El año pasado, el reportero de la BBC Mike Thomson recibió una llamada desesperada desde un refugio en la ciudad siria de Alepo. Era la maestra y madre de tres niños, Om Mudar, que pedía ayuda para sacar a su familia de la zona de la ciudad controlada por los rebeldes.
Cuando Thomson no logró contactarla nuevamente, temió lo peor. Pero como relata a continuación, meses después recibió un mensaje de texto que mostraba lo que le había ocurrido a Om.
"Lo peor es la noche, es demasiado larga", me dijo Om cuando me llamó después de un ataque aéreo especialmente feroz en octubre pasado.
"Todo el tiempo hay cohetes, helicópteros, bombas. Tengo mucho miedo por mis hijos. No pude dormir hasta las 5 de la mañana, Y antes me lo pasé rezando".
El mayor de sus tres hijos, Wissam, de 12 años, tiene su propio método para sobrevivir la noche.
"A veces logro dormir cuando hay un bombardeo en la noche cuando me tapo los oídos. Cuando eso no funciona me tapo la cabeza con una almohada", me dice.
Pero pronto, a medida que las fuerzas progubernamentales se acercaban y los bombardeos se intensificaban, ni las almohadas sobre la cabeza ni los oídos tapados ayudaban para dormir.
Lo que quedaba del territorio controlado por los rebeldes en el este de Apelo estaba siendo golpeado con cada vez más ferocidad.
Poco antes de las 8 pm del martes 18 de diciembre sonó mi teléfono. Era un mensaje de voz de Om.
"Por favor, por favor, ayúdenos a salir de Alepo por un corredor de seguridad", me rogó.
"Mi familia, mi vecino y yo... estamos aterrorizados... por favor ayúdenos".
Om era dedicada simpatizante de la revolución contra el gobierno de Bashar al Asad y había jurado nunca salir de Alepo, así que pensé que las cosas realmente debían estar mal.
La llamé pero no obtuve respuesta. Volví a tratar una y otra vez.
Finalmente, después de varios intentos la encontré y se escuchó una inquietante cacofonía de niños y bebés llorando.
Después oí la voz claramente aterrorizada de Om. Hablaba de un sótano abarrotado que era el refugio de bombardeos, lleno de gente desconsolada, muchos de ellos niños.
Logramos tener una conversación breve y desgarradora.
"Más de 100 personas, 50 son niños... huérfanos... huérfanos. Sus padres murieron en bombardeos mientras estaban en la calle comprando alimentos y los niños están solos aquí".
"¿Dónde encontraste a esos niños?", le pregunto. "En hospitales y en las calles".
Después se corta la línea. Vuelvo a llamar pero no consigo hacer contacto.
Durante los días siguientes sigo intentando ubicarla, llamando y enviando mensajes en las redes sociales. No hay respuesta.
Pasamos varios meses comunicándonos. Siempre hubo ocasiones en que internet no funcionaba y perdíamos contacto.
Y cuando los días en que no sabía nada de ella se convirtieron en semanas, aumentaban mis temores de que Om y su familia estuvieran muertos.
Recuerdo conversaciones en las que Om me dejaba en claro que no esperaba que su familia saliera del este de Alepo viva.
Este es un mensaje que me envió en noviembre pasado después de una noche de intensos bombardeos:
"No queremos nada sólo déjenos morir silenciosamente... éste es nuestro último suspiro... nos estamos muriendo... es mi último mensaje".
"En todas partes hay sangre y misiles, los hospitales están fuera de servicio... gracias".
Afortundamente, Om sobrevivió ese terrible bombardeo, pero ¿logró escaparse de ese refugio desde donde habíamos hablado por última vez?
Esperaba que ella y su familia hubieran sido evacuados desde el este de Alepo junto con otras 40.000 personas a fines de diciembre.
Pero ninguno de los evacuados con quienes hablé en la provincia de Idlib, donde fueron llevados desde Alepo, había visto a Om o a su familia.
Cuando se acercaba la primavera, mis llamadas y textos seguían sin responder y estaba perdiendo la esperanza.
Después, una noche al llegar a mi casa apareció un mensaje en mi móvil.
Era corto y muy casual, pero su importancia fue enorme.
"Hola Mike, este es mi nuevo número. Om Midar".
¡Om está viva! No podía creerlo.
Después de meses de silencio en el que ninguno de mis mensajes y llamadas habían sido respondidos, me llegaba este breve texto.
Claramente Om no tenía idea de que yo pensaba que había muerto.
