"Los rohingyas son probablemente la gente con menos amigos del mundo".

Esto lo dijo Kitty McKinsey, una portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en 2009.

Pero la situación para esta minoría predominantemente musulmana no parece haber cambiado mucho desde entonces en Myanmar, país que no los considera ciudadanos al no reconocerlos como grupo étnico.

Los rohingyas han sufrido décadas de persecución allí, la antigua Birmania, donde la religión mayoritaria es el budismo.

En su más reciente capitulo, en los últimos 10 días más de 87.000 han llegado al vecino Bangladesh huyendo de una campaña militar en el estado de Rakhine, antes conocido como Arakan, en el oeste del país.

Y otros 20.000 aguardan desesperados a orillas del río Naf, la frontera natural entre ambos países. Muchos son mujeres, niños y ancianos, y están hambrientos, sin dinero y heridos, tal como los describen los medios que han tenido acceso a la zona.

¿Pero por qué siguen agolpándose en este confín, sin nadie que quiera recibirlos?

Segregación en aumento

"No siempre estuvieron tan solos", le dice Penny Green, profesora de Derecho y Globalización de la Universidad Queen Mary de Londres a BBC Mundo.

"Hubo un tiempo en el que convivían (con las otra comunidades) a ambos lados de la frontera", recuerda la también directora de la International State Crime Initiative (ISCI), un centro que investiga las violaciones de derechos humanos perpetrados por los estados, perteneciente a la misma universidad.

Desde 1948, cuando se independizó el país, los rohingyas sido víctima de negligencia y represión, y el Estado les prohíbe casarse o viajar sin permiso de las autoridades, y no tienen derecho a poseer tierra ni propiedades.

"Pero es desde 2012 que la segregación ha ido en aumento", apunta Green, quien lleva años estudiando el caso de esta minoría étnica, también en el terreno, y denunciando la represión contra ella.

"En gran parte se debe a la campaña de estigmatización emprendida desde el gobierno, con la que se señala que podría haber terroristas entre ellos", explica.

Unos 100.000 rohingyas huyeron de sus casas en 2012, en medio de enfrentamientos mortales entre musulmanes y budistas. Y otros se concentraron en Maungdaw y Buthidaung, en la remota zona norte de Rakhine, uno de los estados más pobres del país.

Aquella crisis recuerda irremediablemente a la actual.

Esta estalló el 25 de agosto tras una serie de ataques del Ejército de Salvación de los Rohingya de Arakan (Arsa), organización insurgente que dice luchar contra la represión del Estado y que el gobierno de Myanmar tacha de grupo terrorista entrenado en el extranjero, a 30 puestos paramilitares en Rakhine.

La campaña militar emprendida después de aquello dejó hasta la fecha 400 muertos, según el ejército, la mayoría militantes.

La ONU le ha asegurado a la BBC que los rohingyas están siendo "castigados de forma colectiva" por las acciones del grupo insurgente, con el objetivo último de llevar a cabo una "limpieza étnica".

No es la primera vez que se denuncian "atrocidades en masa" contra esta minoría en Myanmar y hay hasta quien lo ha tachado de "genocidio".

El gobierno siempre lo ha negado.

Es más, en enero el comité especial conformado para investigar la violencia en Rakhine y liderado por el vicepresidente y exgeneral Myint Swe concluyó que no existían evidencias de ello.

Pero son cada vez más los que levantan la voz contra esa afirmación.

"Sentados, mirando el genocidio"

Los países de la zona no suelen manifestarse sobre los asuntos internos de sus vecinos.

Se trata de un principio clave de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean, por sus siglas en inglés).

Pero ya el 4 diciembre Najib Razak, el primer ministro de Malasia, una nación contigua de mayoría musulmana, insistió en que ya no se trata de "un asunto interno" de Myanmar.

"El mundo no puede quedarse sentado mirando cómo el genocidio tiene lugar. No puede simplemente decir 'mira, no es nuestro problema'. Es tu problema'", exclamó durante un mitin a favor de los rohingyas en Kuala Lumpur.

En un tono similar habló el pasado 31 de diciembre el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan.

"Han visto la situación en la que están los musulmanes en Myanmar", dijo durante una comparecencia pública en Estambul. "Han visto los pueblos arder? y la humanidad se ha mantenido en silencio ante la masacre".

Ante eso, llamó a los líderes de los países musulmanes a hacer frente al problema y se comprometió a hablar con los presidentes de Azerbaiyán, Arabia Saudita, Mauritania, Irán, Paquistán y Qatar.

A raíz de ello, se manifestaron también de forma similar los ministros de Exteriores de Pakistán e Irán.

"Pero lo que necesitamos son menos palabras y más acciones que ayuden a los rohingyas, no solo ministros tratando de ganar puntos en casa", dijo Phil Robertson, de la ONG Human Rights Watch.

Protestas y ayuda humanitaria

Por el momento, ha habido movilizaciones para denunciar la represión contra esta minoría en varias ciudades, desde Yakarta y Karachi a Moscú y Grozni.

