mezquita, en un desafío directo a la autoridad de la familia real saudita.
"Cautivados por un hechizo"
Los hombres que tomaron la Gran Mezquita pertenecían a un grupo llamado al Jamaa al Salafiya al Muhtasiba (JSM) que condenaba lo que percibía como una degeneración de los valores sociales y religiosos en Arabia Saudita.
Lleno de dinero del petróleo, el país se estaba transformando gradualmente en una sociedad de consumo. Los automóviles y los productos eléctricos se estaban volviendo comunes, el país se estaba urbanizando y, en algunas regiones, hombres y mujeres comenzaron a mezclarse en público.
Pero los miembros del JSM continuaron con una vida de austeridad, haciendo proselitismo, estudiando el Corán y los hadices, y adhiriéndose a los principios del islam definidos por el poder religioso saudí.
Juhayman, uno de los fundadores de JSM, procedente de Sajir, un asentamiento beduino en el centro del país, confesó a sus seguidores que su pasado estaba lejos de ser perfecto.
Durante una larga noche alrededor de una hoguera en el desierto, o reunidos en la casa de uno de sus seguidores, él contaba su historia personal de caída y redención a una audiencia cautivada.
Usama al Qusi, un estudiante religioso que frecuentaba las reuniones del grupo, escuchó a Juhayman decir que había estado involucrado en el "comercio ilegal, incluido el contrabando de drogas".
Sin embargo, se arrepintió, encontró consuelo en la religión y se convirtió en un entusiasta y devoto líder. Muchos miembros del JSM, especialmente los más jóvenes, cayeron bajo su hechizo.
La mayoría de los que lo conocieron, como el estudiante religioso Mutwali Saleh, dan fe de su fuerte personalidad y de su devoción: "Tenía carisma. Él fue fiel a su misión y le dio toda su vida a Alá, día y noche".
Sin embargo, para ser un líder religioso tenía poca formación.
"Juhayman estaba ansioso por ir a las zonas rurales y aisladas donde viven los beduinos", recuerda Nasser al Hozeimi, un seguidor cercano. "Debido a que su árabe clásico (el idioma dominado por todos los eruditos del islam) era débil y tenía un fuerte acento beduino, evitaba dirigirse a una audiencia educada para evitar quedar expuesto".
Por otro lado, Juhayman había servido como soldado en la Guardia Nacional, y su rudimentario entrenamiento militar resultó importante a la hora de organizar la toma de la Gran Mezquita.
En algún momento, el JSM chocó con algunos clérigos sauditas y las autoridades empezaron a reprimir el movimiento.
Juhayman huyó al desierto, donde escribió una serie de panfletos criticando a la familia real saudita por lo que consideraba que era su decadencia, y acusando a los clérigos de coludir con ella por ganancias terrenales. Se convenció de que Arabia Saudita había sido corrompida y que solo una intervención celestial podría traer la salvación.
Fue en ese momento que identificó al Mahdi como Mohammad Bin Abdullah al Qahtani, un joven predicador de voz suave conocido por sus buenos modales, devoción y poesía.
Los hadices hablan de un Mahdi con un nombre y un apellido similares al del profeta, y rasgos delineados por una gran frente y una pronunciada nariz aguileña. Juhayman vio todo esto en al Qahtani, pero la idea sorprendió al supuesto salvador. Abrumado, se retiró a la oración.
Finalmente, sin embargo, salió de su aislamiento convencido de que Juhayman tenía razón. Asumió el papel de Mahdi y la alianza entre ellos se selló aún más cuando la hermana mayor de al Qahtani se convirtió en la segunda esposa de Juhayman.
Convenientemente, unos meses antes del asedio, se difundieron extraños rumores de que cientos de mecanos y peregrinos habían visto a al Qahtani en sus sueños, erguido en la Gran Mezquita y sosteniendo el estandarte del islam.
Los seguidores de Juhayman estaban convencidos.
"Recuerdo la última reunión cuando un hermano me preguntó: 'Hermano Mutwali, ¿qué piensa sobre el Mahdi?' Le dije: 'Disculpe, por favor, no hable sobre este tema'. Entonces alguien me dijo: "Eres un demonio silencioso. Hermano, el Mahdi es real y él es Muhammad bin Abdullah al Qahtani", recuerda Mutwali Saleh, miembro del JSM.
