La utopía ganó en las urnas. En una Colombia presuntamente polarizada, atrapada en la batalla de extremos del uribismo y el petrismo, Bogotá eligió la moderación de quien tenía las de perder: por nacer en un entorno humilde, por ser mujer, por ser homosexual.
Claudia López, ecologista e ícono de la lucha contra la corrupción, no solo se ha convertido en la primera mujer en conseguir la alcaldía de la capital. También será la primera regidora abiertamente lesbiana del país y de América Latina. Una victoria que no ha pasado desapercibida en una región en la que casi 1.300 personas LGBTI fueron asesinadas entre 2014 y 2019, dejando Brasil fuera del conteo, según un informe publicado recientemente. Colombia fue uno de los países donde se registraron más asesinatos de lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersexuales.
"Bogotá votó para derrotar al machismo y a la homofobia. Que no quepa duda: el cambio y la igualdad son imparables", dijo López en una de sus primeras declaraciones tras darse a conocer los resultados de los comicios del domingo.
El histórico triunfo de la ecologista ha inspirado una ola de entusiasmo entre quienes luchan por los derechos humanos de las minorías sexuales en Latinoamérica. "Es un paso muy importante, sobre todo para la visibilidad política de las mujeres lesbianas", dice a DW la chilena Érika Montecinos, presidenta fundadora de la Agrupación Lésbica Rompiendo el Silencio.
"Lo personal es político"
El llamado "techo de cristal" es otra de las manifestaciones de la discriminación contra las mujeres, y contra quienes aman o sienten el género de forma diferente: las altas esferas del poder siguen veladamente vetadas a estos grupos sociales. Solo recientemente han empezado a acceder a los parlamentos y a cargos municipales. En Ecuador, Carina Vance fue la primera ministra abiertamente lesbiana.
De hecho, la victoria de López estuvo acompañada de polémica al hacerse públicas unas imágenes en las que la alcaldesa electa celebraba su logro besando a su pareja, la senadora Angélica Lozano. No faltaron los reproches de quienes pidieron mantener tales muestras de cariño en la intimidad.
"Como activistas lesbianas, nosotras decimos que nuestra orientación sexual es política, que va más allá de una relación privada entre dos personas", critica Montecinos. "Es política porque está haciendo frente a toda una construcción que se ha hecho sobre el cuerpo de las mujeres, sobre sus derechos sexuales y reproductivos". El viejo lema feminista de que "lo personal es político" cobra rabiosa actualidad ante la pregunta sobre qué pasaría si ese mismo beso hubiera sido protagonizado por una pareja heterosexual.
"En Bogotá y no en Buenos Aires"
Desde Quito, la presidenta de la Federación Ecuatoriana de Asociaciones LGBTI, Diane Rodríguez, subraya otro elemento a tener en cuenta. "En cierto modo, es importante que esto haya ocurrido en Bogotá y no en Buenos Aires. Los avances políticos y sociales de la región en esta materia siempre los han liderado Argentina y Uruguay". A su juicio, "que en un país andino como Colombia haya ocurrido esto demuestra un enorme potencial de transformación social".
Rodríguez dejó atrás su incursión política pionera como mujer trans en el movimiento político de "izquierda moderna y contemporánea" Ruptura 25 y en el Movimiento Alianza PAIS, para volcarse en el activismo. Y está convencida de que al entorno latinoamericano le falta madurez respecto a la cuestión de los derechos humanos. Pone el ejemplo del presidente brasileño, Jair Bolsonaro: "No puede ser que su discurso homofóbico, transfóbico, misógino y racista no sea un impedimento para poder gobernar, pero sí lo sean la orientación sexual o la identidad de género de una persona".
Cambios en "una Latinoamérica muy conservadora"
Ambas activistas creen, sin embargo, que el hito de López es síntoma de un movimiento tectónico más profundo en una región en la que el fundamentalismo religioso ha hecho saltar las alarmas por sus ataques contra los progresos legales en materia de igualdad de género y derechos LGBTI. "Ella representa los cambios que se están dando en una Latinoamérica muy conservadora", asegura Rodríguez, quien al mismo tiempo critica la falta de compromiso del Ejecutivo en su país, Ecuador.
En cualquier caso, la chilena Montecinos insiste en que no solo se trata de los derechos políticos de su colectivo. "Queremos ver una diversidad de personas y comunidades en los puestos de poder: personas indígenas, con discapacidad, de niveles socieconómicos más bajos… ¿Quiénes mejor que nosotros, que conocemos a nuestra población y a nuestras comunidades?", se pregunta. El poder, insiste, tiene que visibilizar más realidades que la del hombre blanco, heterosexual y de clase privilegiada.
Que la ola de entusiasmo se convierta en un tsunami de cambio está por ver. Pero la primera piedra está puesta y Montecinos recuerda a la islandesa Jóhanna Sigurðardóttir, que fue la primera jefa de Gobierno del mundo abiertamente lesbiana. "Desde acá se veía muy lejano", dice, "pero ahora vemos que efectivamente se va acercando cada vez más". Bogotá ha asfaltado el camino, aunque el "techo de cristal" aún no esté roto, insiste: "¿Y para cuándo una presidenta lesbiana?".