Experto en Big Data revela cómo Facebook y otras redes nos cobran sin darnos cuenta
Martin Hilbert ha sufrido en carne propia los costos y beneficios de entregar datos a las redes sociales. A su esposa, por ejemplo, la conoció a través de una aplicación para citas románticas, pero esos mismos datos luego fueron utilizados para otras plataformas. “Cuando eres una figura pública, eso puede ser un gran riesgo”, comenta el PhD en Comunicaciones de la Universidad de California, considerado una de las mentes brillantes invitadas al Congreso Futuro, para hablar sobre el manejo de la información personal en internet.
“Si les pregunto a mis amigos de Silicon Valley si soy el dueño de mis datos, probablemente me digan que sí lo soy. Efectivamente, tú eres el dueño de tus datos. Cada foto que subes a Facebook o a la búsqueda que haces en Google todavía es tuya, tú tienes la propiedad, pero ellos también”, comenta Hilbert y agrega que de esta forma “todos pagamos el servicio Facebook con nuestros datos”.
La sofisticación de estos sistemas parece crecer de manera exponencial, pues ahora no solo obtienen tu información cuando te registras, sino que también te están escuchando. “Tú comentas algo en la cocina y en tu Gmail o cuenta de Instagram aparece una publicidad sobre lo que hablaste ahí en la cocina con tu familia. Es algo nuevo y se va a tener que regular mejor”, advierte el científico.
Bien por la economía, mal para la democracia
El sistema se extrapola a servicios online que permiten, por ejemplo, encargar a un tercero que haga tus compras en el supermercado. En estos casos “pagas poco monetariamente por un buen servicio, pero también estás pagando con tu información personal”, asegura el profesor experto en Big Data.
Tanto las redes sociales como estas plataformas de servicios están diseñados a base de algortimos que buscan las preferencias de las personas, para ofrecerles publicidad acorde a sus intereses. Se trata de conocer mejor lo que el otro necesita y potenciar el cruce entre oferta y demanda. “Ellos al final tienen los datos sobre los hábitos de los chilenos y los van a usar para poner en su mercado lo que necesitan, lo que es fantástico para la economía, pero no para la democracia”, señala Hilbert.
Para el llamado “gurú de los datos” el mayor riesgo de este uso de la información es que atenta contra la democracia, pues a su juicio vivimos en una época en que los políticos pueden usar las tecnologías para influir en los pensamientos de las personas. “Las consecuencias están a la vista y es que en todo el mundo se eligen democráticamente personas que entre sus metas tienen debilitar la democracia. Lo dicen abiertamente el líder actual de Estados Unidos, Brasil, Rusia, Turquía. Entonces, la democracia ya está cayendo por sí misma”, afirma.
A su juicio la realidad tecnológica a la que asistimos hoy, puso en jaque el sistema político democrático. Al respecto aseguró que “la democracia representativa se creó en una época donde se viajaba a la velocidad del caballo, pero ahora se viaja a la velocidad de la luz” y agrega que nuestro sistema político “procesa un bit cada cuatro años. Qué ancho de banda más ridículo es eso para estos tiempos. No es de extrañar que hoy las fuerzas establecidas se aprovechen de ese desajuste entre instituciones democráticas y realidades tecnológicas”, asegura.
Finalmente, Hilbert plantea que el proceso democrático está totalmente basado en información, por lo que el desafío es actualizar los sistemas al uso de inteligencia artificial y Big Data. “Usamos algoritmos comerciales y de espionaje, pero aún no cambiamos las instituciones democráticas”, critica Hilbert.
Los datos como derecho humano
En el mismo panel del Congreso Futuro en que expuso Hilbert, denominado “Datos, el nuevo petróleo”, la etnógrafa tecnológica global, Tricia Wang, planteó que hoy en día los “datos densos” corren peligro de ser vendidos al mejor postor.
La científica explicó que los datos densos refieren a “historias y emociones que definen la experiencia humana”. Para Tricia, quien además es documentalista de la NASA, es importante abandonar la metáfora del petróleo que iguala esta sustancia a los datos “convirtiéndolos en algo refinable y transable”, para comenzar a promover que el resguardo de esta información sea considerado como un derecho humano.