En pocas palabras: sí, pero no con la misma forma.

El autoproclamado "califato" del grupo yihadista, que llegó a gobernar a cerca de ocho millones de personas en Siria e Irak, está prácticamente acabado.

La tentación de triunfalismo en las capitales de Occidente es abrumadora. Llegar a este punto requirió cuatro años y medio de una presión militar implacable por parte de una coalición de 79 naciones.

La lucha contra el autodenominado Estado Islámico (EI) ha costado miles de millones de dólares y miles de vidas, muchas de ellas de civiles.

Pero expertos con acceso a inteligencia secreta sobre las actividades de EI urgen cautela.

Uno de ellos es Alex Younger, el jefe de MI6, el servicio secreto de inteligencia británico, la misma organización a la que los rápidos avances de EI en 2014 tomaron desprevenida.

Younger hizo la siguiente declaración durante una reciente conferencia sobre seguridad en Múnich, Alemania:

"La derrota militar del 'califato' no representa el fin de la amenaza terrorista. Creemos que EI se transformará y se extenderá, dentro de Siria y externamente. Ésa es la forma tradicional que adopta una organización terrorista".

La ministra de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyen, afirmó en la misma conferencia que EI se está transformando en una organización clandestina y está tejiendo conexiones con otros grupos terroristas.

El general Joseph Votel, jefe del Comando Central de Estados Unidos, advirtió por su parte que si bien la red de EI está dispersa, debe mantenerse la presión sobre el grupo o sus componentes "tendrán la capacidad de recomponerse".

Se estima que entre 20.000 y 30.000 combatientes de EI se dispersaron en Siria e Irak, y muchos de ellos no querrán regresar a sus países de origen por temor a ser juzgados.

También hay pequeños grupos de militantes fanáticos vinculados a EI en Libia, Egipto, el oeste de África, Afganistán y el sur de Filipinas.

Y en el norte de Irak, militantes de EI están perpetrando ataques cada vez más osados.

Todos los ingredientes

Estado Islámico surgió en Irak a partir de al-Qaeda, un grupo insurgente nacido de una alianza de conveniencia entre militares iraquíes descontentos y desempleados, y yihadistas idealistas que arribaron desde otros países.

La "tarjeta de presentación" de Al Qaeda fue lo que el grupo describió como el "deber religioso de todos los musulmanes de resistir la ocupación estadounidense en Irak".

Pero su brutalidad, por ejemplo, al cortar los dedos de cualquier persona que fuera descubierta con un cigarrillo en la mano, generó rechazo en tribus iraquíes que pasaron a apoyar al gobierno.

Sin embargo, el gobierno iraquí, liderado por musulmanes chiítas, no supo aprovechar ese apoyo y se embarcó en un programa de discriminación sistemática contra musulmanes sunitas.

En el verano de 2014 los sunitas se sentían tan perjudicados en sus derechos que Estado Islámico (un movimiento extremista sunita) ingresó prácticamente sin oposición en Mosul, la segunda ciudad de Irak.

Si se suma a ese desencanto sunita la desmoralización del ejército iraquí, cuyos altos oficiales abandonaron a sus tropas ante los avances de Estado Islámico, tenemos todos los ingredientes para que EI dominara un tercio del territorio iraquí.

Al mismo tiempo, en la vecina Siria, el caos y la confusión de la guerra civil permitieron que EI, el más ideológico y despiadado de todos los grupos insurgentes, impusiera su control en vastas áreas.

Estado Islámico 2.0

¿Podría pasar nuevamente algo similar? Sí y no.

Es muy poco probable que se permita la recomposición física de algún tipo de "califato". Pero muchos de los factores que impulsaron el avance de EI en sus inicios aún están presentes.

Irak está atiborrado de milicias sectarias chiítas, algunas de ellas financiadas, entrenadas y armadas por Irán.

Hay relatos perturbadores de pobladores sunitas arrastrados desde sus hogares y acusados, en algunos casos falsamente, de apoyar a EI.

En algunos sitios, "brigadas de venganza" chiítas acechan las calles durante la noche con total impunidad.

Irak necesita desesperadamente un proceso de reconciliación nacional y un gobierno inclusivo para evitar el surgimiento de un Estado Islámico regenerado, un Estado Islámico 2.0. Pero no hay indicios de ese proceso.

En Siria, por otra parte, el factor clave detrás de la catastrófica guerra civil se encuentra victorioso en su palacio de Damasco.

El presidente Bashar al-Assad, salvado de la derrota por sus aliados rusos e iraníes, parece más seguro que nunca.

Y la mayoría de los sirios están demasiado exhaustos para continuar oponiéndose a Assad.

Sin embargo, las atrocidades cometidas por su régimen en una escala industrial seguirán impulsando una resistencia armada. Y EI continuará buscando espacios en el escenario de batalla sirio.

Más allá de Siria e Irak, EI tendrá oportunidad de reclutar simpatizantes en cualquier sitio en el que haya descontento con el gobierno, persecución religiosa contra musulmanes o grandes grupos de jóvenes que sientan que sus vidas carecen de metas.

El califato está terminado, pero su peligrosa y contagiosa ideología no lo está.

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