El timing no podía haber sido peor desde del punto de vista de la imagen. El mismo día en que se discutía en la Unión Europea sobre el uso del glifosato, se supo que Bayer se propone adquirir Monsanto, asociado estrechamente a ese herbicida sobre el que pende la sospecha de tener efectos cancerígenos. Por si fuera poco, el mismo día se informó también que Bayer se desprende del negocio de productos para el pasatiempo de la jardinería. Fue demasiado para el corazón ecologista que late en buena parte de la ciudadanía alemana.
"Personificación del mal"
De concretarse el plan, Bayer se vería catapultado a la cúspide del sector agroquímico. Pero no se trata de un negocio cualquiera. Pesticidas y semillas transgénicas son foco de polémica desde hace años y tienen muchos detractores en Alemania. Un estudio de la Agencia Federal para la Protección de la Naturaleza (BfN) dado a conocer fines de abril, indicó que el 76 por ciento de los encuestados considera importante que se prohíba el uso de plantas transgénicas en la agricultura.
“Monsanto es el consorcio que representa la personificación del mal en la agricultura industrializada”, hizo notar Dirk Zimmermann, experto de Greenpeace, quien advirtió que una excesiva concentración en el mercado se traduciría en una menor diversidad y mayores precios de las semillas.
Repercusión política
“La tecnología genética y los pesticidas no son el futuro, sino tecnologías de riesgo”, dijo por su parte el jefe de la bancada parlamentaria de Los Verdes, Anton Hofreiter, a la agencia dpa. La ex ministra alemana de Agricultura Renate Künast, también del partido ecologista, calificó la planeada adquisición de Monsanto por parte de Bayer de “señal equivocada para Alemania y para la protección del medio ambiente”.
La socialdemócrata Elvira Drobinski-Weiß comentó a Bloomberg que, con la adquisición, “Bayer se posiciona en el ámbito de la tecnología genética”, con lo cual éste se convertiría en un factor económico en Alemania, lo que consideró “muy problemático”.
Consideraciones económicas
“Con una fusión de ambas empresas, surgiría un gigante agroquímico que asumiría el dominio global en un mercado que de por sí ya es controlado por apenas un puñado de firmas”, opina a su vez el periódico Frankfurter Rundschau, advirtiendo del peligro de que aumente la dependencia de los campesinos, “especialmente en los países emergentes”. La conclusión a la que llega el editorialista es que “solo podrá haber una agricultura más sustentable y democrática si recibe una apoyo masivo del ámbito político”.
Pero no son las consideraciones ambientalistas o éticas las que hicieron desplomarse las acciones de Bayer al conocerse el proyecto de adquirir Monsanto, sino razones netamente económicas. Por muy atractivo que sea el mercado, los accionistas del consorcio químico alemán temen que la compra resulte simplemente demasiado cara. El valor de bolsa de Monsanto asciende a unos 42.000 millones de dólares. El de Bayer lo duplica, pero se estima que sería necesaria una ampliación de capital para concretar los planes. Además, la empresa de Leverkusen se vería privada de margen de maniobra para hacer otras inversiones durante los próximos años.