Al parecer, su largo silencio se había debido solamente a que había perdido su teléfono en el horrible caos al salir del este de Alepo.
Así que, ¿qué ocurrió después de esa traumática última llamada y dónde estaba?
Rápidamente la llamé para averiguarlo. Poco después me subí a un avión con rumbo a Turquía.
Om y su familia ahora viven en Gaziantep, en el sur de ese país, cerca de la frontera con Siria.
En un tranquilo suburbio de la ciudad que ahora es hogar de más de 300.000 refugiados sirios, me recibió el esposo de Om, Salim, un artista.
Me guió a través de una puerta grande de metal hacia un apartamento alumbrado y de aspecto moderno en la planta baja.
La falta de decoraciones o fotografías obvias en las paredes sugería que o su familia no había vivido allí mucho tiempo o no planeaban quedarse por un largo periodo.
Reconocí a sus dos hijos, Wissam, de 12 años, y Zane de 11, por las fotos y videos que Om me había enviado.
La pequeña Naya, de cuatro años, comenzó a sonreírme pronto.
Om me saludó afectuosamente y comenzó a relatarme las condiciones en el sótano en el que había estado la familia la última vez que hablamos desde Alepo.
Me contó que había más de 100 personas sin alimentos ni agua, jóvenes y viejos, bebés llorando, bombas estallando cerca.
Tenían miedo de ser arrestados una vez que las tropas del gobierno llegaran y las mujeres temían ser violadas.
Zane me dice que la habitación de al lado se estaba incendiando y los edificios afuera se colapsaban. Era aterrador, dice.
Wissam habla de sus propios mecanismos para enfrentar la situación.
"Cerré mis oídos y comencé a dibujar mucho", dice. "Cuando dibujo me olvido de todo lo que me rodea. Así me olvidé de las bombas, me olvidé de los misiles. Me enfoqué en mis dibujos".
Om recuerda haber visto a otras familias corriendo hacia la zona controlada por el gobierno, en el oeste de Alepo, para escapar los bombardeos.
"Les grité: '¿Por qué van hacia la muerte?'. Me contestaron: 'Aquí también hay muerte'. Así, no teníamos alternativa".
El 22 de diciembre, Om y su familia también salieron.
Estaban en el grupo de unas 200 personas que fueron evacuadas del este de Alepo bajo un acuerdo entre los rebeldes y el gobierno sirio.
Antes de que salieran, Salim recuerda, quemaron todas las pertenencias que no pudieron llevarse con ellos.
"Eran nuestros recuerdos y no quisimos que el régimen sirio se quedara o abusara de ellos", dice.
"Todo lo que teníamos era la ropa que llevábamos puesta".
El autobús los llevó a Idlib. De allí partieron hacia el norte a Turquía, adonde la madre de Om ya había huido.
Después se trasladaron a Gaziantep donde, gracias a su experiencia como maestra, Om consiguió un trabajo investigando programas infantiles para un canal de TV local.
Así que las cosas salieron mejor que lo que Om esperaba.
Cuando los vi, la familia estaba segura, bien alimentada y bien vestida. Por eso me sorprendió lo que me dijo.
"Este no es mi país. No puedo vivir aquí. No puedo", exclamó.
"Así lo hemos decidido, mi esposo y hasta mis niños. Tuvimos una reunión y tomamos la decisión de regresar a Siria. Hay muchos niños que me necesitan allí. Todavía soy fuerte. Aquí soy débil. Si regreso a Siria seré más fuerte".
No podía creer lo que escuchaba. Le pregunté por qué si al fin estaba segura después de meses bajo bombardeos y misiles.
"Quiero regresar, a pesar de que sé que es peligroso para mi familia", responde.
"Quizás otros pensarán que estoy loca, pero les digo: 'Ustedes no saben lo que significa un país'".
Salim aseguró que no tenían planes de regresar a su casa en el este de Alepo. Su plan es unirse a sus familiares en zonas rurales en la provincia de Idlib, controlada por los rebeldes.
Para un extraño, y también para mi traductor sirio, este plan no parecía muy sensato, particularmente considerando que Idlib se ha convertido en el próximo gran campo de batalla en Siria.
Pero la familia insistió en que ya habían tomado la decisión.
Le pregunté a Om por qué estaba decidida a hacerlo. ¿Por qué estaba arriesgando tanto para regresar? Su respuesta fue:
"No queremos nada imposible, sólo nuestra libertad, justicia social y libertad. Tenemos el derecho de ser libres".