Quién fue Svetlana Alliluyeva, hija de Stalin que huyó a EEUU
Murió como Lana Peters. Pero antes de eso fue Svetlana Alliluyeva. Y antes, Svetlana Iosifovna Stalin.
Fue la única hija de José Stalin, quien gobernó la Unión Soviética desde mediados de 1920 hasta su muerte en 1953. Stalin también tenía dos hijos varones, pero ella era su preferida. También fue la que desertó a Estados Unidos.
Su vida fue una paradoja, entre la obediencia y la rebeldía. Y como consecuencia, nada fue fácil para Svetlana.
Hasta para cambiar su nombre tuvo que pedir permiso al Kremlin, donde muchos la criticaron por violar la memoria de Stalin.
"Ella vivió a la sombra del nombre de su padre toda la vida", dice Rosemary Sullivan, autora de la biografía La hija de Stalin: la extraordinaria y tumultuosa vida de Svetlana Alliluyeva, galardonada entre otras con el Premio Plutarch de Biografía 2016 y nombrado libro del año por el diario Daily Mail de Reino Unido.
Según Sullivan, quien investigó la vida de Svetlana durante cuatro años en varios países y entrevistó a decenas de familiares, amigos y conocidos, la hija de Stalin era, pese a todo, una luchadora.
"Era una mujer con imaginación, apasionada de la escritura, frustrada, y prisionera de la proyección del nombre de su padre. Pero nunca dejó de luchar contra eso. Su determinación fue impresionante", le cuenta a BBC Mundo, quien la entrevista por su participación en el Hay Festival Cartagena, que se celebra esta semana en la ciudad colombiana.
"Pequeña mariposa"
Svetlana nació el 26 de febrero de 1926. Era la menor de los hijos de Stalin.
Heredó el pelo rojizo y los ojos azules de su abuela materna, Olga.
Era la princesa del Kremlin, aunque ella afirmó que su vida allí fue bastante modesta.
La demostración de cariño en la familia era escasa. Y la felicidad no reinaba en la casa.
Pero José Stalin tenía debilidad por su hija. La llamaba "pequeño gorrión" o "pequeña mariposa".
"La única persona que podía suavizar a Stalin era Svetlana", contó una amiga de Nadya, la madre de Svetlana, según reconstruye Sullivan en el libro.
Tenía 6 años y medio cuando Nadya se suicidó. Svetlana solía decir que la muerte de su madre marcó un antes y un después en su vida.
Como adulta, Svetlana concluyó que se había suicidado porque creyó que no había salida a la crueldad de su padre.
El juego de poder
Stalin parece que entendió el impacto psicológico en su hija tras la muerte de Nadya.
Aparte de llamarla con diminutivos, que él entendía como una señal de afecto, Stalin creó un juego entre ellos que perduró hasta que Svetlana cumplió los 16.
Cuando ella le pedía algo a su padre, él respondía: "¿Por qué estás preguntando? Da una orden, y lo haré inmediatamente". Ella era quien estaba a cargo y él era su secretario.
Svetlana le dejaba notas con sus órdenes pegadas en la pared cerca del teléfono y de su escritorio. Del juego también participaban otros "secretarios de menor rango" del Kremlin, como los ministros de gobierno Lazar Kaganovich y Vyacheslav Molotov quienes no tenían más opción que jugar.
Los años escolares de Svetlana coincidieron con el momento del culto a la personalidad de Stalin. Su imagen estaba por todos lados. "Lenin era nuestro ídolo, Marx y Engels, nuestros apóstoles" y Stalin siempre tenía la razón "sin excepción", describió Svetlana, según reproduce Sullivan.
Antes de morir en 2011, Svetlana criticó al actual presidente ruso Vladimir Putin porque, según ella, estaba reviviendo la práctica de su padre del culto sobre la personalidad.
Desaparición de personas
Svetlana recuerda que en su niñez no podía entender cómo la gente "simplemente desaparecía" y nunca nadie le dio explicaciones.
En 1939, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) trató de deshacerse de Alexandra Andreevna, la niñera de Svetlana, acusándola de "poco confiable".
