Otra tarde más. Son las 7 de la tarde en Plaza Italia, es viernes y como un ritual que parece de nunca acabar, ya hay unos 40 manifestantes, metiendo ruido, con un sonido parecido a los cacerolazos. No se escuchan consignas. Hay un grupo de mujeres con banderas mapuches que hacen algún tipo de coreografía. Los vecinos o trabajadores del lugar miran con una mezcla de aburrimiento y rabia.
Carabineros tiene estacionados dos carros en la Avenida Vicuña Mackenna, y observa el ritual visto tantas veces desde el 18 de octubre de 2019, que llegó a congregar a centenares de miles de personas; en algunas marchas pacíficas, pero en otras violentas, cuando se saquearon locales del sector, destruyeron la estación del Metro Baquedano e incendiaron una iglesia cercana, entre otros actos de vandalismo.
Hoy va mucha menos gente. Un carabinero apostado frente al Teatro de la Universidad de Chile -que también sufrió por el estallido-, explica: “A veces vienen cinco personas. Pero todos los viernes siempre llegan. El nivel de la violencia es mucho menor que antes. Y no es necesario que actuemos, mientras no interrumpan la calzada o alteren el mantenimiento del orden público”, dice.
Carabineros diseñó el denominado “Plan Marzo”, que incluyó un mayor despliegue de efectivos en zonas conflictivas, como la estación de metro Baquedano. Según el uniformado este viernes hubo 20 o 30 carabineros. “Uno ya conoce a los miembros permanentes que son pacíficos. Pero con otros más agresivos no se puede conversar. Lo peor es que muchas son protestas pacíficas, pero se meten personas que vienen con otra intención, de saquear algún local, de romper lo que es la propiedad privada y pública. Se nota altiro que vienen a robar porque se encapuchan, empiezan a agarrar palos, piedras, botellas”.
El carabinero cuenta que lleva unos seis años trabajando en el sector. “La gente está muy cabreada . Yo viví la época más dura, fue re complicado. Me afectó personalmente. Pero se trató de hacer lo mejor que se pudo y salir adelante haciendo el menor daño posible”.
Los manifestantes. Mientras continúa el ruido metálico de los que protestan, manifestantes y carabineros se miran con expectación, en un costado hay un grupo de mujeres muy tranquilas. Pertenecen a una brigada mapuche de salud. Reconocen que ha bajado mucho el número de personas que protestan. “La semana pasada a un joven le tiraron agua con químicos y le quedó toda la cara con heridas”, dice una de ellas.
Al borde de la entrada -que ya no entra a ninguna parte- de la Estación Baquedano, hay una mujer que tiene 47 años y cuenta que siempre ha sido izquierda. Es amable y no se molesta con las preguntas. En su momento fue de las Juventudes Comunistas y ahora viene a la zona cero porque quiere que la lucha siga. Le da mucha pena que ahora venga tan poca gente. Dice que el Presidente no ha cumplido lo que prometió sobre los presos políticos. “El tema de los indultos fue un show que no solucionó nada”, comenta.
Pero no todos son pacíficos. Hay un tipo que mira hacia el interior de la estación, que se ha convertido en una especie de santuario de las víctimas del estallido. Hay murales, por ejemplo de Cristián Valdebenito, por cuya muerte se querelló el Consejo de Defensa del Estado.
“Aquí estamos en la lucha”, dice. Le pregunto si no habría que abrir la estación. “Esto no se puede tocar porque aquí torturaron”.
-En todo caso, el Octavo Juzgado de Garantía de Santiago determinó el sobreseimiento definitivo de la causa.
-Está comprobado que los “pacos” nos torturaron. Yo mismo lo sufrí en este lugar. ¡Andate a la mierda! No puedes venir a hablar del estallido social si no estuviste. A mi me golpearon.
-¿Pero podemos conversar?
-No, conch.. Ándate o si no te saco la cresta -Luego se aleja.
Los sobrevivientes. El Prosit es una fuente de soda, al frente de la Plaza Baquedano, que tiene unos 35 años. Famosa en los 90 porque abría las 24 horas, era concurrida por estudiantes (la Facultad de Derecho y la entonces sede de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile están muy cerca). Además, en tiempos más conservadores, era de los pocos sitios que recibía amistosamente al mundo gay. Era un lugar discreto, al que se podía llegar muy tarde para saciar el hambre con sándwiches generosos.
Su dueño, Faustino Fernández, asturiano, ha vivido toda la época del estallido social al borde de un ataque de nervios. “Ojalá que alguien le pudiera poner el cascabel al gato. La verdad es que estoy enfermo. Hay menos gente. Pero igual vuelve, molesta el mismo sistema. Uno ya está enfermo de los oídos, no se puede seguir trabajando. Como ves, el local está completamente vacío”.
Afirma que hay gente mayor que usa a menores de edad para delinquir durante las protestas. “Hay mucha gente que tiene necesidades y estoy completamente de acuerdo en manifestarse de forma pacífica, pero hay muchos que se aprovechan de los niños para que vendan drogas y trafiquen”.
“Al local ha venido gente con cuchillo, con pistola, que viene a amedrentar. Ya me tienen hastiado. Voy a tener que pedir una licencia por salud mental. ¿Hasta cuándo vamos a seguir con esto? Todos los viernes es lo mismo. Lo malo es que se lo toman como una rutina. Para algunos es una obligación venir, pero no saben por qué”, sostiene.
“No logro entender a dónde quieren llegar con esto. Si uno dijera que hay un objetivo político, ok. En todo el mundo se cuecen habas. Pero la destrucción, como hemos visto quemar el local de al lado, tal como quemaron la iglesia, es absurda. O sea, es hacernos a nosotros mismos un daño. Acá entran 10 cabros que protestan y van al baño sin pedir permiso. Y se sientan sin consumir nada. La prepotencia me sorprende”.
Fernández vivió en Venezuela y le preocupa el futuro de Chile. “Me tocó el tiempo de Marcos Pérez Jiménez y Rafael Caldera. Si ves lo que era antes y lo que es hoy, me pregunto cómo es posible que el venezolano no se haya dado cuenta a dónde iba, con la forma de pensar de Chávez. Yo creo que por ahí va la cosa en Chile. Yo tengo 75 años, pero pienso en la juventud. ¿Qué buscan?”.
Otra persona que trabaja en el sector coincide en que hay menores de edad involucrados en actos de vandalismo dirigidos por adultos. “Mira esas dos mesas en la terraza de esa fuente de soda”, dice. “Ellos son los que dirigen estas protestas, son personas ya adultas, pero controlan a los cabros menores de edad. Esa mesa de tres mujeres y la otra mesa de 4 hombres. Esas niñas y los caballeros manejan todo el sistema. Entonces se cubren bajo esa fachada del estallido social para delinquir. No se te ocurra acercarte, porque son peligrosos”.