En un día gris en Río de Janeiro, había una conversación que iluminaba cada rincón del Parque Olímpico.
¿Es Michael Phelps el deportista olímpico más grande de todos los tiempos?
Las 21 medallas de oro del nadador estadounidense podrían poner punto final a la charla.
Pero para muchos ese argumento podría desestimar las maravillas que han ocurrido en los últimos 120 años.
Los números: saca tus medallas
Si quieres hablar de números puros, aquí hay algunos de los contendientes para ocupar el podio:
- La gimnasta ucraniana Larisa Latynina: 18 medallas, 9 de ellas de oro
- El gimnasta soviético Nikolai Andrianov: 15 medallas, 7 de ellas de oro
- El nadador estadounidense Mark Spitz: 9 medallas de oro, 1 de plata y 1 de bronce
Pero no todos los atletas en todos los deportes tienen las mismas oportunidades.
Al estadounidense Jesse Owens, quien ganó cuatro medallas de oro en Berlín en 1936, se le negó la oportunidad de competir debido a un conflicto global y a la discriminación que sufrían los negros en Estados Unidos, cuando regresó de la Alemania de Hitler.
De la misma manera, el corredor finlandés de larga distancia Paavo Nurmi (9 medallas de oro y 3 platas entre 1920 y 1928) pudo también haber ganado más, si no hubiese sido excluido de los 10.000 metros en París por razones de salud.
A Nurmi le prohibieron también participar en los Olímpicos de 1932 por violar las estrictas normas que regían el estatus de deportista amateur, tras recibir ayuda económica para su viaje.
Hay deportistas que ganaron bastante pero, debido a la época en la que compitieron, quizás no se enfrentaron a los desafíos más difíciles.
El atleta estadounidense Ray Ewry (salto triple y largo sin impulso) superó la polio que sufrió en su infancia y el tiempo que pasó en silla de ruedas y logró ganar tres medallas de oro en París, en 1900; otras tres preseas, cuatro años después, en San Luis y dos más, en 1908, en Londres.
¿Y qué hay de aquellos que se volvieron unos verdaderos maestros en más de una disciplina pero solo consiguieron un oro?
El británico Daley Thompson demostró en dos oportunidades ser el más grande decatlonista en el mundo, primero en los Juegos Olímpicos de 1980, a la edad de 22 años, y cuatro años después, en Los Ángeles.
Thompson superó a rivales más fuertes en las 10 disciplinas que componen el decatlón en dos días.
No todas las medallas son iguales. Necesitamos más que aritmética.
La competencia: dominar a lo largo de eras
El record de Nurmi en la pista podría no ser igualado nunca, en parte porque corría en una era anterior a la entrada en competencia de los atletas de África del este.
No se trata de menospreciar sus logros: él solo contó con 26 minutos para descansar entre las finales de 1.500 metros y 5.000 metros en 1924 (las cuales ganó), pero es importante tomar en cuenta que había menos contrincantes y menos diversos que en la época en la que el marroquí Hicham El Guerrouj compitió y se coronó en ambas modalidades, en 2004.
Y está Carl Lewis, quien ganó nueve medallas de oro en cuatro modalidades en 12 años. Siete de sus preseas las conquistó en competencias individuales.
Cuando el velocista y saltador dominó en las Olimpiadas de Los Ángeles en 1984, el boicot del bloque del Este había reducido el número de contrincantes.
Pero Lewis ya había sido número uno del ranking mundial durante tres temporadas y había ganado los 100 metros, los 4x100 metros y el salto largo en los Mundiales de Atletismo celebrados el año anterior.
Allí se enfrentó a los mejores de todo el mundo.
Aquellos que traspasan las eras, que mantienen su superioridad a lo largo de las Olimpiadas y en contra de rivales de diferentes generaciones, merecen sus propias glorias.
En este grupo están el remero británico Steve Redgrave, quien ganó cinco medallas de oro en cinco olimpiadas; la piragüista alemana Birgit Fischer, quien conquistó ocho medallas, en seis Juegos Olímpicos, pese a no haber participado en las Olimpiadas de Los Ángeles por el boicot; y el esgrimista húngaro Aladar Gerevich, quien ganó medallas en la misma modalidad seis veces.
Su último oro lo conquistó 28 años después de haber ganado el primero.
El impacto: logros que trascendieron el deporte
Si no todas las medallas se ganan de la misma manera, tampoco todas tienen la misma trascendencia.
