En una cálida noche de verano, Maryna Kovalenko juega al fútbol con sus dos hijas adolescentes en su patio trasero.
Iryna y Olena se ríen cuando el perro de la familia intenta quitarles la pelota, asustando a los pollos.
Pero más allá de la cerca trasera de la casa de la familia, todo está quieto y en silencio.
Numerosas casas, una tienda y una biblioteca están vacías en el pueblo de Steshchyna, en el norte de Ucrania. Solo el bosque está ganando terreno a medida que las plantas rastreras exploran las grietas en este pueblo abandonado.
La familia tiene algunos vecinos, pero casi todos tienen entre 70 y 80 años.
A pesar de la falta de comodidades y oportunidades, Maryna y sus hijas empacaron todo lo que tenían hace cuatro años y viajaron cientos de kilómetros a través de Ucrania para vivir aquí, a solo 30 kilómetros de la zona de exclusión nuclear de Chernóbil.
La zona de exclusión
El 26 de abril de 1986, Chernóbil sufrió el peor desastre nuclear de la historia.
Un experimento diseñado para probar la seguridad de la central eléctrica salió mal y provocó un incendio que arrojó radiación durante 10 días. Nubes que transportaban partículas radiactivas se desplazaron miles de kilómetros, desperdigando lluvia tóxica por toda Europa.
Aquellos que vivían cerca de Chernóbil, unas 116.000 personas, fueron evacuados de inmediato. Se impuso una zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor del reactor dañado. Más tarde fue ampliada para cubrir más áreas afectadas.
En los próximos meses, otras 234.000 personas fueron evacuadas. Casi todos se fueron a toda prisa. A varios les dieron solo unas horas para empacar todas sus pertenencias.
A otros les dijeron que solo se irían unos días, pero luego nunca les fue permitido regresar. Muchos de los evacuados, que eran agricultores de subsistencia pero fueron reubicados en bloques de concreto.
Sin embargo, algunos nunca se fueron.
Hoy en día todavía es ilegal vivir dentro de la zona de exclusión. A pesar de esto, entre 130 y 150 personas están allí. Muchas son mujeres, de entre 70 y 80 años, que aún cultivan sus tierras ancestrales.
Pero justo fuera de la zona de exclusión, hay varios recién llegados.
Construyendo una casa
La casa de Maryna necesita reparaciones con urgencia. Los pisos se están pudriendo y los calefactores metálicos se han agrietado, un problema importante en un lugar donde las temperaturas pueden bajar a -20 °C en invierno.
Tienen comodidades básicas: gas, electricidad y una señal de teléfono móvil, que les permite acceder a internet. Pero solo tienen un baño exterior.
El agua es un problema, su única fuente es un pozo contaminado que se conecta a la casa a través de una sola tubería. Necesitan hervirla antes de usarla.
Una casa en buenas condiciones en el pueblo puede costar US$3.500, pero tales propiedades son escasas. La mayoría de las casas vacías, muchas de ellas hechas de madera, están siendo vendidas por sus antiguos ocupantes por unos cuantos cientos de dólares.
Cuando Maryna llegó, era demasiado pobre incluso para comprar una de esas. En cambio, el consejo de gobierno le ofreció a su familia un arreglo inusual.
A cambio de cama y comida, la familia debía cuidar a un anciano que estaba en las últimas etapas de la demencia. Cuando murió hace dos años, heredaron la casa.
Fuera, en el patio, Iryna y Olena muestran al resto de su "familia": varias gallinas, conejos, cabras, incluso un par de cobayas.
Cuando no están en la escuela, a cinco kilómetros a pie, las hermanas pasan mucho tiempo ayudando a su madre en el jardín, cultivando vegetales y cuidando a los animales.
La única fuente de ingresos de la familia son los beneficios estatales: US$183 al mes. Cultivar sus propios alimentos y mantener el ganado para la leche y la carne es esencial en su presupuesto.
Encontrando refugio
Maryna y sus hijas huyeron de Toshkivka, una gran ciudad industrial en la región de Donbass, en el este de Ucrania. Después de cuatro años de conflicto en el este del país -comenzó en 2014-, cerca de 10.000 personas han muerto y dos millones han sido desplazadas.
Después de la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia, los separatistas que afirmaban actuar en nombre de los representantes locales rusos en el este de Ucrania decidieron hacer algo. Los combatientes declararon dos enclaves separatistas alrededor de las ciudades de Donetsk y Luhansk en el Donbass, el corazón de la industria del carbón de Ucrania.
Cuando los separatistas prorrusos comenzaron a capturar pueblos y expulsar a los militares ucranianos de allí, la casa de Maryna y sus hijas sufrió fuertes bombardeos.
A excepción de unas pocas horas cada mañana, el bombardeo fue implacable. Durante esas pausas temporales en el combate, todos intentaban tener cierto sentido de normalidad. Iryna y Olena iban a la escuela, mientras que Maryna iba al mercado.
Pero a mediodía, los ataques comenzaban de nuevo. La mayoría de las noches las pasaban refugiadas en el sótano.
En una de esas pausas, Iryna y Olena quedaron atrapadas en un fuego cruzado de manera inesperada caminando a casa desde la escuela. Con los morteros cayendo, Maryna no pudo alcanzarlas. Las niñas sobrevivieron gracias a un comerciante, que las arrastró fuera de la calle y las llevó a su bodega.
Fue entonces cuando Maryna decidió que tenían que irse.
Existen al menos otras diez familias de la región de Donbass que han hecho el mismo viaje a las aldeas abandonadas cerca de la zona de exclusión.
Como Maryna, la mayoría de ellos acudieron por recomendación de viejos amigos o vecinos. Una mujer incluso dice que buscó en Google "el lugar más barato para vivir en Ucrania". El resultado: cerca de Chernóbil.
Riesgos subterráneos
Desde el desastre, los científicos han estado monitoreando de manera continua los niveles de radiación en el suelo, árboles, plantas y animales alrededor de Chernóbil, incluso en áreas fuera de la zona de exclusión.
Ya no hay riesgo de radiación en la atmósfera, dice el profesor Valery Kashparov, del Instituto Ucraniano de Radiología Agrícola (UIAR). Pero en algunas zonas, la contaminación del suelo podría representar una amenaza para la salud de las personas.
Kashparov y su equipo encontraron hace poco niveles potencialmente peligrosos de cesio-137 radiactivo en la leche de vaca producida en algunas áreas fuera de la zona de exclusión. Las partículas de cesio, absorbidas por las raíces, se habían pasado al ganado de pastoreo.
En cantidades suficientemente grandes, ingerirlo puede dañar las células humanas y, en algunos casos, provocar enfermedades graves como el cáncer de tiroides.
Pero estos riesgos, dice Kashparov, se limitan a ciertos puntos específicos. Durante más de 30 años, su equipo ha estado trabajando para mapear dichos puntos y estimar el riesgo potencial para las personas que viven y trabajan en la zona de exclusión.
En un mapa, que muestra la dispersión de cesio-137 del reactor nuclear de Chernóbil, Kashparov mira el poblado de Steshchyna, donde viven Maryna y sus hijas. Él dice que el riesgo de cultivar verduras o beber leche de cabra allí es muy bajo.
Pero en la actualidad se está investigando el área por el riesgo de radiación en alimentos silvestres, como los hongos de los bosques o las bayas.
Maryna dice que ha pensado en los riesgos potenciales de la radiación, pero que su familia estaba huyendo de algo mucho más peligroso: la guerra.
"La radiación puede matarnos lentamente, pero no nos dispara ni nos bombardea", dice Maryna. "Es mejor vivir con radiación que con guerra".