-Has escrito mucho sobre el populismo. ¿Cómo ves el avance de las corrientes populistas en el país?

-No es tan fácil llegar y decir en Chile que “este es populista y este no”. Depende del enfoque y depende de tu conceptualización. A grandes rasgos uno podría identificar, desde el estallido a la fecha y sin distinción de izquierda y de derecha, que existe una dimensión populista más bien adversarial, del otro como enemigo,  de conflicto entre pueblo y elite, que parece estar súper presente en la discusión. Y digo de izquierda y derecha, porque claro, uno piensa en la ex Lista del Pueblo y sus sucedáneos, donde existe esa concepción del adversario como enemigo. Y en la derecha, si escuchas los discursos de Parisi o los de José Antonio Kast, también están ahí los bandos en disputa, también se identifica una élite corrupta. Lo que pasa es que cambia la elite.

-¿De qué manera se articula ese concepto?

-En el caso de Franco Parisi, la elite son los grandes empresarios, los grandes diarios y canales tradicionales. En el caso de José Antonio Kast, apunta a la elite progresista, los medios de comunicación liberales, la academia, cierto lobby gay. Cada uno llena este significante vacío, por así decirlo, del contenido que le conviene. Pero cada vez que yo escucho la formulación de una frontera de exclusión, donde allá están ellos y aquí estamos nosotros, tiendo a identificar el germen del populismo.

-¿Se da en todos los sectores o sólo en los extremos?

-No es propia solamente de un sector. Todos los políticos, de alguna manera, ocupan esa retórica cuando la consideran electoralmente rentable. Entonces, no creo que haya un solo sector, o un solo partido o un solo actor político que sea populista en Chile. Me parece que desde octubre de 2019 permeó en el paisaje político chileno la idea de que hay que antagonizar, de que hay que identificar a un adversario claro. Puede que la política siempre haya sido eso.

-¿Pero la intensidad del fenómeno es distinta?

-Claro, la manera como se ha planteado en el último tiempo y la forma como ha permeado en todos los sectores me parece llamativa. Es una estrategia que divide la sociedad de manera maniquea entre buenos y malos. Antes no existía esa división tan marcada y forzada. A veces uno escuchaba en la reforma tributaria de Bachelet 2, cuando hablaba de los poderosos de siempre. Y tenía un cierto tufillo populista. Pero, en general, en los 90 y los 2000, nuestra elite no había caído en el descalabro reputacional actual, no parecía que ese fuese el eje divisorio: corruptos y limpios. Había otras maneras más complejas de distinguir quienes estaban en un lado, y quienes estaban al otro en una elección.

-¿No siempre ese división es populista? ¿Por ejemplo en el plebiscito del 88?

-Efectivamente, el Si y No tuvo esa división. Como dice Tironi el clivaje democrático/ autoritario era el predominante. Me da la impresión, que en los últimos tres años ellos el “ellos” y “nosotros” se ha construido en forma bastante simplista. Se ha dividido moralmente a la sociedad entre buenos y malos, entre héroes y villanos, entre pueblo y elite, de una manera bastante más grosera que la que la que teníamos antes.

-Ese discurso moralizante se escucha mucho en gente como Pamela Jiles, o también en el Partido de la Gente que dice “nosotros somos diferentes”. ¿Eso también son rasgos populistas?

-Pamela Jiles me parece que es un ejemplo de manual de  dibujar a la sociedad en términos moralizantes entre buenos y malos. No me cabe duda. El Partido de la Gente me recuerda un poco a Cinco Stelle en Italia (movimiento populista fundado por Beppe Grillo), que algunos llaman una especie de tecno populismo y que tiene una crítica fuerte a las élites. Pero no solamente a las élites de arriba. Es un populismo más bien de derecha que también ataca a aquellos grupos que vienen de abajo que pudiesen eventualmente amenazar el status que las clases medias, supuestamente con tanto esfuerzo, han conseguido.

-Hablas de tecno populismo. ¿Son riesgosas estas ideas de democracia digital?

-Hay una reivindicación de la capacidad de tomar decisiones a través de ciertos mecanismos digitales y tecnológicos que te ahorran la deliberación, que “bypasean” los mecanismos institucionales de mediación política por excelencia. Uno podría identificar algunos rasgos populistas en el discurso político de los últimos años, en que la crítica a los partidos ha sido especialmente aguda.

-¿Pero es una crítica con ciertas razones?

-No estoy diciendo que esa crítica sea necesariamente injusta. Obviamente, cada vez que en cualquier sociedad se percibe que los partidos se cartelizan y monopolizan la representación e impiden la competencia (exactamente todo lo que pasa en Chile), es normal que se genere una crítica a los partidos.

El problema es que muchas veces va acompañado de la creencia de que uno puede gobernar o hacer política sin instituciones de mediación, sin congreso, sin partidos. La idea de que los líderes ya saben lo que quiere su pueblo, ya saben lo que es correcto, qué camino hay que tomar. Y en ese escenario la intermediación política, los partidos, el congreso, son un poco inútiles o supérfluos.

-¿Es un peligro para la democracia el populismo?

-En general, en mi trabajo yo hago que los conceptos sean más bien neutros, es decir, que dependiendo de las circunstancias, de las condiciones, de la intensidad, van a ser buenos o malos. Pero para mí, como liberal, obviamente el populismo es inquietante porque tiende a construir esta frontera de exclusión que creo que a veces puede ser perjudicial para el pluralismo, porque de alguna manera le dice a los que están al frente que son moralmente corruptos.

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