-Ahora le toca el turno a las comisiones de preámbulo, armonización y transición. ¿Crees que esta etapa puede mejorar el texto?
-Creo que el texto puede mejorarse todavía. Confío en que la comisión de armonización no sólo revise cuestiones formales o semánticas, sino que pueda enmendar contradicciones o inconsistencias que actualmente mantiene el texto. Es importante hacer un último esfuerzo para proponer una redacción más corta, menos redundante, mejor escrita y coherente.
-¿Vas a votar apruebo, pese a que no te guste todo el texto?
-Gabriela Mistral decía que de toda obra saldrás con dolor porque fue inferior a tu sueño. Somos muchos, quizás demasiados, quienes teníamos grandes expectativas sobre el proceso y su resultado. Con todo, y con la convicción de que se debe continuar con el camino del perfeccionamiento, maduración y legitimidad constitucional, es que votaré apruebo.
-En la comisión de preámbulo, por ejemplo, se ha planteado que la Constitución es hija del estallido social. Si llegase a quedar en el texto final, ¿ese tipo de frases podría alejar a votos moderados?
-Tal aseveración es más una descripción que un juicio de valor. El acuerdo del 15 de noviembre que dio lugar a la posibilidad de contar con una nueva Constitución, fue la salida acordada, política e institucional, para sortear la crisis que generó el estallido social. Cosa distinta, me parece, es cuán unánime son hoy las bondades de esa coyuntura y de las consecuencias que desató. Y aunque dudo de que cualquiera de las cuestiones consignadas en el preámbulo pueda tener un efecto electoral significativo, hubiera preferido un mayor énfasis en el resultado del plebiscito del año siguiente, donde de forma abrumadora se ratificó democráticamente este camino por los ciudadanos.
-Viera-Gallo planteó la idea de hacer una transición lenta, democrática, sin abusar de los decretos de ley del presidente. ¿Estás de acuerdo?
-Por la propia complejidad que conlleva la fase de implementación, la transición no sólo será lenta, sino también extremadamente disputada, pues la correlación de fuerzas en el actual Congreso dista mucho de lo observado en la Convención. Por lo mismo, vamos a tener que buscar un equilibrio complejo: por una parte, no abusar de los decretos presidenciales y darle una oportunidad a la deliberación legislativa; pero, por la otra, también cuidar de que el Congreso, por la vía del retardo o el veto, pretenda impedir que se aplique la nueva Constitución, si así fuera democráticamente aprobada por los ciudadanos en septiembre.
-La Convención logró su objetivo más allá de que guste o no el resultado. En general, ¿cuál es tu visión de los constituyentes?
-Siempre sostuve, y lo sigo creyendo, que las cuestiones de forma eran tan o incluso más importantes que el fondo; es decir, que el método es el mensaje. El principal objetivo que tenía este proceso, ciertamente el más significativo, era lograr un masivo proceso de relegitimación institucional, para así contribuir a la mayor inclusión, pertenencia, lealtad y compromiso con las normas que nos diéramos de forma colectiva. Y si todo indica que enfrentaremos un resultado estrecho en el plebiscito de salida, es que fracasamos en dicho objetivo. Y en dicha derrota, asigno evidentemente más responsabilidad a esos constituyentes que -teniendo el poder, la experiencia y el conocimiento para dirigir, explicar y conducir de mejor forma este proceso- terminaron renunciando interna y externamente a dicha tarea, siendo a ratos presa del temor, los propios egos o el abatimiento.
-Sectores de centroizquierda plantean que hay que votar apruebo, aunque el texto no sea del todo correcto. ¿Qué devela esa actitud?
-Desde tiempos inmemoriales que la política es el arte de lo posible. Los ciudadanos nos enfrentaremos a dos alternativas: ninguna ideal, ni menos perfecta. Y cualquiera sea nuestra decisión, tendremos que adoptarla sopesando las consecuencias que significa transitar por alguno de estos dos caminos. En mi caso, al igual que muchos otros, creo que aprobar en septiembre es la mejor alternativa, aun cuando haya sido crítico del proceso y del texto final. Tengo la convicción de que, para seguir construyendo una Constitución que represente a una inmensa mayoría, es absolutamente indispensable dar ahora este primer paso.
-¿Esta constitución está muy lejos de lo que querías? ¿Cuáles son los puntos que te generan mayor distancia o crítica?
-Por deformación política y profesional, hubiera preferido un texto más corto, general, que estableciera conceptos, derechos y principios fundamentales, dejando así un amplio margen a la posterior deliberación democrática. Tengo dudas y algunos temores sobre como quedó la materialización concreta de ciertas materias o conceptos: como la plurinacionalidad, la descentralización, el sistema de justicia o el equilibrio de poderes. Entonces, no es lo que finalmente yo hubiera querido, pero tampoco advierto nada dramático o que no se pueda corregir más adelante.
-Si gana el rechazo, ¿crees que habría que comenzar un nuevo proceso?
-Más allá de lo que crea, es inevitable que el triunfo del rechazo mantiene la necesidad de retomar este proceso. Pero junto a lo anterior, se abre también una gran incertidumbre. Los grados de legitimidad que se requieren para abordar de nuevo esta tarea no están disponibles en el actual Congreso, como tampoco en otras alternativas, como una comisión de “expertos”, que resultan todavía más elitistas y alejadas de la ciudadanía. Si a eso sumamos que tampoco creo esté en el sentido común ciudadano el convocar a otra convención, la verdad es que no se avizora un real camino de salida. Y sin querer sumarme a ninguna campaña del terror y menos cuestionar la legitimidad democrática de votar rechazo, me parece que sí debemos sopesar las consecuencias de adoptar una decisión que, en los hechos, cierra casi todas las posibilidades.
-¿Piensas que ha habido una postura un poco rígida en la Convención, es decir, incapaz de reconocer las opiniones distintas? ¿Por qué la derecha ha logrado tan poco?
-La Convención cometió muchos errores, los que por cierto son la causa principal de su desprestigio y desilusión ciudadana. Y más allá de las cuestiones más bizarras, de lado y lado, me parece que lo fundamental fue no haber leído los bruscos cambios del escenario político y ciudadano que se dieron durante el debate. Por de pronto, una de las grandes promesas de este proceso fue involucrar y considerar la opinión de las personas, abriendo y extendiendo las puertas de la Convención; cuestión que fracasó a resultas de una dinámica donde primó en muchos el voluntarismo, la ceguera, cuando no lo partisano. Y en la deliberación interna también se replicó dicho sesgo, donde la imposición pudo más que la deliberación y la seducción. Con todo, la derecha tiene una importante responsabilidad inicial en lo ocurrido. Su desastre electoral en la elección de los Convencionales es sólo consecuencia de su absurdo atrincheramiento institucional en el rechazo para el plebiscito de entrada, lo que le restó mucha credibilidad y legitimidad para después ser un protagonista de este proceso.