El asesinato del ex primer ministro de Japón Shinzo Abe ocurrido este viernes consternó al mundo e hizo recordar una época en la que el asesinato parecía ser una estrategia política en la nación asiática.
Aunque hoy Japón se precia de su seguridad ciudadana, un lugar en el que "uno se acostumbra a no pensar en crímenes violentos", según el corresponsal de la BBC Rupert Wingfield-Hayes, hubo un período en el que estar involucrado con los asuntos de Estado era riesgoso.
De hecho, si se confirma que la muerte de Abe estuvo impulsada por motivaciones políticas, este sería el sexto mandatario japonés en morir asesinado, incluyendo a quienes han muerto en funciones y a quienes lo han hecho después de dejar el cargo.
Esto equivale a 9% de los 64 líderes que han gobernado Japón desde 1885. Una proporción mayor que la existente en Estados Unidos.
Así, aunque han transcurrido 86 años desde que un exmandatario japonés murió asesinado (Takahashi Korekiyo en 1936) y 90 años desde que un gobernante en funciones fallecía víctima de un atentado (Tsuyoshi Inukai en 1932), la violencia política no es tan ajena a la sociedad japonesa como se puede pensar.
Japón sin estereotipos
A primera vista, la imagen internacional de Japón desde el final de la II Guerra Mundial puede hacer creer que es un país ajeno a la violencia política que se ve en otras latitudes. Sin embargo, según advierten los expertos, no es así.
"Decir que este tipo de violencia política es inédita en Japón no es verdad. Es impactante, pero no es inédito", dijo Hugo Dobson, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Sheffield (Reino Unido), a la web Inews.
De hecho, aunque durante las décadas recientes no ha habido mandatarios o exmandatarios que hayan muerto asesinados, sí han sido víctimas de ataques, aunque han sobrevivido.
Uno de ellos fue Nobusuke Kishi, abuelo materno de Abe, quien siendo primer ministro en 1960 fue objeto de un atentado por parte de un activista de extrema derecha que le propinó varias puñaladas en el muslo.
Posteriormente, también fueron víctimas de atentados los primeros ministros Takeo Miki (1975), y Morihiro Hokosawa (1994), así como el viceprimer ministro Shin Kanemaru (1992), quienes lograron sobrevivir.
Etapas violentas
En cualquier caso, aunque en la actualidad la violencia política en Japón sea relativamente poco común, en la historia contemporánea de ese país ha habido etapas especialmente turbulentas.
Desde esa perspectiva, el historiador Manuel de Moya Martínez destaca dos momentos concretos: la era Meiji (1868-1912) y los años en torno a 1930.
"El Japón actual es muy distinto al del último tercio del siglo XIX o al Japón de la década de 1930", explica el historiador a BBC Mundo.
"En el primer caso, cabe decir que la transición del sistema feudal al Estado moderno que implementó el gobierno no fue algo sencillo. Tras la llamada restauración Meiji (1868), muchos sectores no estuvieron de acuerdo con el camino que estaba tomando el país y se opusieron violentamente a ello. Pero tras unos años turbulentos, la administración se impuso y logró instaurar un nuevo sistema político que estuvo vigente durante décadas".
El historiador español indica que posteriormente, durante la era Taish? (1912-1926), se instauró en el país una democracia liberal pero que esta no pudo o no supo dar soluciones a los problemas que fueron surgiendo, por lo que el sistema entró en crisis.
"El Japón de los años 30 arrastraba los efectos de la crisis económica de 1929, cuyas consecuencias se dejaron sentir tanto en lo político como en lo social. Este fue un proceso análogo a lo que ocurrió en muchos países de Europa durante aquellos años", señala el experto.
Explica que en esos años el poder civil tuvo que lidiar con un poder militar que empezó a mostrarse muy revoltoso.
"Los militares gozaban de una gran autonomía desde la era Meiji (1868-1912), pero en aquel contexto muchos oficiales empezaron a abogar por llevar ellos las riendas del país. Y dentro de las Fuerzas Armadas algunos grupos clandestinos empezaron a usar el terrorismo como instrumento de subversión con el fin de agravar la crisis del sistema político y facilitar este camino", dice De Moya Martínez.
Añade que, paradójicamente, estos asesinatos y la violencia daban justificación a los extremistas que prometían devolver la paz social a las calles.
En esos años, fue asesinado el primer ministro Osachi Hamaguchi, quien inicialmente sobrevivió a las heridas que le propinó un militante de extrema derecha en el año 1930, pero falleció nueve meses más tarde debido a una infección que padeció en las heridas no curadas.
Un año más tarde, en 1932, fue asesinado el primer ministro Tsuyoshi Inukai, quien murió a manos de un grupo de oficiales de la Armada cuando se encontraba en la residencia de gobierno en Tokio. Este suceso es considerado como un parteaguas en la historia de Japón.
"Tradicionalmente su asesinato (y todo el trasfondo que tuvo lo que se conoció como "Incidente del 15 de mayo") ha sido considerado el evento que vino a significar el final de la democracia liberal en Japón y el inicio del período militarista que precedió a la Segunda Guerra Mundial", afirma Manuel de Moya Martínez.
Aclara, no obstante, que ese acontecimiento no puede reducirse a un único hecho, sino que se trata de un conjunto de sucesos conectados entre sí.
"En los meses previos al asesinato de Inukai hubo varios altos cargos que fueron asesinados. Todo ello se producía en el contexto que siguió al crack económico de 1929 y a la invasión japonesa de Manchuria en 1931", señala.
Previo a este periodo, hubo otros mandatarios que murieron en atentados como Hirobumi Ito, quien fue asesinado por un nacionalista coreano en una estación de tren en 1909, o Hara Takashi, quien recibió puñaladas mortales también en una estación de tren en 1921, propinadas por un empleado de ferrocarriles de extrema derecha.
Pero, ¿cómo ha sido posible que con este historial haya logrado Japón desvincular su imagen de la violencia política?
De Moya Martínez indica que después de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, el país ha conocido una bonanza económica y una estabilidad política que en parte han contribuido a alejar ciertas dinámicas del pasado.
"Los que en los años 30 habían propugnado acciones violentas contra el sistema político salieron muy desacreditados con la derrota de 1945. Aunque en los últimos 70 años ha habido asesinatos y atentados, hasta ahora estos han constituido más una excepción dentro de una dinámica de estabilidad que ha prevalecido", concluye el historiador.