En Grozni, la capital de Chechenia -una de las 21 repúblicas de Rusia- decenas de manifestantes convocados por gobernante Ramzan Kadyrov protestaron el lunes contra el "genocidio" de sus "hermanos de fe", musulmanes como ellos.

El lunes, Retno Marsudi, el ministro de Exteriores de Indonesia -un país también mayoritariamente musulmán-, se reunió los líderes de Myanmar para presionarles y hacer que tomen medidas para aliviar la crisis.

Por su parte, el ministro de Exteriores turco, Mevlut Cavusoglu, pidió de nuevo a Bangladesh que abra las puertas a los rohingyas y aseguró que su país se hará cargo de los costos.

Según informó, hasta el momento Turquía ha enviado US$70 millones en ayuda humanitaria para los afectados, lo que se suma a los US$2,25 millones prometidos por Malasia.

Tanto Malasia e Indonesia, así como Arabia Saudita, han acogido refugiados rohingyas en el pasado. Aunque ahora miles de ellos siguen atrapados, sin lugar al que huir.

"No tienen dinero, así que no pueden llegar a ningún otro país que no sea Bangladesh a pedir refugio", subraya Penny Green, de la Universidad Queen Mary de Londres.

"Todos quieren un pedazo del pastel"

Sea como sea, para el investigador asociado del Centro de Políticas de Estambul de la Universidad Sabanci, Altay Atli, las acciones emprendidas hasta el momento "están lejos de conducir a la solución de la crisis".

Según el experto, se debe a que son medidas "muy pequeñas para que puedan ser significativas" y porque es necesaria una acción colectiva que "el mundo musulmán o la Organización de Cooperación Islámica (OIC) como su representante no han conseguido" para presionar a Myanmar.

"Los países musulmanes están demasiado ocupados con sus propios problemas y sus divisiones internas. Eso por un lado", le dice a BBC Mundo.

"Por otro - y esto no solo atañe a los países musulmanes, sino también a Occidente-, muchos países están desarrollando una relación económica lucrativa con Myanmar y no quieren ponerla en peligro por ayudar a los rohingyas", añade.

Y concluye: "Todo el mundo quiere un pedazo del pastel, del boom de los recursos naturales de Myanmar".

Así, recuerda que Arabia Saudita ha invertido en la infraestructura petrolera del país.

También es el caso de India, que está construyendo un puerto y desarrollando un proyecto de vías fluviales en Rakhine, y planea entrenar a las fuerzas especiales del ejército birmano.

Yendo más allá, el gobierno indio ha mostrado su apoyo a la "lucha contra el terrorismo" de Myanmar y anunció que deportará a su población completa de rohinhgyas, que se calcula suman 40.000.

Aung San Suu Kyi, "responsable última"

"Pero aquí al que hay que señalar es al gobierno de Myanmar", recalca Penny Green, la profesora de la Universidad Queen Mary. "Y a su responsable última, Aung San Suu Kyi".

A pesar de que el partido que lidera, la Liga Nacional por la Democracia (LND), ganó las elecciones celebradas en noviembre de 2015, no pudo asumir como presidenta de Myanmar, ya que la Constitución, redactada por los militares que controlaron el país durante medio siglo, prohíbe ocupar el puesto a quienes tengan hijos con pasaporte extranjero.

Así, el 30 de marzo de 2016 San Suu Kyi asumió los ministerios de Exteriores, Energía, Educación y la Oficina de la Presidencia. Y los expertos consideran que es el poder en la sombra.

Hasta el momento no se ha pronunciado sobre la última crisis, aunque en anteriores ocasiones tachara de "falsas" las denuncias de violaciones masivas contra los rohingyas.

Ahora, no son pocos los que han cuestionado su silencio, desde la diáspora de la comunidad, hasta el gobierno de Malasya y la ONU.

Incluso Malala Yousafzai, ganadora del premio Nobel de la Paz como la propia San Suu Kyi, le pidió con un mensaje en Twitter que condene el "trato vergonzoso" que se le da a los rohingyas en su país.

Algo que ya hicieron también en una carta firmada 13 premios Nobel en enero.

Y en la plataforma Change.org existe una petición para que se le retire el Nobel a la birmana y cuenta ya con más de 330.000 adhesiones.

"Tras la junta (militar que gobernó desde 1964 y se disolvió en 2011), hubo elecciones, Aung San Suu Kyi fue liberada y hacer política estuvo de nuevo permitido. Y todo el mundo vio a Myanmar como una democracia", dice Altay Atli, profesor de la Universidad Sabanci.

"Pero la democratización es un proceso, que requiere de tiempo y esfuerzo", subraya.

"Todo el mundo quiso ver a Myanmar como una democracia porque esto les permitía hacer negocios con este país rico en recursos naturales", reitera.

"Y mientras, la situación de los rohingyas ha sido ignorada. Sí, es verdad que son la gente más oprimida y con menos amigos del mundo".

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