María Dolores Víctor Ortega, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja ; Antonio Manuel Cordovilla Moreno, Escuela Andaluza de Salud Pública, and Diego Airado Rodríguez, Universidad de Jaén

Como es sabido por todos, la reciente epidemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) ha provocado una crisis de salud pública mundial sin precedentes. Esta crisis supone importantes consecuencias humanitarias a todos los niveles, desde el sanitario hasta el económico, pasando por el social.

El número de infectados y fallecidos por esta enfermedad no deja de aumentar en un mundo, que, evidentemente, no estaba preparado para algo así.

Hasta ahora, el tratamiento de la COVID-19 se ha limitado a la atención general de apoyo, con la provisión de cuidados críticos, ya que no hay terapias globales o vacunas aprobadas disponibles. Por otro lado, los datos clínicos de los estudios desarrollados en torno a la COVID-19 todavía no son demasiado concluyentes y están limitados a información procedente principalmente de China, España, Italia, Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido.

Lo que sabemos de la terapia con plasma

La terapia de inmunización pasiva se ha utilizado con cierto éxito para tratar enfermedades infecciosas desde la década de 1890. Se basa en que, según afirman los expertos en inmunología, una persona que se ha recuperado de una enfermedad infecciosa presenta en su sangre anticuerpos específicos que neutralizan los microorganismos que la causaron.

Por tanto, parece lógico plantear que, si se administra el plasma de personas convalecientes a individuos enfermos, reduciremos los síntomas y la mortalidad. De ahí que la trasfusión de plasma de convalecientes (TPC) haya sido objeto de creciente atención, especialmente a raíz de epidemias a gran escala como la que estamos viviendo actualmente.

Es importante recalcar que la TPC tiene una larga historia de uso en el tratamiento de enfermedades infecciosas. Se ha usado, entre otras, frente a la infección de Influenza A (H1N1) de 1915 a 1917, el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS) de 2003, la pandemia del virus influenza A de 2009 (H1N1), la gripe aviar (H5N1), fiebres hemorrágicas como el Ébola y otras infecciones virales.

En todos estos escenarios, los estudios muestran que los anticuerpos plasmáticos de convalecientes limitan la reproducción del virus en la fase aguda de la infección. Incluso pueden ayudar a eliminarlo, favoreciendo la rápida recuperación de la enfermedad.

Resultados en el tratamiento de la COVID-19

Con COVID-19, si nos centramos en la supervivencia, existen estudios que hablan de mortalidad cero tras las transfusiones con plasma, reducción de la mortalidad en pacientes críticos y aumento de los anticuerpos neutralizantes en su sangre. En cuanto a los beneficios clínicos, algunos pacientes muestran mejoría en sus síntomas y diversos grados de resolución de las lesiones pulmonares.

Sin embargo, estas conclusiones suelen basarse en estudios de casos únicos o en grupos reducidos de pacientes. Además, no se ha podido determinar claramente si el alto porcentaje de supervivencia se debe exclusivamente al tratamiento de TPC o a la combinación de éste con otros fármacos (incluidos antivirales).

Otra pega a destacar es que algunos autores mencionan un efecto secundario dermatológico leve, concretamente manchas rojas faciales evanescentes en algún paciente.

Las conclusiones, sin embargo, no están del todo claras. En otro estudio reciente en enfermos con COVID-19 no se observaron diferencias significativas en la mortalidad ni en la gravedad de la enfermedad entre los pacientes tratados con plasma y los que siguieron el tratamiento estándar.

Por si fuera poco, otra investigación de la que se hacía eco hace poco la revista JAMA indica que varios pacientes experimentaron efectos adversos tras el tratamiento con TPC, lo que obligó a abandonar el ensayo antes de obtener resultados concluyentes.

Como ya hemos adelantado en párrafos anteriores, el problema es que muchos de los estudios realizados hasta la fecha presentan limitaciones importantes. Nos referimos a la escasez de grupos control adecuados y la posible existencia de sesgo. En este sentido, una reciente revisión pone de manifiesto que no hay evidencias claras de que el plasma de las personas que se han recuperado de la COVID‐19 sea un tratamiento efectivo para esta enfermedad.

Por tanto, las mencionadas deficiencias metodológicas deberían ser subsanadas en los estudios que se siguen desarrollando actualmente en este campo.

¿Una esperanza hacia el control de la enfermedad?

Como hemos visto, debido a la necesidad imperiosa de controlar la tremenda crisis de salud mundial causada por la COVID-19, en ausencia de tratamiento definitivo, se están llevando a cabo numerosos estudios centrados en el uso de plasma de convalecientes.

Algunos de estos estudios sugieren que, junto con los medicamentos antivirales, la TPC podría ser una opción terapéutica efectiva y segura, capaz de mejorar los síntomas clínicos y reducir la mortalidad debida a COVID-19. Con todo, al carecer de datos concluyentes, urge realizar ensayos clínicos multicéntricos que proporcionen información fiable y definitiva para abordar esta pandemia.

María Dolores Víctor Ortega, Profesora de Escuela Superior de Ingeniería y Tecnología, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja ; Antonio Manuel Cordovilla Moreno, Médico de Urgencias, Hospital de Alta Resolución del Toyo, SAS, Escuela Andaluza de Salud Pública, and Diego Airado Rodríguez, Profesor Contratado Doctor, área Didáctica de las Ciencias Experimentales, Universidad de Jaén

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