22 medallas de oro olímpicas, más del doble que cualquier otro deportista en la historia. Con Michael Phelps todo parece fácil, predeterminado. Es un hombre definido por el triunfo, un hombre que lo supera todo.

Pero nada ha sido tan sencillo para el estadounidense, que disputa en Río su quinta Olimpiada. Los primeros fueron en Sídney en el año 2000.

Su triunfo el martes, por ejemplo, en los 200 metros mariposa en el Centro Acuático de Río es incluso milagroso. Porque llegó un momento, hace unos meses, que había perdido todo sentido de sí mismo, un obsesivo que hace tiempo había comenzado a odiar el talento que lo define.

Los primeros tres actos de su carrera poco hacían indicar que el ídolo se retiraría, que caería a lo más bajo, pero renacería.

Así ha sido la evolución deportiva y personal de Phelps en sus cinco Juegos Olímpicos.

Sídney 2000, "El Niño".

Con sólo 15 años y acné en la cara finalizó quinto en los 200 metros mariposa. El chico con trastorno de déficit atención encontró un objetivo en el que centrarse. Antes de cumplir los 16 años ya tenía un récord del mundo.

Atenas 2004, "El Extraterrestre".

Michael Phelps en 2003, cuando ya prometía convertirse en una leyenda olímpica.

Una dieta de 10.000 calorías al día, una envergadura de brazos de 2,08 metros, tobillos hiperflexibles y pulmones de un tamaño del doble que el de las personas normales. En esos Juegos, sin embargo, perdió la "Carrera del Siglo" ante el australiano Ian Thorpe, aunque ganó seis medallas de oro.

Tenía un cuerpo diseñado para el agua y era un chico enamorado de las piscina.

Pekín 2008, "La Superestrella".

8 medallas de oro, nuevo hito histórico. No se le resistió ningún récord. El mundo a sus (enormes) pies.

Y luego, cerca del anunciado final feliz en Londres 2012, el cuarto acto: "El Cínico".

La marihuana, la suspensión...

Todo había comenzado en 2009, cuando emergió una fotografía del héroe estadounidense de imagen perfecta en la que se le veía fumando marihuana.

Continúo con los tres meses de suspensión, con los entrenamientos que se saltó, con la pérdida del foco que una vez le había hecho tan fanático como para contar cada brazada en las finales sólo por si sus gafas se llenaban de agua y no podía ver la distancia a la pared.

"No me importaba nada. No quería nada que tuviera que ver con el agua. Nada", explicó después, harto de la que había sido su vida.

Tras Londres 2012 se retiró y aseguró que nunca volvería a nadar. Luego cambió de opinión.

Pese a todo, Phelps, cansado, ganó seis medallas de oro en Londres, cuatro de ellas de oro. Pero lo derrotó en los 200 metros mariposa el sudafricano Chad le Clos, el joven que lo idealizó y que terminó ganándole. Decepcionó también al ser sólo cuarto en los 400 metros estilos.

El retiro debería haberle dado algo de alivio. Hubo fiesta y muchos amigos y volvió con su pareja de siempre, Nicole.

Sin embargo, no encontró la paz, nada que remplazara la única cosa que había dominado cada día de su vida desde los 7 años.

La magia regresó

Y como Thorpe antes, poco a poco se gestó su regreso al único hábitat natural conocido: el agua. La vieja magia volvió.

En los campeonatos de Estados Unidos en 2014 no ganó una sola final. Entonces, de regreso a casa tras una noche fuera en septiembre de ese año, la policía lo detuvo por circular al doble de la velocidad permitida.

Le siguió un delito por conducir ebrio y una suspensión de seis meses por parte de la Federación de Natación de Estados Unidos.

Michael Phelps es un hombre en paz consigo mismo

¿Río? Parecía entonces muy lejano.

"No tenía ni idea de qué hacer con el resto de su vida", dijo al diario The New York Times su entrenador de siempre, Bob Bowman.

"Un día le dije: 'Michael, tienes todo el dinero que las personas de tu edad podrían querer o necesitar en toda su vida; tienes poder de influencia en el mundo y tienes tiempo libre. Y eres la persona más desgraciada que conozco'", agregó.

Y así comenzó el quinto acto.