Svetlana le rogó a su padre que no se la llevaran. "Mi padre no podría soportar ver lágrimas", escribió Svetlana en uno de sus libros. "Tal vez era lo único que no podía tolerar", analiza Sullivan.
La autora rescata otra frase que la hija de Stalin escribió en uno de sus libros: "La vida de un hombre dependía enteramente de una palabra de mi padre".
De ídolo a villano
Stalin estaba orgulloso de su hija. Se había convertido en una de las pequeñas "guerreras del comunismo".
Siendo adulta, reflexionó sobre "cómo esa ideología demandaba la censura de cualquier pensamiento privado a través de la hipnosis masiva". Ella lo llamó "la mentalidad de los esclavos".
En su adolescencia, Svetlana se tornó malhumorada, ingenua, demandante, aunque luego generosa. Era una hija temerosa de su padre, y pronto perdería su ingenuidad, describe el libro La hija de Stalin: la extraordinaria y tumultuosa vida de Svetlana Alliluyeva.
A los 16 descubrió cómo había muerto su madre. Eso se transformó en un profundo enojo contra su padre.
Casi paralelamente, Svetlana se enamoró de Aleksei Kapler, un popular escritor judío bastante mayor que ella. Pero al poco tiempo fue arrestado.
Fue en ese momento cuando ella "entendió que solo su padre podría haber hecho eso y empezó a darse cuenta de quién era Stalin", asegura Sullivan a BBC Mundo.
Estos hechos "rompieron la burbuja de ilusión".
"Mis ojos se abrieron y ya no pude seguir ciega", escribió Svetlana en 1981, según recoge Sullivan.
La vida de casada
Fuera del Kremlin, Svetlana empezó a ser más independiente.
Mientras estudiaba Historia en la Universidad de Moscú conoció a Grigori Morozov, con quien se casó, y a sus 19 años dio a luz a José.
Según los familiares, "Svetlana no era una madre cariñosa", a lo que inmediatamente agregaban: "nunca aprendió lo que era una madre".
Svetlana y Grigori se divorciaron en 1947. Este sería el primero de cuatro divorcios entre otras tantas relaciones amorosas en su vida.
La soledad
Svetlana volvió bajo el ala de su padre, aunque ya no compartían la misma relación y casi no se veían. De hecho, Stalin no conoció a su nieto hasta que este no cumplió los 4 años.
Pese a que a Svetlana le resultaba imposible estar con su padre, nunca pudo repudiarlo. Siempre creyó que en alguna parte, su padre la amaba, señala Sullivan.
En 1949, Stalin le pidió a su hija que se casara con Yuri Zhdanov, hijo de Andrei Zhdanov, un estrecho colaborador de Stalin que había muerto. Cansada de resistir a las solicitudes de su padre accedió. Un año después tuvieron a Katya, aunque el matrimonio duró poco tiempo más.
Padre malo, hija mala
La vida de Stalin estuvo siempre envuelta en un manto de misterio e intriga, incluso hasta su lenta muerte en marzo de 1953.
Svetlana se encontró sola con emociones contradictorias de dolor y alivio y lloró frente a los sirvientes de Stalin. "Ellos sabían que fui una mala hija y que mi padre fue un mal padre, pero él me amó de todos modos, al igual que yo lo amé a él", escribió Svetlana, según reproduce Sullivan.
La solución de Svetlana para mantenerse junto a sus hijos a salvo fue repudiar la política y tratar de vivir en el anonimato. El gobierno le prohibió hablar en público de su padre. Todo lo relacionado a Stalin era propiedad del Estado. Incluso ella.
En septiembre de 1957, Svetlana decidió cambiar su apellido al de su madre, Alliluyeva. Dijo que el sonido metálico del apellido Stalin lastimaba su corazón.
El amor, la salvación
Pese a tratar de pasar desapercibida, la vida amorosa de Svetlana seguía siendo tumultuosa. Y su compulsiva necesidad de matrimonio como si se tratara de la salvación nacía en cada romance.
En medio de su inestabilidad emocional, empezó a escribir sus memorias que más tarde enviaría al extranjero para protegerlas de la confiscación del gobierno soviético.