Owens es famoso no solo por el número de preseas doradas que conquistó, sino por el mensaje que envió en unas Olimpiadas secuestradas para promover los ideales retorcidos del Socialismo Nacionalista y las aberrantes doctrinas de Hitler sobre la supremacía aria.
La atleta holandesa Fanny Blankers-Koen consiguió el autógrafo de Owens cuando compitió como una joven inexperta de 18 años en Berlín.
Regresó a la arena olímpica en los primeros Juegos de la postguerra, los de Londres de 1948, para hacerse con cuatro medallas de oro.
Tras tener dos hijos, se le prohibió inscribirse en salto alto y salto largo porque a los atletas solo se les permitía competir en un máximo de cuatro eventos.
Pero a Blankers-Koen se le reconoce su incalculable aporte al deporte femenino.
¿Y qué decir del velocista jamaiquino Usain Bolt, quien ganó su primera medalla de oro olímpica en los mismos Juegos en los que Phelps se alzó con ocho, los de Pekín?
Nadie nunca antes había corrido como Bolt y nadie soñó con los tiempos que él ha alcanzado.
En una era manchada con los escándalos de dopaje, cuando los otros cuatro hombres más rápidos de todos los tiempos han sido sancionados por consumo de sustancias prohibidas, Bolt ha redefinido el deporte.
Bolt, como los otros deportistas olímpicos más carismáticos como Mohamed Alí, ha tenido un impacto inigualable en todo el mundo.
Al final de estos Juegos Olímpicos de Río, el jamaiquino podría tener en su cuenta nueve oros.
Pero ese número falla a la hora de encapsular su brillantez o la inspiración que ha generado.
El estilo: es la forma en que lo haces
No es solo lo que ganas, sino cómo lo ganas.
La fama de la gimnasta rumana Nadia Comaneci no solo se debe a sus 5 medallas de oro, 3 platas y 1 bronce, sino y muy especialmente a los 10 perfectos con que la adolescente consiguió sus títulos olímpicos.
Con los actuales parámetros de calificación, las gimnastas no recibirían la misma nota.
Lo que la estadounidense Simone Biles puede hacer, por ejemplo, excede en dificultad las rutinas de Comaneci, pero ésta no cuenta con la misma recompensa numérica, lo cual pone una vez más de relieve la dificultad de comparar generaciones.
También hay despreocupación.
El corredor de distancia Emil Zatopek ganó su tercer oro en las Olimpiadas de 1952 en el maratón, una competencia en la que no había participado antes y lo hizo trotando al lado del favorito, el británico Jim Peters, y preguntándole si estaban corriendo lo suficientemente rápido.
Hay coraje, una determinación que casi raya con la locura: el estadounidense Al Oerter, ganador del oro en lanzamiento de disco en cuatro Olimpiadas sucesivas, sufrió un accidente de tránsito que casi lo mata.
Cuando el doctor le dijo que debía retirarse por razones médicas, respondió: "Estas son las Olimpiadas. Primero muerto antes que renunciar".
Y también es convertir lo imposible en algo rutinario.
Bolt ha pulverizado records mundiales después de almorzar nuggets de pollo, con sus cordones sin amarrar y tras correr los últimos 10 metros con sus brazos abiertos y una sonrisa deslumbrante en su rostro. No ha habido nadie como él.
El legado: la grandeza que perdura
Para valorar realmente los logros de los deportistas olímpicos, para hacerlos destacar por encima de otros que también han logrado mucho, tenemos que saborear el momento pero también ver el brillo que perdura.
Lewis dio positivo al ser analizado por consumo de sustancias prohibidastres veces antes de las pruebas olímpicas estadounidenses de 1988.
Inicialmente se le prohibió participar en las Olimpiadas de Seúl, pero después le dejaron ir con una advertencia.
Para algunos, esas revelaciones retrospectivas opacan el brillo de todas sus medallas.
Phelps, quien compite en sus quintas olimpiadas, es claramente un hombre diferente del que compitió en Londres 2012 con la idea de retirarse.
Es más abierto, más sociable, se le ve mucho más feliz.
Eso puede hacer que lo admires incluso más.
La única manera de resolver el tema de la grandeza olímpica es asumiendo que se trata de una selección personal basada en tus propias razones.
La grandeza puede provenir de los logros públicos, pero son los afectos personales los que la garantizan.