AFP
La ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Río 2016, los primeros en Sudamérica, alcanzaba en el mítico Estadio Maracaná sus puntos más altos con la música de Gilberto Gil, el arte típico brasileño y una afirmación del ecologismo.
Sin excentricidades ni lujos, los fuegos artificiales y la tecnología dieron paso a la imaginación, la música y la vasta cultura popular brasileña, cuando el gigante sudamericano vive una crisis económica y política sin precedentes.
Con la mitad de los brasileños en contra de los Juegos, según una encuesta de Datafolha, sólo 37 representantes extranjeros, entre ellos el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, y los presidentes francés y argentino, François Hollande y Mauricio Macri, quisieron acompañarle, la mitad que en Beijing 2008 (80) y Londres 2012 (70).
Unos 500 manifestantes, con carteles como "Juegos de la exclusión" o "Estado asesino", se acercaron en la tarde a 1.400 metros del estadio, y al final de la protesta fueron dispersados por la policía con gas pimienta y bombas de estruendo.
La presidenta suspendida, Dilma Rousseff, decidió no aceptar la invitación para asistir a la ceremonia porque no quería ser la "Cenicienta" de los Juegos.
Verde que te quiero verde
El colorido se tomó la ceremonia de inauguración de Río 2016. (Foto: Reuters) |
"¡Terrícolas, reforestemos, salvemos el planeta!", rezaban los creadores en su mensaje olímpico, lleno de referencias al cuidado y la protección del medioambiente.
Se apagaron las luces y "Aquele Abraço", del inigualable Gilberto Gil, interpretada por el compositor Luiz Melodia, estrujó las almas de los espectadores en un escenario histórico. Si la Amazonia es el pulmón de Brasil, el Maracaná es el latido de sus corazones.
La canción de Gil, símbolo de la lucha contra la dictadura militar en Brasil (1964-85), acompañó el vídeo de introducción, en el que varias panorámicas mostraban cómo el deporte está integrado en el estilo de vida de Río.
De la música al arte. De las leyendas de las partituras a los genios de la geometría, como Athos Bulcao. Por momentos, las ondas de Copacabana se trasladaron al estadio y el símbolo de la paz presidió el escenario, inspirado en las formas y curvas de Oscar Niemeyer, el maestro brasileño de la arquitectura moderna. Ecología, arte y pacifismo.
Y entre figuras y melodías llegó uno de los momentos de la noche. Temer, quien debía ser presentado junto a Bach, según el programa oficial, decidió quedarse en un segundo plano.
Instantes después, Paulinho da Viola, uno de los máximos exponentes de la música popular brasileña y el más destacado representante de la Escuela de Samba de Portela, entonó el himno nacional.
Diez estrellas del país, entre ellos el voleibolista Nalbert Bitencourt, oro en Atenas 2004, y cincuenta jóvenes promesas, pasearon mientras con la bandera nacional. Pasado y futuro.
Gisele Bündchen, "La Garota de Ipanema"
La supermodelo Gisele Bündchen estuvo presente en la ceremonia. (Foto: Reuters) |
Retrocediendo en el tiempo, el espectáculo se centró en el nacimiento de la vida, con especial énfasis en la Amazonia, el mayor espacio verde del planeta.
El nacimiento de la humanidad y la cultura brasileña en un país hecho de inmigrantes de cada rincón del mundo, con una gran habilidad para absorber culturas e integrarlas en la suya, formando una mezcla perfecta.
La selva como ejemplo máximo de la vida... pero el país es mucho más. Edificios y ciudades cosmopolitas dentro del Maracaná. Elementos antagónicos y encadenados por la geometría.
Y en Brasil no hay fiesta sin "La Garota de Ipanema", representada por una espectacular Gisele Bündchen, que desfiló prácticamente a oscuras hacia la imagen de Tom Jobim, padre de la bossa nova. Cuando se hizo la luz, su nieto, Daniel, apareció tocando tan representativa canción.
Gisele abandonó el campo dejando un rastro que se convertía poco a poco en varios de los trabajos más icónicos de Niemeyer, como la pequeña iglesia de Pampulha, la Casa das Canoas, el Museo Oscar Niemeyer y la Catedral de Brasilia.
El árbol de la vida
Esta fue una de las imágenes con que terminó la ceremonia en el Estadio Maracaná. (Foto: Reuters) |
La ceremonia optó por romper esquemas y hacer de sus señas de identidad su arma más poderosa. Sin los medios económicos de Londres o Beijing, Río optó por trasladar el Carnaval al Maracaná. Decidió cantar y bailar para entretener al mundo. No en vano, es la mejor haciendo fiestas al aire libre.
Pero celebrar no era suficiente. La organización quería transmitir un mensaje imperecedero. "Podemos contar con las herramientas que nos brinda la naturaleza para solucionar los problemas que hemos generado en el mundo", afirmaban los creadores en el programa oficial.
Dicho y hecho. Cada atleta plantó una semilla de un árbol nativo de Brasil, el país del mundo con la mayor diversidad de árboles del mundo.
Las 11.000 semillas conformarán El Bosque de los Atletas, en Deodoro, un legado para la ciudad de Río de Janeiro. Un total de 207 especies diferentes (205 países, delegación de atletas independientes y la delegación de refugiados), una para equipo participante.
Grecia, como es habitual, abrió el desfile y, como también es costumbre en Brasil, Argentina se llevó la silbatina de la velada.
La ceremonia concluyó con el presidente interino Temer declarando abierto los Juegos de Río 2016 entre abucheos y posteriormente el ex maratonista Vanderlei Cordeiro de Lima encendiendo el pebetero olímpico.