En 1963 conoció al político indio Brajesh Singh en Moscú. Una vez más, Svetlana se aferró a la idea del matrimonio. Pero el gobierno no le dio el permiso para registrar la unión.
Singh murió ese año. Entonces, Svetlana recibió un permiso extraordinario para llevar las cenizas de su difunto (aunque no oficial) esposo a India.
Fue en diciembre de 1966 cuando vio a sus hijos por última vez. José tenía 18 años y Katya, 16.
El sueño americano
Estando en India, Svetlana confirmó su amor por el país.
El hijo de Singh, quien trabajaba en Seattle, le sugirió que viajara a EE.UU. para obtener la ciudadanía estadounidense y volver después a India.
En silencio, Svetlana empezó a soñar con esa idea.
En un impulso, la noche del 6 de marzo de 1967, ingresó al edificio de la embajada estadounidense en Nueva Delhi y anunció su intención de desertar.
En ese entonces el gobierno de EE.UU. ni siquiera sabía que Stalin tenía una hija.
El momento que Svetlana eligió no pudo haber sido peor. En otro momento de la Guerra Fría hubiese sido una herramienta de propaganda invaluable de EE.UU. contra la URSS. Pero en 1967, los dos países estaban negociando instalar oficinas consulares en ambos territorios.
Fueron horas en las que se debían tomar decisiones rápidas para no levantar sospechas de la ausencia de Svetlana.
El oficial de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EE.UU., Robert Rayle, quien se convertiría en su gran amigo por el resto de su vida, fue el encargado de custodiar a Svetlana fuera del país.
La deserción de Svetlana en compañía de un oficial de la CIA fue noticia en todo el mundo.
Para los soviéticos, Svetlana fue su desertora más significativa.
Si Stalin hubiera estado vivo, la ejecución hubiera sido el castigo, pero en ese momento su padre llevaba muerto 14 años, analiza Sullivan.
Vida nueva
Svetlana llegó a Estados Unidos el 21 de abril de 1967, y allí se convirtió en escritora.
Al poco tiempo, las ganancias por la publicación de su primer libro"Veinte cartas" la convirtieron en millonaria, aunque donó gran parte de su fortuna a diferentes organizaciones, incluido un hospital en India con el nombre de Singh.
Convertirse en millonaria tal vez fue el peor destino, analiza Sullivan, ya que en EE.UU. se le acercó mucha gente solo por el dinero.
El gobierno soviético necesitaba creer que Svetlana había sido secuestrada. No podía aceptar la idea de que había actuado libremente, señala la escritora.
"No pueden creer que un individuo, una persona, un ser humano, pueda tomar una decisión por sí solo? Cuando ven que el enorme trabajo que hicieron durante 50 años fue en vano y la gente aún tiene algo propio, se enfurecen mucho", dijo Svetlana en una conferencia de prensa en EE.UU. en 1967.
No todo lo que brilla es oro
Svetlana pasó del silencio total de la Unión Soviética a un país donde existía la prensa libre y por lo tanto era juzgada.
"Las mentiras vertidas sobre mí las van a creer antes de lo que yo escriba o diga. El nombre de mi padre es muy odiado, y yo vivo bajo su sombra", escribió Svetlana, según destaca Sullivan en la biografía.
Estando en EE.UU., Svetlana criticaba al gobierno soviético, a las políticas de su padre y a las ideas del exlíder revolucionario comunista Vladimir Lenin.
"Lenin fue la fundación de un sistema con un partido, el terror y la supresión inhumana para los desertores? Todos los esfuerzos para blanquear la imagen de Lenin y hacerlo un santo son inútiles", aseguró.
Esto causó furia en el gobierno de la URSS que en 1969 le retiró la ciudadanía soviética y la condenó por "mala conducta y difamar a la ciudadanía", establecido como crimen por su padre en 1938.
El amor, la salvación
Su búsqueda constante de romanticismo y amor no murió en la URSS.
En abril de 1970 se casó con el prestigioso arquitecto estadounidense Wesley Peters, a solo tres semanas de haberlo conocido. Ahí cambió su nombre a Lana Peters y juntos tuvieron a Olga en 1971.
