Por Hugh Scofield (BBC)/París
Mientras la manifestación de más de millón y medio en las calles de París refleja su determinación de recuperarse de los recientes atentados, tampoco pueden pasarse por alto las profundas divisiones de la sociedad francesa. La necesidad de manifestarse es reflejo de la necesidad de encontrar consuelo mutuo.
Cuando pasa algo terrible, lo primero que hacemos es buscar refugio. Luego salimos para mostrarnos los unos a los otros que sobrevivimos. Es probablemente lo que hacía el hombre de las cavernas cuando pasaban los tigres dientes de sable.
Esta semana en París, muchos sintieron el instinto de acelerar el paso para regresar a casa. La muerte acechaba en la calle. En un momento, el jueves, oímos que los hermanos Kouachi estaban conduciendo de vuelta a la ciudad. Había francotiradores de la policía en las puertas de la ciudad.
Algo primordial se dijo: quédate con tus seres queridos. Pero cuando todo terminó, resurgió un sentido de urgencia por recuperar la calle. Y eso es lo que hicieron sentir las extraordinarias escenas del domingo.
Hubo quien comparó la escena con las marchas de la liberación en 1944. Y es apropiado. No sólo en cuanto a números, sino también por cómo en ese momento los franceses quisieron dejar claro "Francia es nuestra".
La gente se manifiesta por causas que sienten están amenazadas. Marchar revela nuestra inseguridad. Marchamos porque queremos la esperanza que obtiene de saber que hay otros que se sienten igual que nosotros. En Francia, la unidad nacional fue el tema del domingo.
Pero por la lógica de las manifestaciones, la unidad nacional no está ni de lejos tan garantizada como sugieren las expresiones de emoción.
Si se quiere ver cuál es la vigorosa réplica al sentimiento dominante, está en la página de Facebook "Je ne suis pas Charlie" (Yo no soy Charlie). La página se acerca a los 25.000 "me gusta". Y la mayoría de los musulmanes franceses que forman parte de esas 25.000 personas no apoyan la violencia.
La aplastante mayoría no tiene nada que ver con quienes ven con buenos ojos a los Kouachi o Coulibaly. Pero también quieren expresar que no piensan formar parte de un movimiento nacional que apoya a aquellos que ellos consideran han insultado al profeta Mahoma.
Una y otra vez expresan su rabia por lo que ven como doble rasero. ¿Por qué tanto ruido por 17 muertos cuando han perecido miles en Gaza y Siria? ¿Por qué está bien que Charlie Hebdo se burle del Islam cuando Dieudonne M’bala M’bala es procesado por hacer lo mismo con los judíos? ¿Por qué uno es tratado como incitación al odio y no el otro?
Luego están las escuelas en las zonas de alta presencia de inmigrantes, donde el minuto de silencio por las víctimas de Charlie Hebdo fue interrumpido por los alumnos, o no fue observado en absoluto. La estación nacional de noticias en la radio France-Info, que normalmente minimiza el disenso en esos vecindarios, lanzó un profundo reportaje con declaraciones de nerviosos profesores. Aún más allá, algo que puede dejarlo a uno en shock es la etiqueta "Je suis Kouachi" (Yo soy Kouachi), que llegó a ser tendencia por un momento el sábado en Twitter.
Todo lo que sirve para probar que hay muchos franceses que sienten que su adhesión primaria es con el Islam, no con los ilustrados valores de la Europa moderna. Tienen un constante sentimiento de humillación y cuando pueden, golpean de vuelta. Normalmente en pequeños actos de insubordinación. Pero a veces con atentados.
Así que Francia no está unida y el riesgo es real. Pero eso es por lo que las manifestaciones importan. La gente participa porque sirven. Ver a tantos, de todas las fes y procedencias, unidos detrás de una sola idea fue de hecho emocionante e inspirador. Al final de una semana terrible, la moral está de vuelta. Por un tiempo, al menos, nos reconfortamos.