Rehabilitación

Comenzó con seis meses de rehabilitación en un centro de tratamiento de Arizona llamado Meadows.

Phelps, uno de los deportistas más famosos de Estados Unidos, acostumbrado a los privilegios y la protección que acompañan a la élite, era simplemente un paciente más: tenía que acudir a la misma terapia, dormir en las mismas habitaciones espartanas y se vio forzado a confrontar un pasado que se había convertido más en un obstáculo que en una bendición.

Tras su terapia, Michael Phelps pensó que debía volver a nadar, pero que no debía ser lo único en su vida.

Como Thorpe, el atleta olímpico más laureado de Australia, que había ganado tres oros en los Juegos en casa en Sídney 2000 y dos más en Atenas 2004, Phelps descubrió que las medallas no dan la felicidad.

Ni nadar, la única cosa que sabía hacer, lo que hacía que mejor que ninguna otra persona en el mundo.

Parecía que era lo mismo que afligía a esos que, como decía el australiano Kieren Perkins, campeón olímpico de 1.500 metros en Atlanta 1996, "pasan seis horas al día con la cabeza metida bajo el agua mirando una línea negra".

Thorpe finalmente admitió sus problemas con la depresión, con el alcohol y hasta sus pensamientos autodestructivos.

Su compatriota Grant Hackett, quinto en la "Carrera del Siglo", fue el tercero en acabar en rehabilitación, el tercero en perderse.

El santuario

En el centro Meadows de Arizona había una pequeña piscina. Como el agua había sido el santuario de Phelps, instintivamente regresó allí en busca de refugio y de certezas.

¿Pero acaso el problema no era la natación? ¿No era que debía llenar el gran vacío de su vida con otra ocupación?

Michael Phelps sigue siendo tan competitivo como siempre, pero ahora la natación ya no es lo único.

"El problema era simplemente que no tenía suficiente equilibrio en mi vida", dijo Leisel Jones, que ganó nueve medallas olímpicas para Australia antes de sucumbir también a la depresión de un retiro prematuro. "No tenía nada más y eso era aterrador".

Phelps comenzó a mirar. Reinició una relación con su padre, Fred, con el que no había hablado desde 2004.

Se comprometió con Nicole para tener un futuro a largo plazo juntos. Leyó libros de autoayuda y con apoyo de Bowman tomó la decisión más importante: comprometerse a nadar de nuevo para lograr más medallas olímpicas aunque su marca de 22 preseas (18 de oro) nunca estuviera amenazada.

Se volvió a enamorar de la piscina. Nadar, que primero fue un regalo y luego un obstáculo, comenzó a inspirarlo de nuevo.

Con la inspiración llegó la velocidad gracias al duro entrenamiento. Su cuerpo, que en Londres 2012 tenía un 13 por ciento de grasa, llegó a Río con sólo un 5 por ciento.

Entrenó tan duro como para Pekín 2008. Logró plaza en el elitista equipo olímpico de Estados Unidos. La gente comenzó de nuevo a hablar de él y a creer. ¿Aún podría llegar más lejos y conseguir más cosas el hombre que lo había logrado todo?

El factor Boomer

Con Bowman y Nicole como constantes, llegó su hijo, Boomer.

Pero éste no es el viejo Phelps, que dejaría de lado aquello que pudiera distraerle del oro.

El pequeño Boomer, de sólo tres meses, y su novia, Nicole, han sido testigos de los logros de Phelps en Río.

En Río se le nota feliz con la "distracción". Nicole y Boomer han visto sus triunfos desde la tribuna. La natación sigue ahí, pero en este quinto acto de su carrera, hay otras cosas ya en su vida.

"Nunca pensé que cambiaría", dice Bowman.

Phelps sigue siendo tan competitivo como lo fue siempre. Uno se pudo dar cuenta cuando el martes se vengó de Le Clos por su derrota hace cuatro años.

Pero mientras celebrara, fue a buscar a Nicole, y a su madre, Debbie, que sostenía al pequeño Boomer, de sólo tres meses.

Era la gran sonrisa, la emoción indisimulada de un hombre que es genuinamente feliz. Era observar a un hombre finalmente en paz.

En el quinto y último acto de su carrera, a los 31 años, Michael Phelps es "El Renacido".

Publicidad