Estados Unidos se encuentra en la inusual posición de ser un país rico donde la expectativa de vida, en vez de aumentar, está reduciéndose.
En ese fenómeno ha sido clave que en los últimos meses ha habido un dramático incremento en las llamadas "muertes por desespero", las causadas por la adicción a los opioides, el alcohol o las drogas.
El fenómeno ha golpeado particularmente a la clase media blanca sin educación superior.
Y en medio de todo eso surge una realidad inesperada: la gente que es más optimista sobre su futuro es precisamente la que más en desventaja está: los negros pobres, según muestran las estadísticas.
Por pobres nos referimos a los que viven en un hogar de cuatro cuyo ingreso ingreso anual no supera los US$24.000, que es la línea de pobreza en EE.UU.
Lo cierto es que se revelan verdades muy distintas cuando se les pregunta a las personas blancas y negras sobre su bienestar.
Y para medir las diferencias, nosotros usaremos una escala de 11 puntos, donde 0 es desesperado y 10 es muy optimista.
En esta escala, en lo que se refiere al nivel de optimismo las personas pobres negras están, en promedio, 1,1 puntos por encima de las personas blancas pobres.
Eso es significativo, teniendo en cuenta que la diferencia entre los ricos y pobres en la misma escala es de 0,6.
La disparidad más clara se encuentra en el detalle de que las personas negras pobres tienen casi tres veces más probabilidades de estar un punto por encima en esa escala de optimismo que las personas pobres blancas.
Y los negros pobres tienen la mitad de probabilidades de reportar que su día ha sido estresante, en comparación con los blancos pobres.
Las personas con bajos niveles de optimismo y grandes cargas de estrés y preocupaciones son más propensas a morir de lo que se llama "muerte por desespero" o a vivir en zonas donde ocurren este tipo de muertes.
Esta conexión es más fuerte para las personas blancas pobres sin estudios universitarios, especialmente aquellas personas que viven en zonas rurales.
Muerte "por desespero"
Por supuesto, esta conexión camina en ambas vías.
La desesperación puede llevar a una muerte prematura, pero vivir en un área donde muchas de estas muertes ocurren puede ser en sí mismo la causa del estrés, la falta de esperanza y las preocupaciones.
Ya se sabe que la relación entre el optimismo y la longevidad es muy fuerte.
De los estadounidenses nacidos entre 1935 y 1945, aquellos que reportaron altos niveles de optimismo cuando eran adultos jóvenes tuvieron más probabilidades de estar vivos en 2015 que aquellos menos optimistas.
Encontramos que el 86% de los que se mostraron pesimistas había muerto antes de 2015, mientras que solo el 77% de quienes se habían mostrado optimistas habían fallecido.
Las explicaciones para esas tendencias son complejas, pero la economía y la ambición juegan un papel fundamental.
Por muchos años, las personas blancas que se dedicaron a ser obreros de fábricas tuvieron ventajas sobre las minorías. Pero ahora son la parte de la población más vulnerable ante las "muertes por desespero".
De manera crucial, tienden mayoritariamente a reportar que sus vidas son peores que las que llevaron sus padres y, en términos de empleo estable y estatus, en la mayoría de los casos tienen razón.
En contraste, las personas negras y la comunidad hispana tienden a considerar que sus vidas son mejores que las que vivieron sus padres.
Mientras que las desventajas y la discriminación continúan rampantes, las minorías han visto un progreso gradual en estrechar la brecha que los separa de los estadounidenses blancos en términos de educación, salarios y esperanza de vida.
Esto se debe a las ganancias concretas que han logrado cada una de las comunidades en los últimos años.
Sin embargo, muchas de esas mejoras se deben a la relativa reducción de los ingresos y el estatus de las personas blancas, una tendencia asociada con la caída del trabajo obrero, que se ha reducido tanto en número como en estabilidad del empleo.
Mientras, los trabajos para personas cualificadas y especializadas están creciendo y viven una bonanza.
Cuestión de salud
Las implicaciones de estas tendencias para la salud son particularmente serias.
Las personas blancas sin educación universitaria son mucho más propensas que ningún otro grupo a morir prematuramente y por una causa evitable.
Ellos además reportan más dolor, estrés y rabia que ninguna otra parte de la sociedad.
Mientras, los grupos minoritarios aparentan tener mayores niveles de resiliencia.
Por ejemplo, las personas negras e hispanas pobres tienden a reportar menos casos de depresión o de intención de suicidio.
Tal vez se deba a una construcción cultural tras generaciones de vidas arduas, como ocurre en muchos países pobres.
Además, otro factor son las redes informales de seguridad mental que juegan un papel de apoyo, como la iglesia o, en el caso hispano, la familia.
No es la felicidad
Ahora, esto no significa que la población negra en Estados Unidos esté enteramente feliz con su situación.
Más allá de señalar altos niveles de optimismo, esta parte de la población no tiende a reportar que se sienta segura en sus vecindarios o que esté satisfecha con su situación financiera.
Y también, al revisar con detalle los resultados sobre aspectos como la resiliencia, se observa que los datos comienzan a variar dependiendo de la ubicación geográfica.
Por ejemplo, los grupos minoritarios con los mayores niveles de optimismo y los más bajos de estrés se encuentran en el sur de EE.UU.
Esto puede resultar sorpresivo porque es una zona históricamente asociada asociados al racismo, pobreza y una pésima atención en salud.
Aunque las comunidades minoritarias que la habitan tienen también un fuerte sentido de pertenencia y una gran conciencia de su cultura, factores importantes aunque difíciles de medir.
De la misma manera, son esas características las que explican porqué los latinoamericanos reportan niveles de felicidad más altos que los ciudadanos de otros países con ingresos similares o superiores.
Conclusiones
Entender mejor esta resiliencia y cuál es su importancia es tan necesario como el indagar en las causas de la desesperación.
Eso, a su vez, permitiría evaluar mejor el bienestar y la salud de una sociedad.
Otros países regularmente miden estos aspectos con indicadores como la satisfacción, la risa, el nivel de estrés y los propósitos vitales, incluidos en las estadísticas anuales.
La simple recolección, de manera rutinaria, de estas cifras podría ser un paso para entender qué cosas salieron mal en algunos sectores de la sociedad estadounidense.
Y por qué algunos son más optimistas que otros.