El confiado anuncio de Corea del Norte de que lanzó exitosamente un misil balístico intercontinental capaz de alcanzar el territorio de Estados Unidos, es una reiteración en el juego internacional de póquer de alto riesgo que Pyongyang parece estar sobresaliendo.

Perfectamente ejecutado para coincidir con el feriado del 4 de julio en Estados Unidos, el triunfal lanzamiento de Kim Jong-un permitió simultáneamente al autoritario líder norcoreano cumplir sus promesas de modernización militar a su propio pueblo y exponer los arrogantes y vacíos tuits del presidente Donald Trump de que el lanzamiento de un misil balístico intercontinental (ICBM en sus siglas en inglés) "no ocurrirá".

El lanzamiento del misil Hwasong-14 es, en términos prácticos, simplemente un paso más desde el previo lanzamiento en mayo, cuando un cohete similar voló durante 30 minutos a una altura de unos 2.111 km sobre una distancia de unos 787 km.

El misil más reciente ganó entre siete y nueve minutos de duración de vuelo, unos 644 km de altura y unos 140 km de distancia total.

Superficialmente esto simplemente es más del mismo patrón de provocación y alarde militar que Corea del Norte ha estado llevando a cabo durante décadas, ya sea con su larga búsqueda para adquirir armas nucleares (que comenzó en los 1960) o su programa de pruebas de misiles, drásticamente acelerada en el curso del último año.

Sin embargo, al lograr el alcance de Alaska, la nueva prueba es un inequívoco punto de inflexión tanto en términos simbólicos como prácticos.

El territorio estadounidense (a pesar de estar separado del contiguo territorio continental de Estados Unidos) está ahora finalmente dentro de la mira de Pyongyang y por primera vez un presidente estadounidense tiene que aceptar que el Norte plantea un peligro "real y presente", no solo para el noreste de Asia y los aliados de Washington, sino también para el mismo Estados Unidos.

La debilidad del presidente Trump está en haber exagerado su jugada, tanto demasiado públicamente como demasiado ruidosamente.

Su maniobra inicial de desplegar una "armada" estadounidense a la región, en forma del grupo de ataque USS Carl Vinson, no sólo significó un pobre uso de analogías históricas, sino también fue una señal que no logró intimidar a los norcoreanos.

De la misma forma, presionar abiertamente a los chinos para que impongan sanciones punitivas a Corea del Norte a cambio de restricciones económicas de Estados Unidos por medio de la concesión de Trump de no clasificar a Pekín como manipulador de divisas también parece haber fracasado.

El presidente Xi, a pesar del positivo ambiente que reinó en la cumbre de Mar-a-Lago en abril pasado, parece haber evitado que Trump lo "encajonara".

Y es probable que la reacción de China a la última provocación se limite a un patrón familiar de condena retórica y un llamado a la calma a todas las partes.

Las opciones inmediatas de Washington son limitadas.

La acción militar, a pesar de las agresivas recomendaciones de senadores republicanos como John McCain y Lindsay Graham, es casi imposible debido a los riesgos que involucra para Seúl y la baja posibilidad de éxito, tanto en términos de retirar los bienes estratégicos del Norte como su liderazgo político.

Es probable que las sanciones sean revisadas, por medio de una nueva convocatoria del Consejo de Seguridad de la ONU, pero el proceso político es lento y su puesta en vigor es, en el mejor de los casos, parcial. Por lo tanto es un enfoque poco efectivo.

Las conversaciones son una manera de proceder y la convergencia de opiniones entre Washington y Seúl, tras la reciente visita del presidente surcoreano a Estados Unidos, sugiere que cierto tipo de nuevo compromiso parcial con el Norte podría estar a la vista, aunque dentro de un marco de disuasión forzada.

Sin embargo, por ahora parece que Pyongyang tiene pocos incentivos para sentarse con Estados Unidos y puede darse el lujo de ganar tiempo para acelerar sus esfuerzos de modernización militar mientras saca provecho de las divisiones dentro de la comunidad internacional.

Aunque los líderes de Estados Unidos, Corea del Sur y Japón estarán presionando durante la cumbre del G20 en Alemania, para imponer medidas más firmes, no les será fácil asegurar el apoyo de China y Rusia para nada más que no sea una sosa declaración de condena.

Los peligros de la actual crisis tienen dos dimensiones.

Un Kim Jong un más confiado e incentivado por su reciente éxito puede convertirse en alguien averso al riesgo, y comprometerse en políticas arriesgadas que, aunque no lleguen a ser ataques preventivos contra sus vecinos, podrían desbordarse en un conflicto por un error de cálculo, más que intencionalmente.

Alternativamente, Estados Unidos, al verse frente a la desagradable realidad de ver al Norte cruzar otra "línea roja" supuestamente no negociable, podría simplemente decidir desviar la mirada.

Para un presidente vinculado con su propia versión de "noticias falsas", la forma más fácil de enfrentar una verdad inconveniente podría ser redefinir o simplemente ignorar la "línea roja" original.

Esto sería un error grave porque no haría nada para disuadir al Norte y al mismo tiempo alentaría a otros Estados en la región a perseguir sus propios planes de modernización militar, lo cual acumularía mayores problemas en el futuro.

Por último, Trump, si desea demostrar que en realidad es el maestro del "arte de la negociación", necesitará bajarse del púlpito de la intimidación de la diplomacia del altavoz de Twitter y dirigirse hacia un enfoque más informado.

Esto podía involucrar el envío de un estadista estadounidense de alto perfil para negociar y apelar al ego y al amor propio del joven líder norcoreano.

También podría incluir una coordinación más cercana con los aliados estadounidenses, principalmente Corea del Sur, ofreciendo al Norte algunas concesiones políticas de alto perfil, ya sea el establecimiento de una misión de contacto de Estados Unidos en Pyongyang o un patrón de reducciones asimétricas de las fuerzas convencionales en la península.

Por ahora, Washington (por el bien de la región y del mundo como un todo) urgentemente necesita una estrategia de largo plazo sostenida y calibrada para negociar con el Norte que sea más que un juego reactivo de actitudes intimidantes.

Sería bueno aconsejarle al impulsivo, hiperactivo y falto de atención presidente Trump, que en lugar de seguir jugando póquer empiece a jugar ajedrez.


(*) El doctor John Nilsson-Wright es investigador senior del Programa de Asia y el noreste de Asia de Chatham House de Londres, y catedrático de política japonesa y relaciones internacionales del este de Asia de la Universidad de Cambridge, Inglaterra.

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