Doble palo. Primero Arturo Vidal, luego Martín Rodríguez. ¿Minuto? 118. El travesaño de Mauricio Pinilla en Brasil 2014 de inmediato da vueltas por la cabeza, como un mal recuerdo de una efeméride maldita. Justo el día en que se cumplen tres años de esa tarde negra en Belo Horizonte, además. Aunque después de esa, Chile no ha vuelto a perder un definición directa en un torneo internacional.

Esta vez no será necesario que Vidal o Rodríguez se tatúen la jugada para incentivar la memoria masoquista.

Lo que para los agoreros pintaba negro, Claudio Bravo lo convirtió en una jornada perfecta, con un héroe vestido de amarillo y con sus guantes bien calzados, enterrando cualquier duda que pudo surgir por sus dos meses de inactividad. Victoria 3-0 en penales, inédita para la historia de la "Roja" en grandes torneos, y se acababa la gran amenaza de Cristiano Ronaldo, hoy el mejor jugador del mundo. Para más recocijo, se quedó sin patear el crack, quien ahora puede consolarse en que a Lionel Messi -su némesis- le tocó pasar por lo mismo.

Nunca antes, en un campeonato FIFA, un arquero había atajado los tres lanzamientos desde los 12 pasos del rival.

Cinco minutos antes (quizás un poco más, quizás un poco menos) el cuestionadísimo sistema VAR tenía la ocasión de reivindicarse ante el pueblo chileno, que no lo comprende y, más bien, lo odia, por cosas como estas: cuando realmente vale la pena aplicarlo, no lo hacen. Y eso abre las dudas, los tuiteos acusando complots, aludiendo a los poderes ocultos. ¿Acaso la FIFA no concibe que la principal figura de la Copa Confederaciones se quede fuera de la final?

El penal sobre Francisco Silva, quien entró para aguantar y terminó desequilibrando, era enorme y si el árbitro iraní Alí Reza Faghani no alcanzó a verlo, como le puede pasar a cualquiera, necesaria era la ayuda de la asistencia referil, que brilló por su ausencia. La jugada, por el momento y los destemplados reclamos que generó, era mucho más evidente que la falta en el área que se pidió sobre Alexis Sánchez en el duelo frente a los australianos, pero para la que sí se pidió la colaboración de los jueces en la sala oscura.

La noche en Kazán podrá no ser la más gloriosa en la historia de la selección nacional, pero anda por ahí. Tal vez no signifique ningún título, pero sirve para que el mundo no se olvide de la fuerza ni el poderío de esta "Roja" que, pese los anuncios de algunos entendidos, terminó dominando al campeón de Europa, un campeón algo tibio, sin mucho brillo y dependiente de su estrella, es cierto, pero el campeón de Europa al fin. 

Chile mereció ganar antes. El VAR (no) estuvo ahí para impedírselo. También los palos. Pero Claudio Bravo, con los tiradores lusitanos bien estudiados, para acabar de una buena vez con eso de que las definiciones a penales son una lotería, concretó lo que se le negó en 120 minutos: la tercera final consecutiva de esta generación dorada del fútbol nacional. Habrá que ganarla, para mantener la tradición, pero eso es tema para otro día.

Plaza Italia comienza a llenarse como si este miércoles ya fuera el domingo 2 de julio. Todavía queda para festejar una nueva corona, pero triunfos como estos, cuando todo parece en contra, solo se consiguen de vez en cuando y siempre vale la pena juntarse a celebrarlos.

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