En las áreas remotas donde había buscado refugio, Juhayman y sus seguidores comenzaron a prepararse para el violento conflicto que se avecinaba.
Enfrentamientos
El liderazgo saudita reaccionó con lentitud a la toma de la Gran Mezquita.
El entonces príncipe heredero Fahd bin Abdulaziz al Saud estaba en Túnez en la cumbre de la Liga Árabe y el príncipe Abdullah, jefe de la Guardia Nacional, una fuerza de seguridad de élite encargada de proteger a los líderes reales, estaba en Marruecos.
La respuesta quedó en manos del enfermo rey Khaled y del ministro de Defensa, el príncipe Sultán.
Al principio, la policía saudita no entendió la magnitud del problema y envió un par de patrullas para investigar, pero cuando llegaron a la Gran Mezquita se encontraron con una lluvia de balas.
Una vez que la gravedad de la situación se hizo evidente, las unidades de la Guardia Nacional lanzaron un operativo apresurado para retomar el control del santuario.
Mark Hambley, un cargo político de la embajada de Estados Unidos en Jeddah y uno de los pocos occidentales que estaban al tanto de la situación, dice que este asalto fue valiente pero ingenuo. "Fueron derribados de inmediato", dice. "Los tiradores tenían muy buenas armas, rifles belgas de muy buen calibre".
Quedó claro que los insurgentes habían planeado su ataque en detalle y que no sería fácil desalojarlos. Se estableció un cordón de seguridad alrededor de la Gran Mezquita y se convocó a fuerzas especiales, paracaidistas y unidades blindadas.
El estudiante Abdel Moneim Sultan, que quedó atrapado dentro, dice que los enfrentamientos se intensificaron después del mediodía del segundo día. "Vi fuego de artillería dirigido hacia los minaretes, helicópteros flotando constantemente en el aire y también aviones militares", recuerda.
La Gran Mezquita es un vasto edificio que consta principalmente de galerías y corredores de cientos de metros de largo que rodean el patio de la Kaaba, y está construido en dos plantas.
Durante los siguientes dos días, las unidades sauditas lanzaron asaltos frontales en un esfuerzo por controlar la entrada, pero los rebeldes repelieron oleada tras oleada los ataques, a pesar de ser fuertemente superados en número y armas.
Sultan recuerda que Juhayman parecía sumamente seguro y relajado cuando se encontraron cerca de la Kaaba ese día. "Durmió durante media hora o 45 minutos descansando su cabeza en mi pierna, mientras su esposa estaba parada. Ella nunca se apartó de su lado", dice.
Los rebeldes encendían fuegos con alfombras y llantas de goma para generar pesadas nubes de humo, luego se escondían detrás de las columnas antes de salir de la oscuridad para emboscar a las nuevas tropas sauditas. El edificio se convirtió en una zona de exterminio y las bajas aumentaron rápidamente a cientos.
"Esta fue una confrontación de hombre a hombre, dentro de un espacio limitado", dice Maj Mohammad al Nufai, comandante de las fuerzas especiales del Ministerio del Interior. "Una situación de combate con balas zumbando a izquierda y derecha, algo increíble".
Una orden emitida por los principales clérigos del reino, convocados por el rey Khaled, autorizó al ejército saudí a utilizar cualquier grado de fuerza para expulsar a los rebeldes. Los misiles guiados antitanques y las armas pesadas se emplearon para desalojar a los rebeldes de los minaretes, y se enviaron vehículos blindados para traspasar las puertas.
Los rebeldes fueron incitados por el Mahdi. "Lo vi con dos heridas menores debajo de los ojos y su thowb (vestido) estaba lleno de agujeros de disparos", dice Sultan. "Creía que podía exponerse en cualquier lugar por la convicción de que era inmortal; después de todo, él era el Mahdi".
Pero la creencia de al Qahtani en su propia invulnerabilidad era infundada y pronto fue alcanzado por disparos.
"Cuando le dieron, la gente comenzó a gritar: '¡El Mahdi está herido, el Mahdi está herido!' Algunos trataban de correr hacia él para rescatarlo, pero el fuerte fuego les impidió hacerlo y tuvieron que retirarse", dice un testigo anónimo.
Le dijeron a Juhayman que el Mahdi había sido herido, pero él les gritó a sus seguidores: "No les crean. ¡Son desertores!"
