Nahal Oz: la vida a 800 metros de la Franja de Gaza
Por Francisca Casanova, desde Nahal Oz.
Uno. Dos. Tres.
Tres segundos. Ese es todo el tiempo que tienen los habitantes de Nahal Oz para buscar un refugio cada vez que el ejército de Israel les manda un mensaje a sus celulares de que existe una posible amenaza desde la Franja de Gaza.
Nahal Oz es un kibutz, una comunidad agrícola judía, ubicada a sólo 800 metros de la frontera con Gaza, en el noroeste del desierto del Negev. Y desde 2000 hasta la fecha ya han tenido que enfrentar tres operativos israelíes como “respuesta” a los ataques provenientes de Gaza, que desde 2007 ha estado bajo el gobierno del grupo palestino Hamas.
Si llegamos a escuchar un sirena tenemos 3 segundos. Yo tengo 3 hijos, no es suficiente
A diferencia del resto del territorio israelí, que tiene un margen de 15 segundos para buscar refugio ante una alerta roja, la escasa distancia desde la zona de lanzamiento de cohetes hace que incluso el sistema antimisiles israelí “Cúpula de Hierro” no sea efectivo en el lugar.
“Si llegamos a escuchar un sirena tenemos 3 segundos. Yo tengo 3 hijos, no es suficiente”, cuenta Yael Raz, una habitante de Nahal Oz. A su espalda está la cerca de seguridad que instaló el ejército para evitar que los palestinos ingresen al kibutz.
El gobierno ha logrado desarrollar otras formas de protección para la sociedad civil de esa zona. Mientras Yael habla, en el cielo sobre su cabeza vuelta un globo aerostático que contiene una cámara que vigila constantemente el territorio.
“Si desde la sala de control ven una actividad sospechosa, nos mandan a todos los residentes de Nahal Oz un mensaje de texto al celular para que entremos de inmediato. Puede ser que nos digan que entremos por 10 minutos, por 2 horas o toda la noche”, cuenta.
De acuerdo con Raz, la primera línea de viviendas que se observa desde la cerca hacia Gaza son “casas corrientes donde viven familias normales”. Sin embargo, asegura que en el 90% de estas casas hay lanzadores de misiles que son instalados por organizaciones radicales, sin posibilidad de que los habitantes puedan negarse.
“Cuando quieran activar esas lanzadores, entra alguien de esas organizaciones radicales, lanza un cohete a nuestro kibutz y luego se va. Se va a su casa que está a más de 30 cuadras, lo que genera un dilema moral muy grande para el lado israelí sobre cómo defender una situación semejante”, agrega.
De acuerdo con un reporte de la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina (Unrwa por sus siglas en inglés), 2.251 palestinos han muerto en la operación de defensa israelí y 11.231 han resultado heridos. La mayoría civiles. Además, 60.000 familias no han recibido apoyo financiero para reparar sus casas destruidas. Eso desde que escaló el conflicto en 2014 hasta el 20 de noviembre de 2016.
La vida en el kibutz a los pies de Hamas
Yael recuerda con nostalgia un tiempo en que existió cooperación entre Gaza y Nahal Oz.
“En la década de los ’80 realmente la situación era muy buena. En Israel había florecimiento económico y se necesitaba mano de obra. Y como la cosa iba tan bien, nosotros nos sentimos lo suficientemente seguros de ingresar a la Franja de Gaza. Íbamos a restaurantes, cafés, a hacer las compras, a la playa”, relata.
Sin embargo, todo eso terminó con la Primera Intifada en 1987, también conocida como la “revuelta de las piedras”, un movimiento popular palestino que cobró notoriedad por el uso de piedras como principal elemento de ataque contra israelíes. La revuelta explotó luego de que un vehículo que transportaba trabajadores palestinos tras una jornada de trabajo, fuera embestido por un camión israelí cobrando la vida de cuatro palestinos. Todos precedían del campo de refugiados Jabaliya, al norte de Gaza.
Si desde la sala de control ven una actividad sospechosa, nos mandan a todos los residentes de Nahal Oz un mensaje de texto al celular para que entremos de inmediato. Puede ser que nos digan que entremos por 10 minutos, por 2 horas o toda la noche
“Cada vez que queríamos viajar por Tel Aviv lo hacíamos pasando por la Franja de Gaza y recibíamos piedras. Así que comenzamos a tomar el viaje largo que era más seguro”, cuenta Yael.