"Sin Olga, probablemente Svetlana no hubiera sobrevivido", le dice Sullivan a BBC Mundo.
Mudanza constante
Svetlana buscó para Olga una escuela privada. No quería saber nada con la educación pública, nada que tuviera que ver con el Estado.
Esa era la excusa para mudarse constantemente. Aunque en realidad temía que la estuviesen siguiendo.
"A cualquier lugar que vaya, sea a Australia o a alguna isla, siempre seré una prisionera política del nombre de mi padre", le escribió Svetlana a una amiga en 2009, según destaca Sullivan en el libro.
En 1978 consiguió la ciudadanía estadounidense y ya divorciada de Peters, se mudó con Olga a Princeton, Nueva Jersey.
Sin embargo, Svetlana empezó a notar que había un sentimiento antisoviético y que a Olga no la invitaban a casas de amigas. "¿Será que Olga también vivirá bajo la sombra del nombre de su abuelo?", se preguntó Svetlana.
En esas constantes mudanzas y en busca de nuevas oportunidades para publicar su libro y para la educación de Olga, Svetlana y su hija viajan a Inglaterra en 1981.
Llamada inesperada
Ya en Reino Unido y después de 15 años, Svetlana recibió una llamada de su hijo José que estaba enfermo y que quería verla.
Entonces pensó en regresar a la Unión Soviética. No le importó crear un nuevo incidente internacional.
Por un decreto, la Corte Suprema Soviética le devolvió su ciudadanía y el gobierno le confiscó su pasaporte estadounidense y el de Olga.
Cuando pisó suelo soviético en 1984, dijo: "Solo quiero decir que vine para reunirme con mis hijos", recuerda Sullivan.
Para el gobierno, el regreso de la hija errante de Stalin fue un golpe fuerte de propaganda. La prensa de todo el mundo la cuestionó. Pero otra vez, nada resultó como esperaba.
El encuentro con José fue distante y nunca se reencontró con Katya. Se sintió perdida una vez más.
Además, Olga nunca sería aceptada y Svetlana siempre sería o un trofeo o una paria y nunca podría ser ella misma, analiza la autora de la biografía.
Ahí entendió que regresar había sido un terrible error.
"Eres la hija de Stalin. Y en verdad ya estás muerta. Tu vida está acabada. No puedes vivir tu propia vida. No puedes vivir cualquier vida. Solo existe en referencia a un nombre", dijo Svetlana en una entrevista que rescata Sullivan.
Volver a escapar
En diciembre de 1984, tras un breve paso por Georgia y una internación por un problema de salud de Svetlana, que ya tenía 60 años, ambas lograron salir. Olga volvió a Inglaterra y Svetlana a Estados Unidos.
Pero en ese momento los problemas financieros empeoraron.
Por un tiempo Svetlana recibió un dinero que no sabía de dónde venía lo cual la hizo sospechar que era de la CIA. "Nunca fui la espía de nadie y no puedo vivir de la asistencia de la CIA", dijo en una entrevista que apunta Sullivan.
Sin oportunidades en EE.UU., decidió probar suerte con editoriales en Francia pero luego terminó nuevamente en Inglaterra viviendo en varias residencias compartidas.
En 1991, intentó suicidarse, pero no logró.
La última mudanza
A los 71 años decidió volver a Wisconsin, Estados Unidos.
Temía ser deportada o que después de su muerte su cuerpo fuera llevado a Rusia, por lo que contrató un abogado para que su hijo no pudiera acceder a sus restos.
En 2011 fue diagnosticada con cáncer terminal. Falleció el 22 de noviembre de 2011 a los 85 años y su hija Olga, que se cambió el nombre a Chrese Evans, esparció las cenizas en el océano Pacífico.
"Viví mi vida como pude (?) pero hubo una fatalidad. No puedes lamentarte sobre tu destino, aunque sí lamento que mi madre no se haya casado con un carpintero", le dijo a un diario británico en 1990.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombiana entre el 25 y el 28 de enero.