El corazón de Anne-Marie Uwimana le palpitaba fuerte cada vez que se topaba con su vecino, Celestin Habinshuti.
La mujer recuerda que cuando este regresó al pueblo y se reencontraron, él se tapó la cara: "Cuando lo vi, me puse fría y empecé a temblar. Pensé que iba a matarme".
Anne-Marie es una sobreviviente del genocidio que su país, Ruanda, vivió en 1994. Más de 800.000 personas, la mayoría de ellas de la etnia tutsi, fueron asesinadas por miembros de la etnia gobernante, los hutus.
Ella sobrevivió, pero gran parte de su familia no tuvo la misma suerte. Su marido y cuatro de sus hijos fueron asesinados. Dos de estos últimos murieron a manos de Celestin.
"Celestin sacó su machete y les cortó el cuello a dos de mis hijos. Yo conseguí escapar", afirma.
Su hijo mayor, Innocent, tenía apenas 11 años.
"Era un chico tan inteligente. Me prometió cuidar de mí siempre y mejorar mi vida. Era demasiado bueno para este mundo".
"El día en que murió, a medida que las cosas empeoraban, le dijo a un amigo que tenía el presentimiento de que alguien le iba a cortar el cuello", dice Anne-Marie.
"Cuando recuerdo eso, siento como si mi corazón se fuera a romper".
El rol del gobierno
El conflicto étnico que llevó al genocidio de Ruanda se había empezado a gestar décadas antes de que esta naciera como país independiente.
Mientras el territorio estuvo bajo dominio belga, los colonos favorecieron a los tutsis por encima de los hutus. Sin embargo, una vez que se fueron los belgas, los hutus se hicieron con el gobierno, que intentó invertir los roles y convertir a los tutsis en etnia inferior.
El experiodista Tom Ndahiro cuenta cómo la propaganda auspiciada por el Estado incitó al odio. En especial, la que hacía la emisora radial Radio Television Libre de Mille Collines.
"Los llamaban cucarachas, los llamaban serpientes, los llamaban de todo. Y los tutsis fueron tachados de enemigos, de enemigos y odiadores de Ruanda", dice Ndahiro.
Celestin pasó 10 años en la cárcel por sus crímenes durante el genocidio. Una vez libre, buscó perdón.
"Pedimos a todos los sobrevivientes que nos perdonen. Sobrevivieron pese a mis acciones, porque de hecho yo era un asesino salvaje. Ella vive pese a lo que hice. Dios es quien la mantiene viva", afirma Celestin.
25 años después, las heridas que dejó el genocidio sanaron, pero el dolor sigue presente.
Anne-Marie, que todavía recuerda a sus hijos entre lágrimas, quería matar a Celestin.
Pero un cura la convenció de que hiciera lo contrario: perdonarlo.
"Me dijo que yo tenía la llave para liberarlo de su culpa y que Celestin también tenía la llave para liberarme a mí".
El sacerdote le prometió: "Si crees en esto, con la ayuda de Dios, te sanarás".