Samer quedó paralítico, Rukaya huyó a Francia y a Bakri le amputaron una pierna. Marcados de por vida por la guerra en su país, diez sirios cuentan a la AFP cómo han vivido una década devastadora.
Residentes en zonas gubernamentales, en los últimos feudos hostiles al poder o como refugiados en Europa, estos sirios narran uno de los capítulos más dolorosos de su vida, posando para la AFP con una foto suya de antes de la guerra.
Este lunes, el conflicto entra en su undécimo año y ha dejado ya más de 387.000 fallecidos. Las armas casi se han acallado pero el sufrimiento persiste.
En Damasco, Samer Sawan, de 33 años, muestra la foto de un joven sonriente a orillas del mar, en la ciudad costera de Latakia (noroeste).
Su destino se vio trastocado en 2011. Cuando iba al volante de su vehículo, en Damasco, una bala perdida penetró en el auto y le hizo perder el control. Quedó paralítico de por vida.
"Mis ambiciones y mis sueños cambiaron", resume. Una noche "me fui a dormir con dos piernas. Al día siguiente, estaba en una silla de ruedas".
Heridos de guerra
Cerca de 1,5 millones de sirios padecen alguna discapacidad física a causa del conflicto, según estadísticas de la ONU de 2019.
Mohamad al Hamed, de 28 años, y Bakri al Debs, de 29, forman parte de los mutilados de guerra.
Ahora apoyado en unas muletas, Mohamad, ex combatiente rebelde, perdió una pierna en 2016 durante unos enfrentamientos cerca de Latakia. En un viejo retrato, el hombre, corpulento, aparece durante su servicio militar, vistiendo uniforme y empuñando un arma.
Uno de sus hermanos murió en los mismos enfrentamientos. Más tarde se enteró de otros tres hermanos suyos habían muerto mientras estaban detenidos. En 2017, su vivienda de Idlib (noroeste) fue alcanzada por un bombardeo, que mató a uno de sus hijos.
Bakri posa en el mismo lugar en el que resultó herido hace seis años, en unos bombardeos aéreos en la localidad de Ihsim, en la provincia de Idlib. Junto a él, yace apoyada contra la pared la prótesis de una pierna. La suya, se la amputaron por debajo de la rodilla.
También en Idlib, Abu Anas, de 26 años, muestra una foto del adolescente que era hace diez años. Oriundo de la región de Damasco, llegó a Idlib en 2018. Allí, un bombardeo le hizo perder la vista dos años después.
En la gran metrópolis de Alepo (norte), Ahmed Nashawi posa frente a su casa, dañada por los combates, exhibiendo un retrato que se hizo en un estudio fotográfico.
"Ninguna llave"
También los hay que encontraron refugio en el extranjero. Entre ellos, la periodista de 32 años Rukaya al Abadi, natural de Deir Ezor (este). Llegó a París a finales de 2018.
Al Abadi, que colaboraba con organizaciones humanitarias, fue acusada de activismo por el gobierno y encarcelada. Cuando su ciudad cayó en manos del grupo Estado Islámico, quiso documentar los abusos cometidos por los yihadistas. Se fue del país a finales de 2015.
Ahora, exhibe una foto de 2011, la de una joven estudiante de economía con velo integral, que le cubría la melena negra que hoy luce.
Anas Ali, de 27, también lleva dos años refugiado en París y enseña una fotografía suya de cuando fue herido en unos combates entre los rebeldes y las fuerzas gubernamentales en los alrededores de Damasco.
En el Kurdistán iraquí, Dima al Qaed, de 29 años, posa frente a la ciudadela de Erbil con su fotografía, uno de los pocos recuerdos que se pudo llevar tras vender su casa familiar y dejar Damasco.
"No me llevé ninguna llave conmigo", comenta. "Soñaba con cambiar el mundo. Y al final la guerra me sorprendió a mí, cambiando el mío".
Fahd al Rutayban, que vive en el Líbano desde 2013, trabaja como conserje. Muestra en su celular una foto suya de uniforme durante el servicio militar, hace 11 años.
En el campo de Yarmuk, al sur de Damasco, el pintor palestino Mohammad al Rakuii, de 70 años, se encontró con su taller destruido por la guerra.
"Mi pérdida es irreparable", lamenta. "Me robaron mis pinturas y mis 'gouaches' quedaron desparramados".