Luego de eso la frontera volvió a ser una frontera divisoria y se comenzó a revisar a los palestinos que entraban a Israel diariamente para trabajar.
“En el año 2003 llegó a visitarnos el ministro de Vivienda y cuando vio la realidad dijo que el lugar no era apto para criar niños y el gobierno tomó la decisión de colorar un refugio antibombas en cada una de las casa de la zona y de los asentamientos humanos”, cuenta Yael, ya alejados de la cerca e instalados al interior del kibutz. A su espalda un grupo de niños corre y a solo pasos de la zona de juegos se ubica un refugio que está pintado de muchos colores como una forma de hacerlo más amigable, ya que muchos de ellos sufren de estrés postraumático.
Yael recuerda una ocasión en la que se encontró con 9 niños en medio de una alerta roja.
“Obviamente que los metí a todos a la zona de seguridad porque es el lugar más seguro. Pero nueve niños en ese espacio, se comienzan a volver locos. Entonces los metí y los sacaba, los metía y los sacaba”, cuenta.
“Refugiados” fuera del kibutz
Con la última guerra con Gaza iniciada en julio de 2014, Yael y su marido tomaron una medida desesperada: tomaron a sus hijos, sus cosas y se fueron de Nahal Oz rumbo Tel Aviv.
“Estábamos en el norte, que es muy bello, paseábamos todos los días. Pero con mi marido no nos sentíamos a gusto porque todo el tiempo recibíamos mensajes (de alerta) al teléfono. Y las noticias no hablaban de otra cosa. El país se sentía en guerra y los niños nos hacían preguntas difíciles como ‘cuándo vamos a volver a casa’ y no sabíamos cómo contestarles. No estábamos disfrutando esa suerte de vacaciones”, cuenta Yael.
Ante la última guerra, en el kibutz se decidió abrir una sala de situaciones que se encargara de tomar las decisiones de la comunidad. El problema es que la mayoría de las parejas jóvenes abandonaron el lugar con sus hijos, dejando a cargo a personas de 70 y 80 años. Los ancianos cumplían turnos turno 24/7 y se encargaban de solucionar los conflictos cotidianos del kibutz y de llamar todos los días a los residentes para saber si necesitaban algo.
Con el fin de la guerra y la firma del cese el fuego definitivo, algunas familias volvieron a Nahal Oz y otras se fueron definitivamente: la comunidad pasó de tener 400 personas a solo 300.
“Nosotros sentíamos que estábamos viviendo el final del kibutz. Si algunas familias más se iban ya no podríamos mantener el kibutz”, dice.
Entonces decidieron llamar a una asamblea para buscar formas de traer a nuevas personas a la comunidad. Una de esas medidas fue buscar sangre joven “para subir la moral”, en medio de una población deprimida por la guerra.
En Israel el servicio militar es obligatorio para hombres y mujeres. Sin embargo, hay jóvenes que pueden posponer su servicio dedicándose al servicio comunitario. Con eso en mente, una de las habitantes de Nahal Oz propuso al gobierno un programa que buscara traer a jóvenes de 17 y 18 años a vivir y a cumplir sus labores comunitarias al kibutz. Dos meses después, casi 30 jóvenes habían decidido instalarse en Nahal Oz.
“Un vez por semana hacen trabajo comunitario y tienen familias adoptivas al interior del kibutz. Yo acepté en un principio a una chica y a un chico. Cuando llegaron a mi casa no teníamos nada de que hablar. Ellos son jóvenes con energía y nosotros estábamos deprimidos por la guerra”, cuenta Yael.
Su percepción cambió cuando su hijo de nueve años le contó que uno e los jóvenes había ido a jugar fútbol con ellos en su colegio.
“Yo escucho a mi hijo y después de mucho tiempo lo veo feliz. Nunca lo había visto así de feliz. Ahí entendí que la idea del ‘hijo adoptivo’ nos podía ayudar mucho”, dice.
Además de eso, Yael se dedica a viajar a ferias de comunidades y asentamientos que se realizan en Tel Aviv y que buscan atraer a más ciudadanos a vivir con ellos. Una de las preguntas que siempre recibe es: ¿cómo se convence a gente de llegar a vivir a Nahal Oz?
“A través de una creación de una comunidad muy fuerte que apoya a sus miembros todo el tiempo. Tenemos una muy buena conexión, hablamos de valores, tratamos de tener una vida con significado. No es apto para todo tipo de personas, pero tratamos de buscar las que sí”, finaliza.