No fue hasta el sexto día de lucha que las fuerzas de seguridad sauditas lograron tomar el control del patio de la mezquita y los edificios que la rodean. Pero los rebeldes restantes se retiraron a un laberinto de cientos de habitaciones y celdas subterráneas, convencidos por Juhayman de que el Mahdi todavía estaba vivo en algún lugar del edificio.
Sin embargo, su situación ahora era grave. "Al principio había agua disponible, pero más tarde comenzaron a racionar los suministros. Luego se agotaron los dátiles y comenzaron a comer bolas de masa cruda", cuenta el testigo anónimo. "Era una atmósfera aterradora, como si estuvieras en una película de terror".
Aunque el gobierno saudita emitió un comunicado tras otro anunciando la victoria, la ausencia de oraciones transmitidas al mundo islámico contaba otra historia. "Los sauditas intentaron táctica tras táctica, y no funcionó", dice Hambley. "Estaban empujando a los rebeldes más y más profundo hacia las catacumbas".
Ayuda internacional
El gobierno saudita necesitaba ayuda para capturar vivos a los líderes rebeldes y poner fin al asedio. Se dirigieron al presidente francés Valéry Giscard d'Estaing.
"Nuestro embajador me dijo que era obvio que las fuerzas sauditas estaban muy desorganizadas y no sabían cómo reaccionar", dijo Giscard d'Estaing a la BBC, confirmando por primera vez el papel de Francia en esta crisis.
"Era una situación peligrosa por la debilidad del sistema, su poca preparación y las repercusiones que podía tener en el mercado global de crudo", agregó Giscard d'Estaing.
El presidente francés envió con discreción a tres consejeros de la unidad antiterrorista GIGN, recientemente formada. La operación debía permanecer en secreto para evitar cualquier crítica sobre una intervención occidental en la cuna del Islam.
El equipo francés estableció su base en un hotel en el pueblo cercano de Taif, desde donde ideó un plan para eliminar a los rebeldes: llenar los sótanos con gas para hacer el aire irrespirable.
"Se cavaron agujeros cada 50 metros para llegar hasta el sótano. Luego, el gas se inyectaba en esos agujeros y se dispersaba con la ayuda de granadas que explotaban en cada esquina donde los rebeldes se escondían", cuenta el capitán Paul Barril, quien estaba a cargo de la operación.
El plan francés resultó exitoso.
"Juhayman se quedó sin munición y comida en los últimos dos días", recuerda Nasser al Hozeimi, uno de sus seguidores. "Se juntaron en una habitación pequeña y los soldados les arrojaron bombas de humo a través de un agujero que hicieron en el techo...por eso se rindieron. Juhayman se fue y todos los siguieron".
Maj Nufai presenció la reunión siguiente entre los príncipes saudíes y un atónito pero impenitente Juhayman tras ser aprehendido.
"El príncipe Saud al Faisal le preguntó 'por qué' y Juhayman le respondió que había sido 'el destino'. Luego el príncipe le preguntó si necesitaba algo y Juhayman solo pidió agua", cuenta Nufai.
Juhayman fue expuesto ante las cámaras, y un mes después 63 de los rebeldes fueron ejecutados públicamente en ocho ciudades alrededor de Arabia Saudita. Juhayman fue el primero.
Probablemente la creencia de Juhayman en el Mahdi le apartó de la cuestión principal, pero fue parte de un movimiento social y de conservadurismo religioso que reaccionaba en contra de la modernidad. Los clérigos de mano dura tomaron ventaja sobre a familia real.
Uno de los hombres en los que el asedio tuvo un profundo efecto fue Osama Bin Laden.
En uno de sus panfletos en contra de la familia saudí, dijo que ellos "habían profanado el Haram (lugar sagrado), cuando esta crisis podría haberse resuelto pacíficamente".
De acuerdo a al Huzaimi, las acciones de Juhayman frenaron la modernización del país. "Déjame darte un ejemplo. Una de las cosas que pidió al gobierno saudí fue la retirada de presentadoras femeninas en televisión. Después del incidente de Haram, ninguna presentadora volvió a aparecer en TV.
Arabia Saudita permaneció en su camino ultraconsevador durante la mayor parte de las siguientes cuatro décadas. Apenas recientemente ha habido signos de deshielo.
En una entrevista en marzo de 2018, el príncipe Mohammed Bin Salman dijo que antes de 1979 "vivían una vida normal como el resto de países del Golfo, donde las mujeres manejaban automóviles y habían cines en el país".